Rumores que matan
-¡Santiago ha muerto!- gritó Mariano para disponerse a pulsar el timbre de una puerta- ¡Los gusanos están saliendo al rellano desde el interior de su piso! ¡Se ha muerto! -tomó aire- ¡Yo lo he visto! ¡He visto los gusanos saliendo por debajo de su puerta!
Mariano soltó la nueva de puerta en puerta y los vecinos se concentraron, aterrados, en el amplio descansillo del tercer piso.
-¡Dios mío! - gritaron todos a una al contemplar la maraña de gusanos que se arrastraban lentamente desde el interior del piso de Santiago en dirección al vestíbulo-. ¡Dios mío, qué espanto!
-¡Pobre hombre! - exclamó María tapándose la boca.
-¿Cómo es posible?- preguntó Mariano adoptando un gesto de profundo desagrado-.¿ Y el perro, se habrá muerto también?
-Probablemente-señaló Agustín profundamente consternado- Eran uña y carne. El uno habrá muerto de enfermedad y el otro, de tristeza. ¡Valiente par de dos!
Iba para varios días ya que no escuchaban de recitar poemas a Santiago ni de ladrar a su perro Tinín, un can de hechura pequeña con bastante mal genio.
Que ellos supieran, sacó la pensión del banco el pasado lunes y jugó al tute por la tarde en el bar de Felipe, como tenía por costumbre desde que disfrutara de la jubilación.
Carmen, su vecina de puerta con pared, aseguró haberle visto en el balcón el martes siguiente. Afirmó además que el miércoles por la noche tosió en gordo y que debió de vomitar la cena, en vista de las arcadas que le produjo la tos.
Apuntó Antonio que el jueves se cruzó con él en la escalera y que a juzgar por su aspecto, pálido y cansino, algún mal virus le andaba rondando para desgracia de la poca vida que le quedaba.
-¡Pobre hombre! - exclamó María para dejar lanzar un suspiro-Qué final tan triste. ¡Con lo amable y educado que era!
-Y solo, que eso si que es triste-. aclaró Asunción para limpiarse una lágrima.
-¡Ay, Señor! No somos nadie.
Repuesto del impacto visual, el presidente de la comunidad llamó al orden para despejar el alboroto
-A ver, por favor, cálmense. Pese a lo triste y desagradable del asunto, hemos de guardar la calma. Lo primero que tenemos que hacer es avisar a la policía.
-Ya la he avisado yo- advirtió Domingo, un hombre de mediana edad e hígado noduloso que apenas se relaccionaba con nadie- Están de camino.
Se hizo el silencio. Y tan callado era, que incluso pudieron escuchar la digestión de los gusanos y el estallido de la carne rompiéndose a trizas por el efecto de sus mordiscos.
-Es repugnante-opinó Consuelo para darse aire con el abanico.
-¿Cuánto tiempo llevará muerto?-preguntó Julián.
-Desde el viernes, supongo-contestó Antonio pasándose la mano por los labios-. Hará una semana, más o menos. Este maldito calor habrá descompuesto los cuerpos y de ahí los gusanos esos...
-Habrá muerto en su cama-exclamó María-. ¡Pobrecito!
-O en la bañera, mientras recitaba eso de ¿qué es poesía? Dices, clavando tu...
El presidente interrumpió bruscamente a Julián.
-No está bien que recite usted en tono de mofa el poema favorito de Santiago. Me parece una absoluta falta de respeto.
-Eso es lo que piensa usted, señor presidente. Yo creo que es una forma de quitarle hierro al asunto.
-Don Emilio tiene razón, Julián- adujo María disgustada- Es una clarísima falta de respeto. ¡Qué calor, por Dios!
De seguido, escucharon el traqueterar de unos zapatos subír a pasos apresurados los escalones del primero, segundo y tercer piso.
-Ya estan aquí.
-Despejen la zona, por favor-ordenó el policía de mayor edad- Abran paso, señores. Abran paso.
