¿Y LOS CINCO PECES…?
Tenía decidido salir todo el día para despejarme un poco de la tensión diaria con mama.
Me levantaría temprano, como de costumbre, casi sin hacer ruido. Me daría una ducha de todas maneras aunque la idea era salir a caminar, caminar y caminar y dejar volar a mi memoria, mis recuerdos, mis ilusiones y esperanzas.
Antes de salir fui a comprar pan, para dejarle dos panes, algo de aceituna y el termo lleno de agua caliente para que se prepare un té o seguramente su café preferido. En un contenedor de plástico, un escabeche de pollo para su almuerzo. Yo me llevaría cinco panes (…sin los dos peces) un tubito de paté y una botella conteniendo agua de yerba-luisa.
Empezaría mi caminata dirigiéndome hacía la quebrada Armendáriz, tan diferente ahora que en el pasado, cuando al fondo de la misma había una angosta pista de ida y vuelta, y en las laderas a ambos lados, pequeños permanentes derrumbes mostraban lo inestable del terreno de los acantilados por la cantidad de filtraciones que la iban socavando, formando pequeñas cuevas a la vista.
Antes pasaría por la lagunita. Me transporto en el tiempo y la veo calma, solitaria, con sus botes multicolores sobre sus verdes aguas que todavía permitían observar los grandes peces de colores que la habitan. Me siento en una de las bancas, receptoras de incontables encuentros amicales y románticos: cuantas freses, cuantas promesas de amores perdidos o logrados han quedado grabadas en sus maderas. Su color verde oscuro me hace pensar pintado por las esperanzas perdidas, añejadas en el tiempo.
Bordeo el antiguo “mini” zoológico, con sus leones y tigres en las diminutas jaulas; la vieja elefanta en su perenne paso de vaivén como arrullando su enorme cabeza abanicando las grandes orejas; una multitud de monos columpiándose de las mallas que encierran el techo de sus jaulas. Un par de cocodrilos aún demoran para asomarse a la orilla de su estanque.
Inicio el descenso por la quebrada, del lado de la Av. Grau, que marca su inicio. El tiempo es templado, es septiembre, y la primavera trae brisas agradables y va de a pocos calentando el frío del invierno en retirada. No siendo una vía de mucho uso todavía, es esporádico el paso de algún vehículo; mucho menos es el paso de alguna persona a pie.
Los tiempos eran más calmos y más tranquilos y el peligro era mínimo si no ausente. Tampoco había en Lima tantísima gente como en estos tiempo. Camino a muy a mi manera mi manera en la actualidad: en soledad.
Sin mayor esfuerzo llego hasta la zona de la Cascada, casi directamente al rompeolas que allí delimitaba Miraflores y Barranco. La parte de Miraflores de playas empedradas, seguro por ello deshabitadas casi todo el año; el inicio de Barranco con sus playas cubiertas de arenas, suaves y agradables, que convocaban muchos bañistas en verano, y algunos en estos tiempos previos al fin de año. También puedo ver, a lo largo del litoral barranquino, algunos pescadores a cordel, encaramados en las piedras y peñascos que formaban los rompeolas, adentrándose en las aguas del Pacífico. Alguna vez también iba con papa, que en esto también me dejó parte de su sabiduría, desde como recolectar muy-muy para usarlos de carnada, hasta como atar el sedal a los anzuelos, con ese amarre marino que nunca pude hacer tan bien como lo hacia él; en lo que si me especialicé fue en como poner el plomo a la ideal distancia del anzuelo, para que flotará convenientemente, para atraer los peces.
Nunca pesqué algo mejor que unos “borrachos”, en cambio papa siempre capturaba como mínimo una medio docena de cojinovas, que invariablemente terminaban en la sartén.
Para no utilizar el agua de yerba-luisa que prefería reserva para el almuerzo, a ratos dejo el borde del mar y cruzo hacia a los acantilados, sacio mi sed en los chorrillos que brindaban agua purificada por la filtración terrestre.
Antes de llegar a los Baños de Barranco, con su reconocible estructura de madera y colores, paso por la playa que después sería conocida como Las sombrillas, playa que hice mi favorita por muchos veranos, punto de reunión de la muchachada del barrio. Una sonrisa se asomaría a mis labios de los gratos recuerdos enterrados en sus arenas.
Paso delante de las puertas de Los Baños de Barranco. Antes, miro al frente, levantando la vista a los altos del acantilado, logro ver las estructuras del Funicular, detenido a medio camino, en espera del verano.
De paso, doy una mirada a través de la ventanilla de la boletería de Los Baños. Mi vista se detiene en la pista de baile y alcanza a ver las barandas de los pasadizos elevados sobre el mar, desiertos, húmedos, con algunas gaviotas picoteando las maderas. De memoria veo caminar gente y chiquillos jugueteando, correteando en trajes de baño multicolores; algún grupo musical inunda, con su interpretación de algún viejo éxito, todos los ambientes. Me provoca comer un helado, volteo y no encuentro a nadie a mí alrededor, ni un solo vendedor ambulante me ofrece nada.
Continuo mi andar hacia el sur, la brisa marina se siente y la siento claramente, con ese inconfundible olor a playa marina. Paso por un rompiente cercano a mi camino y algunas, muchas, gotas de mar caen sobre mí, me sonrío agradeciendo a Dios por la refrescada. No recordé poner alguna gorra en mi “equipaje” y por más que no brille el sol, su calor me recuerda tenerlo anotado para la próxima.
