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AMANECÍ CUBRIÉNDOME los ojos con las manos; asustado, con la respiración acelerada. Soñé que en mi vida se había cruzado un enano jugador de lanzas y armas de fuego. En una de sus travesuras, el paticorto creyéndose Cupido, atravesó, con una de sus flechas, mi ojo izquierdo y quedé así para siempre.

Yo creo en la suerte. Creo en el refrán que dice: "Unos nacen con estrella y otros, estrellados”. Creo en los horóscopos. Creo en la lectura de naipes y líneas de la mano, sobre todo cuando lo hacen las gitanas.

Cuando leo el periódico del día, lo primero que hago es ir a la sección de pasatiempos. Siempre hubo coincidencias y gané varias rifas en el colegio apostando al número de suerte que me sugería el diario.

La pasé muy bien con mis amigos cuando vestí con el color de ropa que me indicaba el tarot. También me libré de las aves de malagüero cumpliendo, a pies juntillas, lo que me advertían estas lecturas que emocionaban mi espíritu.

Como todo tiene su tiempo, el mío llegó con el sueño de aquella noche de miércoles cenizas, en plena celebración del carnaval.

Conté el sueño a mi familia pero nadie le dio importancia. Compré todos los periódicos del quiosco de la esquina pero allí mi horóscopo no advertía nada de lo que había soñado. ¿Cómo iban a decir algo los diarios si son muy generales en sus lecturas cuando de adivinar la suerte se trata? ¡Los sueños son otra cosa, son personales, son anuncios malos o buenos, son verdades contundentes de las cuales puedes escapar siempre y cuando sepas interpretarlos, como hicieron los adivinos con los sueños de las vacas flacas y las vacas gordas de un antiguo faraón! Además, no podían hablar de mi sueño porque cuando ocurrió, ellos ya habían cerrado la edición.

No tuve tiempo de acudir a las gitanas. Mi experiencia con los horóscopos me ayudó a interpretar mi sueño y pude salvar lo más preciado de un ser humano: su vista, la irremplazable niña de los ojos.

Descorazonado, salí en busca del enano criminal. Parado en una esquina, a diez cuadras de casa, conversaba tranquilo. Cuando lo agarré del cuello, me miró sorprendido como si no matara una mosca. Con la mano derecha saqué el cuchillo de cocina que llevaba bajo mi camisa para después clavarlo, cinco veces, a la altura de su diminuto ombligo.

Despacio, como en una escena de cámara lenta, cayó el enano. Regresé a casa corriendo con el cuchillo ensangrentado. Después, ya todos lo saben, llegó la policía en mi búsqueda y ahora ya cumplí diez de los quince años que dictaminara el Juez. Pero, para suerte mía, mis ojos viven aún para responder, alegres, los guiños que hago frente al espejo del baño de la cárcel. Hoy, en el diario, mi horóscopo recomienda el número siete como número de suerte, el púrpura como color favorito y el chocolate como mi sabor especial. ¡Hoy es mi día!

Texto agregado el 26-03-2015, y leído por 163 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-03-2015 Este cuento lo había leído. Jjaja! Yo te imaginé en la cárcel. Creo que de fondo, trasmites una sátira para los supersticiosos. Van mis estrellas en vuelo. girouette-
 
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