En la casa de la familia Leiva se respiraba un aire de silencio y tranquilidad. No había nadie en la pequeña, humilde e hipotecada casa.
Hasta que llegó Sandy.
Sandy entró a la casa por la fuerza. Había estado más de 5 meses fuera y, al parecer a ninguno de sus padres le había importados. La sala era pequeña con solo tres muebles, una mesita de noche y un televisor pequeño. Lo que sobraba eran cuadros de fotos, habían como diez en toda la sala apoyadas encima de un pequeño armario donde también habían varios libros viejos.
La gran mayoría de las fotos eran viejas de los padres de Sandy. Aunque las había visto más de 20 veces no dejaba de sorprenderle la enorme sonrisa que posaba en sus bocas, estaban realmente felices. Luego vio la última foto del último cumpleaños de Sandy y vio que ellos tenían una expresión de lo más apática y triste. Sandy sonrió pensando que era el resultado de una vida de sueños destruidos, esperanzas desquebrajadas y trabajos aburridos.
Luego descubrió la verdad. Cuando miró la foto otra vez enfocándose más en ella misma. Siempre le había gustado sus fotografías, siempre sonriente, haciendo poses de lo más provocativas, o haciendo poses de lo más cómicas. Aunque su favorita era una foto que había tomado de su celular cuando quemaba una enorme pila de hojas bond y periódico en el jardín de su casa. Su novio Richard le tomó la foto. Al ver su foto de cumpleaños notó que habían pegado un pequeño pedacito de papel en su cara tapándola completamente.
- ¿Qué demonios?- Sandy estaba sorprendida.
Miró otros pequeño cuadro, todos estaba así. Sus fotos en su viaje a Ica, su pequeño paseo al parque de diversiones, y así varias fotos de fiestas y reuniones. Buscó en el armario el pequeño álbum de fotos familiar y comenzó a revisar. En todas las malditas fotos su rostro estaba tapado con papel bond, incluso una con papel higiénico. Su graduación de la secundaria, su primer día de clases, su festival de baile y un sinnúmero de cumpleaños en los que la protagonista era un persona anónima con el rostro cubierto.
- Acaso no pudieron esperar más tiempo para poder tapar cualquier hoyo de mi existencia, espero que no le hayan hecho nada a mi cuarto- Sandy estaba furiosa, con una especie de ira asesina. Necesitaba quemar algo sino se iba a volver loca.
Una especie de alarma saltó dentro de su cerebro. ¡Su cuarto!, de seguro lo han quemado antes que a ella siquiera se le ocurriera. Fue lo más rápido que pudo hasta entrar y lo que vio la dejó sin palabras.
Había una cama, había una mesa con una laptop, había un ropero lleno de ropa, sin embargo esa habitación no era su cuarto. Donde estaba la frazada anaranjada con la que había dormido desde pequeña, donde estaban sus posters de sus bandas favoritas que adornaban su cuarto, antes la pintura de las paredes era de un violeta azulado, aunque nunca le llegó a gustar del todo pudo acostumbrarse, ahora está pintada de un blanco insípido y aburrido. Ahora solo faltaba que hayan tirado su colección de cenizas.
- ¡Puta madre! Mi colección de cenizas- dijo Sandy de lo más preocupada. Que Dios se apiade de su alma si han osado tirar su más preciado bien.
Revisó por todo el cuarto, sin embargo no encontró nada. Ahora si estaba molesta. Cogió toda la ropa del armario y la tiró al suelo, algunos polos si los hizo pedazos pues eran los más fáciles de romper. Rompió todos los libros, excepto un libro sobre la combustión espontanea, ese lo iba a leer para después. Y para cerrar con broche de oro tiró la laptop al piso haciendo un ruido de lo más seco.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Primero tapar su rostro en las fotos de los hechos más importantes de su vida ¿Acaso era fea? Quitó esa idea de su cabeza unos segundos después, ella se veía en el espejo todos los días.
Era hermosa, con su pelo negro corto que le tapaba toda la frente y parte de los ojos, su cara aunque llena de pecas la hacían lucir diferentes en comparación con otras chicas que se llenaban la cara de maquillaje que solo las supermodelos de moda recomendaban, aunque había comido de más no se sentía gorda, solo un poco subidita de peso. No, no era fea. Seguramente sus padres la odiaban, quiso quitar también esa idea de la cabeza pero no pudo, tenía razón.
Luego desaparecer y, quizá, destruir todas sus cosas. Alquilar, casi de inmediato, su cuarto para que algún desconocido duerma en su cama, use su armario y se siente en su silla donde ella no hacía sus tareas todas las noches.
Y lo peor, tirar su colección de cenizas. Desde hace más de 8 años Sandy tuvo una enorme fascinación por el fuego desde el día que vio “Llamaradas” por televisión. Había quemado desde papel, pasando por plástico, terminando por ropa. Ella guardaba las cenizas de cualquier objeto diferente que quemaba, aunque todas eran más o menos iguales Sandy siempre veía algún aspecto por muy pequeño que fuera que la diferenciaba en algo. Había guardado más de 50 pequeños franquitos llenos de cenizas de varios tipos de papel: bond, periódico, de regalo, manteca, etc. Al igual con el plástico y los distintos tipos de tela, mayormente ropa de sus padres, que encontraba.