Pronto llego al límite de Barranco con Chorrillos. Lo marca un letrero de “Bienvenido a Chorrillos, Ciudad Heroica” y mientras sigo caminando, empiezo a vivir momentos de historia, desde las épocas Incaicas, hasta los tiempos actuales pasando por la Conquista, la Colonia, la Emancipación. Aún hoy en día, se pueden encontrar en algunos lugares de Chorrillos, vestigios de un pasado guerrero.
De este lado del Morro Solar no hay más de dos o tres playas, pero si la más popular y conocida como lo es la de Agua Dulce. Junto a ella, la de Pescadores, pequeña, calma y no peligrosa como Agua dulce que siendo “una tacita de te”, las hondonadas que tiene su fondo y las corrientes encontradas, siempre es un peligro para los bañistas. No tengo certeza, pero me parece que fue por esta playa que se implementó el Servicio de Salvavidas de la Policía Nacional, que ahora cumple servicio en verano en todo el litoral nacional.
Frente a Agua Dulce, está la pequeña quebrada Tenderini. La obvio y continúo por la playa. Después de la playa Pescadores, llego a la del Regatas Club, y accedo a las calles de Chorrillos por la subida que hay al frente a este club. Pero no entro a la ciudad, continuo por el malecón superior y encamino hacia la playa La Herradura, otrora preferida por la juventud, de los tiempos A en el día, y por las parejas en las noches.
Antes de arribar a ella, paso por el Salto del Fraile, un peñasco como partido por la mitad unida por una especie de puente natural. Cuenta la historia, y en parte la leyenda, que en los años de la naciente republica un amor incomprendido tuvo el final trágico del salto de un fraile, enajenado por la partida de la amante, desde lo alto del peñasco al abismo de fuerte rompientes en la mar.
En ese tiempo un paraje solitario de gente, es hoy un punto de encuentro para quienes quieren ver en vivo y directo como un emulo del dicho fraile se arroja a las bravías aguas del mar desde lo alto del peñasco, con sotana y todo, una, dos, o las veces necesarias, para satisfacer la expectativa de los presentes. A mi particularmente me impresiona, claro, el arrojo del ocasional fraile, pero más no deja de asombrarme la rapidez con que trepa por las salientes de las rocas, cual araña marina, A veces me ha parecido que sube más rápido de lo que cae al vacío.
A un lado del tradicional lugar, el restaurante “El Salto del Fraile” cuenta ya algunas decenas de inaugurado.
Al final de La Herradura, siguiendo el camino podría acceder al túnel por el cual los vehículos salían de la playa y reentraban a la ciudad. Prefiero los caminos de subida al Morro Solar. No utilizo el sendero de la “Vía Crucis” por las vueltas y contra vueltas que va dando para cubrir las doce Estaciones; prefiero ir cortando la ruta vehicular hasta asomar a la rotonda de la Virgen, en donde una oración de agradecimiento por el recorrido sin novedad, y una mirada al mar y hasta donde abarca mi vista, desde esa altura, al conjunto de distritos, avenidas, calles y gente que cual hormigas van y vienen en silencio, en el silencio provocado por la distancia y esa brisa marina, refrescante y ensoñadora.
A unos pasos de ahí, el monumento al Soldado Desconocido. Homenaje en uno a todos los soldados de aquí y de todo el mundo, que por ese mal aprovechado sentimiento nacionalista de amar lo que se cree suyo, siguen la mayor de las sinrazones que significa una guerra. Dejó atrás el aturdimiento de un gastado eco de gritos y arengas de batalla y de las balas que en algún momento allí se dispararon.
Paso de largo por frente a la puerta el Observatorio Astronómico, cerrado a esa hora, en medio del silencioso viento de esas alturas. Miro hacia la cumbre y no me falta mucho por coronarla. Es poco más del medio día y mi barriguita pide algo, alguito… un pancito siquiera.
Este último tramo es más empinado, y aunque no hay apuro subo casi corriendo sintiendo el roce del viento en la cara, en los brazos. El cielo azul me llama y voy hacia él, hasta llegar casi jadeando hasta la cruz que enseñorea la cumbre del Morro Solar.
Allí puedo observar desde todas sus vertientes. La ciudad por allá; La Herradura por aquí; la otrora Hacienda Villa más allá y a su lado, hacia el mar, la solitaria playa de la Chira, casi siempre visitada sólo por pescadores artesanales y aquellos acostumbrados a riesgos mayores.
El silencio casi se puedo escuchar, sentir, palpar, lo siento como una cúpula que me cubre en esas alturas. Me gustaría vivir en un lugar así, en donde pueda escoger que decir para sólo eso oír.
Sacudo la cabeza sin lograr extraerme de mí soñar… el hambre que mi estomago siente si lo consigue.
Retrocedo hasta la roca sobre la cual esta erigida la vieja y solitaria Cruz de madera. Me siento en el suelo, al pie de ella, abro mi morral e… inmóvil veo que me equivoqué y dejé a mama los cinco panes y solo me traje los dos... que iba a dejarle.
¡¡¡Para almorzar sólo tengo esos dos panes…!!! Miro la cruz, levanto la mirada al cielo, entorno los ojos y digo, pido, casi reclamo: ¿Señor, entonces… y los cinco peces?
|