PERVERSA OBSESIÓN
El rancho estaba a obscura. El sol hacía rato que se había ocultado. La luna aún no había hecho su aparición, pero a los lejos se vislumbraba en el horizonte la claridad de sus rayos, muy pronto haría acto de presencia.
Muy cerca de allí se escuchó aullar un perro y, más allá, los pasos de un animal que se acercaba velozmente al rancho.
La mujer al escuchar muy cerca los pasos del animal, se paró en la puerta del bohío y esperó ansiosa la llegada de su hombre. Había partido temprano en la mañana al poblado, en busca de provisiones alimenticias.
Vio venir el caballo. Hasta pudo reconocer el animal en la obscuridad. Cosa extraña, no podía distinguir el jinete que lo montaba. Sus ojos acostumbrados a la obscuridad no pudieron identificarlo; pero intuía que aquel hombre no era su marido. Insegura, vacilante dio un pasó hacia el interior del rancho, tropenzando en su retirada con una silla que, provocó su caída boca arriba en el piso de tierra. Quiso levantarse, pero el recién llegado se lo impidió, cayendo sobre ella cuchillo en ristre, punzando enérgicamente su delicada garganta. Un chillido salió de la interioridad de su agitado pecho. Sus ojos habitados por el miedo,
enfurecidos se agrandaron enormemente y, su cuerpo frágil, temblando de rabia e impotencia, se contrajo aprisionado debajo del cuerpo corpulento del extraño.
No hizo resistencia. Se dejó llevar del desenfreno de pasión del desconocido. Aflojó los músculos, cerrando fuertemente los puños de sus manos, tensando con fuerza su corazón y su deseo, dejándose hacer.
El hombre compulsivo, con la mano desocupada alsó la falda de su vestido, ansioso hulgó debajo de él. La mujer jadeante, movió su cuerpo, tratando de impedir ser violada por el hombre; pero al hacerlo, sintió como la punta del puñal se clavaba rabioso en su carne.
El intruso accionó sobre la mujer, diciendo al mismo tiempo.
-Si te opones ¡Te mató! Como hice con tu marido – Dijo furioso saliendo de su casilla.
Al hablar, la mujer pudo reconocer la voz del hermano de su querido esposo, dándose cuenta entonces, por qué el desconocido montaba el caballo y lo que había hecho con su propio hermano.
En ese momento se llenó de una fuerza interior, pensando hacer algo para no ser asesinada como lo había hecho con su hermano. Sacando fuerza descomunal, logró quitárselo de encima. Lo tomó por la muñeca de la mano que sostenía el cuchillo. Se lo arrancó, blandiendo con energía la hoja, se lo hundió varias veces en el estómago, saliendo desaforada gritando, dejando al hombre tirado en un charco de sangre.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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