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Inicio / Cuenteros Locales / JoseLuis16 / Negro y Café (IV)

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¡Qué carajos crees que haces! Deja de caminar, idiota. Detente, detente, eso, poco a poco, alto total.
Piensa sólo un segundo lo que hiciste; has permitido que esos desgraciados dominen tu pensar y dobleguen tu razonamiento.
Vamos a ver, primero modera tu respiración que ningún beneficio te dejará.
Bien. Sabemos que ESOS le dan un poco de sabor a cualquier unión de la especie, pero recuerda que todo en exceso hace daño. Es apenas la primera vez que te enojas por algo así; no quiero que pienses que es común, de hecho, está mal.
¡Despierta, cariño! Aunque la naturaleza imponga su dureza debes mostrar entereza ante tales actos de tristeza.

Se encaminó a una tierna banca de madera (que en realidad era plástico pintado de café) y se acostó a contemplar el techo de dicho objeto (también de plástico).
Al lado de ésa había un sendero de grava suelta por donde desfilaban jóvenes en busca de algo que ni siquiera ellos sabían qué era, señoras con atuendos comunes que rayaban lo aburrido al conformarse sólo por licra, tenis deportivos, audífonos y lentes oscuros, pájaros de toda clase empapándose en los charcos improvisados, uno que otro perro en compañía de su dueño, no a la inversa dada la velocidad del cuadrúpedo respecto a la del humano.
Basta de huevonear, pensó ÉL. Pegó tremendo brinco de la banca que casi lo traiciona el equilibrio al caer sobre el camino de grava suelta. Salió del parque representativo de la colonia Condesa; decidió andar hacia Insurgentes, caminar le caería bien.
Entró a una Porrua en la avenida antes mencionada; era similar a un pasillo del metro, la misma incomodidad, el mismo olor, el mismo calor, el mismo sentimiento de no debería estar aquí.
Un libro de Weber, dos de John Green, uno de Hegel, cuatro de Blue Jeans, uno de Goethe, cinco de Moccia (o como se escriba). De pronto sintió una especie de mareo, una sensación de que todo se le iba a salir por el tracto digestivo.
¡Puta madre! Maldito café cargado, no debí pedirlo doble.
Cada intento de eructo era un intento de volver la comida; sentía el bolo alimenticio en la garganta. Tuvo que salir corriendo de la librería. Abandonó el lugar como alma que lleva el diablo; con las dos manos se agarraba, o fingía agarrase, el estómago. No sabía que era peor, las nauseas por la doble ración de americano sin azúcar o el simple recuerdo de ella con aquel.
No podía más; las ganas de vomitar carcomían su ser al grado que, desesperado, entró a un restaurante de comida vegetariana llamado El rincón verde:

-Señorita, ¿puedo usar su baño?
-Sólo para clientes, joven.
-¡Es una emergencia!
-Lo siento, reglas son reglas.
ÉL estaba a punto de devolver todo lo ingerido hasta que oyó una voz no tan familiar:
—¿Tú?

Texto agregado el 04-04-2015, y leído por 74 visitantes. (1 voto)


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