MACUMBA
(2015)
Horacio se despertó sobresaltado de un corto pero profundo sueño, después de un largo viaje en bus de más de veinte horas.
Se frotó prolongadamente los ojos con el anverso de las manos y volvió a mirar por la ventanilla para asegurarse que había llegado a su destino.
Se apeó con prontitud y tomó rumbo a su destino final, la casa de Rosa, una comadre de sus fallecidos padres.
Era la cuarta vez en dos años que hacia ese prolongado viaje, para tratar de vender una vetusta casa que había heredado de sus padres, para resolver la difícil situación económica que atravesaba con su esposa e hija. No guardaba muchas esperanzas de lograrlo, pero era el único recurso real con que contaba.
Recorrió sin prisa las ardientes calles de un pueblo distante en su memoria, cuando de niño pasaba allí las vacaciones junto con los hijos de Rosa, quien a la vejez había instalado un elegante restaurante para su sustento y el de sus hijos.
Rápidamente Rosa lo puso al tanto de las dificultades por las que estaba pasando, uno de sus hijos enfermo por mas de dos semanas, sin que el médico hubiera podido diagnosticar la causa de una fiebre misteriosa y para rematar el restaurante vacio sin clientes, teniendo que botar muchas veces la comida a la basura.
Horacio por su parte le contó que estaba yendo a vender la casa que fue de su padre porque también vivía una situación asfixiante pero que veía que una vez más no sería fácil por la mala racha porque pasaba el pueblo.
En medio de la charla de pronto se iluminó la cara de Rosa, como si hubiera tenido una gran idea e interrumpiendo la conversación llamó a su hija menor y le pidió que fuera a la casa de la comadre María y le pidiera que viniera a su casa en la noche, que se trataba de algo importante.
A continuación se dirigió a Horacio y le dijo:
-Vamos a tener que hacer algo drástico-
Y acto seguido le pidió que se fuera al parque y preguntara por la tienda de don Rosendo y comprara una lista de cosas que ella misma anotó en un papel y le dio el dinero para que lo hiciera.
Horacio no entendía nada, pero siguió las instrucciones al pie de la letra y compró todo lo requerido.
A las nueve de la noche sonó la puerta de calle y se abrió para dar paso a la comadre María.
Era una mujer vieja, con el rostro arrugado y requemado por el sol tropical. Tenía el cabello cano largo cogido en una moña y vestía una raída falda de tela floreada azul y una camiseta amarilla.
Con voz ronca y recia preguntó:
-Tienen todo listo?-
Rosa le confirmó que si y procedieron a desplazarse al patio trasero de la casa.
Solo entonces Horacio comprendió que el aguardiente, las velas, los tabacos de hoja y las hierbas eran para un ritual.
Ingresaron al patio la comadre María, Rosa, la hija menor y el hijo enfermo. Horacio consideró que se trataba de algo íntimo y se quedó en el interior de la casa, pero Rosa se regresó y le dijo que él también debía estar presente. A regañadientes la acompañó y buscó un rincón discreto donde sentarse como observador.
Pronto Rosa y la hija hicieron un círculo como de dos metros de diámetro en el suelo con las velas encendidas y dentro del círculo una cruz hecha con las hierbas. Mientras en el centro la comadre María empezó a fumar de una manera desenfrenada un tabaco y a decir en voz baja palabras ininteligibles, que daban la impresión de un rezo.
A medida que el tabaco se consumía, el rezo iba subiendo de tono, acompañado de movimientos rítmicos del cuerpo, semejantes a una danza.
Cuando el tabaco estaba por terminarse, el rezo se había trasformado en gritos y la danza en convulsiones frenéticas y la hija de Rosa le alcanzó a la comadre María un nuevo tabaco prendido y el rezo se convirtió en un lúgubre canto.
Horacio estaba estupefacto, pues nunca había sido testigo de algo semejante y en su esquema cultural citadino no cabía que aquello fuera posible. Tenía los ojos totalmente abiertos, como no queriendo perder el menor detalle de lo que estaba presenciando, sin saber que lo peor estaba por venir.
Acompañado del segundo tabaco, la comadre María pidió el aguardiente y de un solo trago se tomó casi un cuarto de botella y al terminar el tabaco le pasaron una vela y un gallo negro que estaba amarrado de la pata a un pequeño árbol de limón. Le soplaba alternadamente aguardiente y humo y el indefenso animal se quedó inmóvil, presintiendo su destino.
Cuando estuvo totalmente aturdido, en un rápido giro de manos la comadre María le torció el pescuezo, desnucándolo instantáneamente para luego cortarle la cabeza y colgarlo a que se desangrara en un recipiente de barro.
El canto poco a poco se hizo audible y contenía el llamado a diversos nombres extraños con un tono de suplica pidiéndoles que vinieran.
Había pequeñas pausas en las cuales tomaba un trago de aguardiente que enseguida escupía con fuerza sobre la llama de la vela, produciendo una llamarada como la de un acto circense.
Poco a poco la danza se hizo más cadenciosa y entre bocanadas de fuego y el interminable humo del tabaco empezó a llamar a María Lionza, alagándola con calificativos respetuosos como madre, señora, reina y enviada de Dios.
