Mientras duermes, algo raro sucede alrededor.
Dando vueltas, los dioses circundan tus labios
con efusiva perseverancia, delicados, te asedian
espectadores de tus respiros y poses nocturnas.
Con verte y oírte, invierten a gusto su satisfacción,
relegándome para mirarte, a la vereda de enfrente,
donde se pierden los pasos quitándome tiempos,
dejando una vez más, un chato vacío en el vivir.
En ese tiempo del tiempo, me promulgo cismático,
agravio a los hombres sacrosantos y sus templos,
pregono un desconocido ateísmo sin semblantes.
En tanto la envidia, denigrada dictadora, me corroe
en la infecunda marea de los temores pesarosos,
donde no puedo subyugar los desangrantes celos,
y retorno, suplicante acólito, a que condesciendan
a darme la gracia de permitir que pernocte a tu lado.
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