Recularon un tanto para abrír un hueco donde los agentes pudieran proceder con sus investigaciones.
-Si, son gusanos-dedujo el agente más joven embutido en su uniforme de faena-. Hay que llamar a un cerrajero y a una ambulancia.
-¡Yo tengo una copia de la llave!- aclaró Carmen - Me la dejó por si los despistes y ya ve.
-¿Podría hacerme entrega de ella, si es usted tan amable?
-Por supuesto-sacó un manojo de llaves del bolsillo de su delantal y se las entregó al agente-. Esta de aquí es. La pinté de verde para no confundirla con las demás. ¡Como tengo tantas!
-Gracias, muy amable.
-A ver, por favor- prosiguió el agente de mayor edad-¿Dicen ustedes que no saben nada de don Santiago desde el jueves?
-Así es -se apresuró en aclarar Antonio-. Yo lo vi por última vez el jueves por la mañana. Cruzó un par de frases conmigo en la escalera y se marchó. Desde entonces, nadie en el edificio ha vuelto a saber nada de él- se pasó la mano por el cuello- Este calor es axfisiante, válgame el cielo.
Iba el agente a interrogar nuevamente a Antonio cuando el ladrido de un perro retumbó en el portal.
-¡Por fin en casa, Tinín! - exclamó una voz anciana entre resoplos de fatiga y medias risas- Buf...qué cansado estoy. No estamos ya para estos trotes, amigo. Para el próximo verano, instalamos el aire acondicionado y nos quedamos en casa tan ricamente. Ya lo verás.
Nadie habló. Ni siquiera el agobiante calor del mes de agosto les hizo reaccionar. Impávidos, se miraron los unos a los otros sin tan siquiera pestañear.
Cuando Santiago alcanzó el tercer piso, dejó de sonreir y frunció el ceño.
-¿Qué pasa aqui?- preguntó asustado a la que el perro olisqueaba la bota de uno de los agentes. María y Consuelo se echaron a llorar. En el rostro de Domingo y de Antonio se acomodó un gesto de cierta decepción.
-¡Santiago, está usted vivo!- dijo Carmen apresurándose a darle un abrazo- ¡Qué alegría!
-¿Cómo?- preguntó sin dar crédito a lo que escuchaba. El agente de policía más joven resolvió aclarar sus dudas señalando los gusanos apilados junto a su puerta.
-¡Pero por Dios! ¿Qué diablos es esto?
-Abrá usted la puerta, si es tan amable-le ordenó el agente de mayor edad.
Santiago sorteó como pudo los gusanos e introdujo la llave en la cerradura de la puerta. El perro olisqueó el aire y se metió en la casa como si la cosa no fuese con él.
-Oh, qué despiste el mío...-exclamó el anciano pulsando el interruptor general-. Esta cabeza mía me va a buscar la ruina...¡Pues no voy y desconecto los plomos dejando el frigorífico cerrado y con la carne cruda dentro! ¡Qué desastre, por Dios! Qué desastre...La semana pasada me fuí unos dias de vacaciones y...- se excusó-. Vaya, si que la he liado buena ¿no?
Todos protestaron a una, pero sólo Domingo se atrevió a regañarle.
-Pues la próxima vez tenga usted más cuidado, hombre, que hemos tenido que llamar a la policía porque pensábamos que usted y el perro se habían muerto ahi dentro- miró los gusanos-. ¡Y esta porquería! Límpiela usted antes de que se nos coman vivos a todos.
Santiago se rascó la sien. Guardó la compostura durante unos segundos y después soltó una carcajada.
-¿Que Tinin y yo nos habíamos muerto? -se rió de nuevo- ¿Pensaron que los gusanos....ja, ja, ja...? Perdón, perdón es que no puedo, ja, ja, ja...
Los agentes se retiraron con una nueva falsa alarma que añadir a su colección de alarmas falsas. Los vecinos regresaron enfadados a sus nidos y Santiago limpió la porquería mientras las oscuras golondrinas volvieron sus nidos a colgar.
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