El hombre más grande de todas las eras
a la cima de la montaña de Sinaí ascendió,
estuvo en su oasis de relajación
meditando acerca de su crucifixión,
tenía su mente elevada
y puesta en otra dimensión.
Hablaba en parábolas y no lo entendían,
sólo él podía ver lo que nadie veía.
Al descender de la montaña
ya sabía lo que pasaría,
uno de sus discípulos tres veces lo negaría
y otro lo vendería.
Por sus poros saldría la sangre que derramaría
y por la salvación del mundo moriría,
ya eso estaba escrito y él lo sabía
por ser el profeta y el elegido mesías.