Era su bien más preciado y sentía la mayor de las rabias al solo pensar que estaba esparcida en algún basural como si se tratase de la cenizas de algún muerto.
Al parecer su venganza había empezado, primero destruyendo las cosas del nuevo inquilino. Segundo: quemar la casa. Sandy nunca estuvo muy bien de la cabeza que digamos. Cuando estuvo reuniendo los muebles suficientes para empezar el infierno en la tierra, una idea le pasó por la cabeza.
¿Por qué no primero asustarlos? Hacerles creer que su tranquilidad y felicidad habían llegado a su fin, llevarlo a mundo de desesperación y miseria…y después quemar la casa. Dejo de acumular y apilar muebles y fue a la cocina.
Regresó con un enorme paquete de kétchup y tirándolo todo por el aire comenzó a escribir.
El matrimonio Leiva regresaba del supermercado, acompañado de Eduardo, un joven universitario que necesitaba una habitación cerca de su universidad. Los Leiva le trataron como si fuera un hijo, un nuevo miembro de la familia, uno mejor que el tenían antes. Eduardo los aceptó e hizo todo lo posible por hacer de esta relación lo más feliz posible consiguiendo buenos resultados estos últimos cinco meses, por eso era él el que llevaba casi todos los paquetes.
Cuando entraron los tres se quedaron estupefactos, los
muebles estaban apilados en un solo lugar, las fotos estaban desordenadas y una extraña baba blanquecina inundaba grandes espacio del suelo y las paredes, cuando fueron avanzando más y más por la sala lo que vieron hizo que todo lo antes presenciado no importara.
Una enorme nota escrita con la peor caligrafía del idioma español. Casi ilegible excepto por el matrimonio. Ellos reconocían la letra desde cualquier parte del mundo y de otros mundos. Era la letra de Sandy.
- ¡No puede ser!- dijo la señora Leiva con los ojos cubiertos de lagrimas. Parecía que estaban en una pesadilla de la cual era difícil despertar.
“Queridos mamá y papá ya vi lo que le hicieron a las fotos, también lo que le hicieron a mi cuarto y que tiraron mi colección de cenizas. Pues aunque les pese he regresado y jamás me iré (mientras Sandy escribía esa parte no dejaba de aguantarse la risa)a”.
El plan diabólico de Sandy estaba funcionando a la perfección. Ahora solo faltaba el toque final. Ella estaba escondida en un armario esperando el momento perfecto cual depredador ataca a su presa. Es entonces que dio un salto y gritó.
- ¡Sorpresa!- con el tono más fuerte y efusivo que pudo.
Nadie la vio, solo vieron un armario abriéndose solo mientras varios restos de esa masa blanquecina caían por el suelo ensuciándolo todo. Sandy había muerto hace más de cinco meses en un incendio que ella misma había provocado en una casa abandonada.
La madre y gritó tan fuerte que al parecer ese grito acabó con todas sus fuerzas porque se desmayó de inmediato. El padre la sostuvo lo mucho que pudo pero su enorme peso le ganaba así que la dejó caer lo más suave que pudo.
Eduardo llamó a emergencias. Nadie quería permanecer en esta casa ningún minuto más así que con un enorme esfuerzo sacaron a la rechoncha mujer afuera de la casa.
- La verdad no me esperaba eso- dijo Sandy pasándose la mano por la barbilla.
La ambulancia se había tomado su tiempo pero había conseguido llegar. Los paramédicos la subieron a la camilla y se la llevaron al instante dejando a señor Leiva y a Eduardo. Ambos se quedaron mirando al horizonte viendo como el vehículo se alejaba rápidamente de ellos.
Eduardo trataba de consolar al pobre señor Leiva que no paraba de mirar al cielo y decir: “En que fallé Señor, porque me haces esto”. Es entonces que lo sintió.
La mano de Sandy tocaba su huesudo hombro, era una mano helada que solo lo hacía sudar en todo el rostro y una especie de mensaje eléctrico pasaba por su medula espinal llegando hasta el cerebro diciendo: “Ha llegado el momento del pánico”.
- Vaya, vaya, vaya siempre supe que mamá estaba mal de corazón por no sabía que tanto- susurró Sandy en el oído de su padre.
La escuchar estas palabra solo pudo hacer una cosa: Detener su corazón y desmayarse frente a Eduardo.
Eduardo ya estaba más que asustado así que salió corriendo de la aterradora casa y la maldita familia.
Mientras corría una especie de ápice de bondad le ganaba al temor así que sacó su celular y llamó a otra ambulancia, pero no se quedó a mirar si llegaban
Sandy miró el presumible cadáver de su padre tumbado en el suelo con la boca cubierta de paso.
- Solo queda una cosa por hacer- sentenció Sandy con una sonrisa que podría competir con la del mejor psicópata de la tele.
La casa ardía. Era todo un maravilloso espectáculo de luces y calor que irradiaba por el cuerpo de toda la multitud de personas que se acercaban a ver. Los aguafiestas de los bomberos hacían todo lo posible por apagar el fuego pero no fue tan fácil como se esperaba, las llamas estaban entrando a un árbol quemando poco a poco sus pequeñas hojas.
Sandy cruzaba los dedos sonriente como diciendo: “Esta es mi obra maestra y esta vez no morí en el intento”.
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