Las súplicas continuaron por un largo rato hasta que en la llamarada más grande la voz de la comadre María se trasformó en un rugido atronador que preguntó:
-Ya estoy aquí, por qué me molestan?-
Intervino entonces Rosa que hasta ese momento se había mantenido al margen:
-Mil perdones madre santa por invocarla, pero necesito hacer una consulta-
-Qué es lo que quieres saber?-
Rosa brevemente le explicó el estado de salud de su hijo y el percance del negocio.
Después de un prolongado silencio la voz dijo:
-No hay nada de qué preocuparse, solo hay que hacer una limpieza de cubierta y preséntenme al muchacho enfermo.
Condujeron al hijo de Rosa hasta el círculo y la comadre María empezó a lanzarle bocanadas de aguardiente y de humo, mientras le rezaba cosas inaudibles.
Luego hizo un látigo con las hierbas de la cruz y empezó a azotarlo por la espalda y las piernas ordenando que todo espíritu de enfermedad lo abandonara. Al tercer latigazo el chico cayó al suelo de rodillas y se cubrió el estómago con los brazos haciendo un gesto de dolor como si tuviera un fuerte cólico.
Finalmente rodó por el suelo y comenzó a retorcerse en convulsiones que concluyeron con dos estertores previos a un copioso vómito negro, luego de lo cual quedó tendido inmóvil en el piso.
Rosa continuó diciendo:
-Gracias madre querida por tu respuesta y antes de que nos dejes también te quiero preguntar por un amigo al que los caminos se le cierran y no encuentra el rumbo de su vida-
La voz preguntó:
-Se encuentra presente ese amigo?-
-Si preciosa madre, es Horacio-
Horacio estaba atónito de convertirse en protagonista de algo tan macabro, en lo que solo había sido observador, cuando sintió como Rosa lo tomaba de la mano y lo conducía al círculo de velas y le entregó la mano a la comadre María, quien empezó a escupirle bocanadas de aguardiente y humo, empapándole la ropa.
Lo único que atinó Horacio fue a cerrar los ojos y dejarse conducir como parte del ritual.
La voz concluyó:
-Todo estará bien con él, solo necesita un baño de hierbas-
Acto seguido la comadre María empezó a patear las velas del suelo para que se apagaran, alzando una nube de polvo y humo que la envolvió por completo.
Todos se fueron a dormir sin hacer ningún comentario.
Muy temprano en la mañana Rosa y Horacio se fueron al restaurante y tan pronto llegaron le ordenó a un empleado de confianza que buscara una escalera e hiciera una limpieza de todo el techo de la construcción.
Más tarde el empleado bajó y le entregó a Rosa una pequeña botella de vidrio oscuro que contenía un líquido turbio y con la tapa sellada con un pedazo de plástico.
Cuando Rosa tuvo la botella en sus manos, la miró a trasluz y le dijo a Horacio:
-Esto es lo que estaba buscando. La envidia de la gente no tiene límite; esto contiene tierra de cementerio-
Acto seguido se la entregó y le pidió que se fuera hasta el rio y cuando estuviera en la mitad del puente la lanzara con fuerza, asegurándose que cayera en el agua.
Horacio siguió las instrucciones y caminó el trayecto hasta el rio, observando de reojo el frasco oscuro, pero sin mirarlo fijamente, hasta lanzarlo al agua.
Cuando regresó al restaurante se quedó sorprendido al encontrarlo lleno de clientes y a los empleados atareados como en las mejores épocas.
Al encontrarse con Rosa, esta con una gran sonrisa le dijo:
-Se da cuenta mijo- y para dar énfasis a lo hecho agregó: -Una de las personas de esa mesa, el de camisa blanca, debía una cuenta hace más de un año y vino a comer y a pagar lo que debía-
Una vez más Horacio no podía dar crédito, pero con todo lo que había que hacer, pasó ocupado el resto del día, sin tiempo para pensar en nada.
En la noche, cansado de tanto quehacer se sentó por un momento a tomar una bebida, cuando entró al restaurante Vicente, un antiguo amigo de su padre y dueño de la única gasolinera del pueblo, quien se sorprendió al verlo y después de un abrazo le preguntó el motivo de la visita.
Horacio le contó que había ido a tratar de vender la casa que era de sus padres.
Vicente le preguntó cuánto pensaba pedir y cuando Horacio le dijo el precio, sin basilar le dijo:
-yo te la compro-
Horacio no le creyó y le preguntó: -En serio?-
Vicente se ratificó y agregó: -Pasa mañana por la gasolinera y vamos al juzgado para hacer la escritura y mañana mismo te doy el cheque-
Así lo hicieron y Horacio regresó muy feliz a la capital al haber concretado el propósito de su viaje.
Desde ese día sus cosas cambiaron radicalmente y todo empezó a salirle como lo planeaba. Con el dinero de la venta de la casa, instaló un negocio que pronto se convirtió en un éxito.
Durante el viaje de regreso tuvo mucho tiempo para pensar en todo lo ocurrido y se quedó con una reflexión:
-Todo cambió después de ese ritual y eso que no tuve tiempo para hacerme el baño de hierbas que recomendó María Lionza-
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