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La jefa del taller de relato nos pidió un cuento corto con ruptura en la línea de tiempo. Aún siendo de temática libre, la tozuda actualidad me inclinó a escribir sobre violencia de género. Aunque, sin más razón que la mera ficción narrativa, intenté darle una vuelta de tuerca. En ningún momento tuve la intención de herir sensibilidades.
La reina de la casa
La oficial reclina con sumo cuidado la amoratada cara de la mujer sobre su hombro, al tiempo que masajea su encrespada melena. Intenta reconfortarla con palabras amables, mientras se dirigen al coche que, tras visitar el dispensario, la ha de llevar a comisaría, donde pasará la noche. Allí, tumbada en uno de los camastros de la pequeña celda, mientras otra mujer la observa con mirada perpleja, se reprochará mil veces el no haberlo entendido antes del matrimonio.
"Cuando te cases conmigo no te va a faltar de nada. No necesitarás trabajar, serás la reina de la casa y de mi vida". Con frases como ésas la había cautivado. Todas las tardes iba a buscarla al trabajo, portando con frecuencia ramos de flores, bombones o perfumes , siendo la envidia de las compañeras, que deseaban, también, tener su príncipe azul, aunque dejaran de salir o tomar la cerveza, como le había ocurrido a ella, al acabar la jornada laboral.
Tras la boda, ocurrió lo que él la había prometido. Dejó el trabajo, las amigas, la vida social y se dedicó a su reino en cuerpo y alma. Todo debía ser como su majestad el rey deseaba. Ella era la reina, aunque carente de poder. Su misión era servir a su señor y procrear, pero esto nunca ocurrió. Como sus actos no siempre complacían a su amo, éste la castigaba como a los siervos insumisos. Transcurrieron años eternos y las penas impuestas se endurecieron.
Derrumbada observa como su salpicada mano se aferra al cuchillo de cortar la carne. Debajo de ella está su señor, que emite los últimos estertores. La sangre le chorrea por el cuello y el abdomen. Su tronco produce pequeños respingos, como si quisiera elevar su soberano cuerpo. La reina arroja el arma y se incorpora, mientras su gesto desencajado vomita unos ahogados y amargos quejidos.
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