La luz se desvanecía en la constelación de sus ojos diurnos. En el mundo de sus cabellos revueltos, los días eran espejismos fortuitos. Se distanciaba y contraía en la sempiterna dimensión. Como un deteriorado reloj, las horas corrían lentas. Desarmado al ritmo de un relámpago, la cama es un vehículo espacial. Al principio era una masa rocosa, con leves indicios de vida. Aparecieron en un abracadabra mágico. Como una isla, en la nada. Las rocas latían con pulsión imperecedera, se desmaterializaron dándole lugar a las coníferas y vida animal. Existe en el soñar cierta comodidad placentera.
Pronunció las palabras exactas, mas no podía pedir. Si fue un acto inconsciente, los astros agradecieron su valentía al darse cuenta que eran convocados. Lanzó el juramento, alineando los planetas a su comodidad. Una plegaria hubiera servido de consuelo. Cuando todo se desvaneció, quedaron recuerdos parciales del mundo que no son fáciles de olvidar.
Los pájaros nocturnos huyen en bandada rozando el infinito con sus alas heridas derramando una sustancia verde. Sin embargo, el camino es color sangre como la existencia. El silbido del viento nace en el cielo de la boca del monstruo.
Antes de venir, anotaste en tu cuaderno: "Si vamos al bosque encantado, encontraremos una legión de criaturas fascinantes. Ellas habitan el lugar desde los tiempos en que sólo vivían las culebras de tres cabezas. La rojiza vegetación tupida es de ensueño. En el oeste, la llanura azul termina en el abismo, desde donde se divisa un océano fértil. En el candor de sus aguas, se esconden lujuriosos pulpos de diez ojos. Los peces tricolores de múltiples branquias nadan en su superficie por la noche. Mirando hacia el este, en lo profundo del valle de las sombras se levanta el laberinto de los perdidos. Allí se encuentra el libro del poder mágico, custodiado por el succionador de almas muertas. Hacia el norte, el desierto animado es la zona virgen de angustia y desesperación por excelencia. En el sur, está el repositorio de almas. Ellas vuelven al centro de su existencia cada diez horas. La isla cambia de posición cada tres días. Es fácil perderse y difícil orientarse. Su localización exacta es un misterio, no aparece en los mapas. A veces, aparece iluminada tenuemente, y otras veces permanece a oscuras. Puede que una mitad de ese mundo sea oscura y la otra con luz".
Nos tomamos de las manos. La energía fluye por nuestros locos átomos. Avanzamos con pasos cansados. Sentimos la tristeza. La naturaleza desprende el sentimiento que los caminantes están condenados a sentir. Arranco una rosa negra y siento la espina. El dolor es tan real como la vida misma. Te la obsequio y ves los puntos luminosos de polen flotando por el éter.
El temblor abre la tierra en dos. Aparece una criatura envuelta por rayos eléctricos que nos advierte de los peligros de este dulce mundo. La cómica criatura nos guía a un ataúd de piedra. Dentro de él yace el cuerpo de una mujer petrificada. Debajo de su ojo izquierdo, hay una lágrima blanca reseca. En su rostro vimos la tristeza, ausente, vacía, temerosa. En su cuerpo podemos leer: "El castillo de las penumbras, mi última morada". A los pies de su tumba se lee el siguiente epitafio: "Por la eternidad"
Se despierta en ti la curiosidad. Insistes en saber que le ocurrió. Nos dirigimos al castillo de las penumbras, situado en el páramo desolado. Acaricio el áspero mármol y hallo la puerta de entrada. No encontrábamos la forma de ingresar a sus entrañas. Se te ocurrió que para abrirla podía intentarse pronunciando las palabras: "Por la eternidad".
Decidida, las recitaste con un fuerte tono de voz y la puerta cedió dócil como un abanico. Estamos frente al hall. En el fondo hay una escalera forrada de alfombra negra. Las paredes son añejas, sin embargo, no parecen haber sufrido el paso del tiempo. Del techo cuelgan enormes candelabros. Los ventanales se iluminan proyectando extrañas sombras. La tormenta no quiere amainar. Nos adentramos más y en la habitación contigua se ve una Biblioteca. El eco de nuestros pasos es ensordecedor, tal vez, una simple ilusión de nuestros oídos. Mientras descanso en un viejo diván, observas los libros que hay en los estantes y te llama la atención uno de lomo negro. Lo bajas y sus tapas son gruesas y de terciopelo. Lo abres y ves fotos viejas de una mujer en la plenitud de su vida. Acompañadas de texto escrito con pulso febril. En la parte superior de la hoja garabateado en letras cursivas dice: "La historia de mi vida". Comienzas a leerlo...
Entonces escuchas la fuerte voz que te dice: "El que sabe pensar, pero no sabe expresar lo que piensa, está en el mismo nivel que el que no sabe pensar."
Conozco esa frase dices, con mirada de asombro, ¿Eres tú Pericles?
-No, disculpa que te distraiga, continúa leyendo… en este sitio las paredes hablan.
Las páginas del libro comenzaron a moverse al compás de tus suaves dedos, apoyas la palma de tu mano en una hoja, sientes temor de lo que esconde el libro, ya que todo libro esconde una verdad, que ahora despierta y se descubre ante tus ojos curiosos. Lees una página y otra, y sigues descubriendo, palabra a palabra, oración tras oración, párrafo tras párrafo, la belleza y la fealdad, la luz y oscuridad y la sombra, las miserias y las desdichas, la alegría y la tristeza que refleja el libro y que no es otra cosa que las circunstancias y los momentos y sentires, hasta los más intensos de la historia de tu vida.
-¿Cómo es esto posible? – te preguntas.
Y entonces escuchas nuevamente una voz que te dice: ¿Aún quieres saber que le pasó a la princesa?
-Sí, respondes, decidida. –Llévame.
Tomados de la mano, nos trasladamos.
-Observa lo que ocurrirá. La mujer está esperando a su príncipe, y el no viene, está desesperada…
-¿Por qué?
-La guerra terminó y él está por regresar…
-¡Está muy triste!
-No podemos intervenir.
La mujer está llorando, una lágrima blanca rueda por su pómulo y se convierte en piedra.
-¿Pero cómo es eso posible?
-No debió ofrecer su suerte a cambio…
-¿A cambio de qué?
-De su vida…ella le ofreció al Dios de los deseos su alma a cambio de que el regresara, pero se convertiría en piedra, y cuando el príncipe llegara y la viera, al besar su cuerpo petrificado, ella volvería a convertirse en su amada princesa.
Pero el príncipe llega y se encuentra con un ataúd, entonces lo lleva hasta el castillo de las penumbras, y coloca el epitafio: “Por la eternidad”.
Ella aún sigue esperando el beso del príncipe…
-¡Qué triste!
Volvemos a la biblioteca, y sigues leyendo… pero lo dejas caer ya que te encuentras cansada y te duele la cabeza. Entonces te arrodillas, extiendes tu brazo, levantas la mano y dices: “no sé qué me pasa”
De tu ojo izquierdo comienza a rodar una lágrima y murmuras: “Amor, dame un beso”.
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