NOCHE DE PLACER
Pasaron la noche en un cuarto de motel donde el mobiliario y el ambiente les recordaban todo y les decían nada. Era tal el desarraigo de ambos que aquel encuentro corporal significaba una encrucijada de la cual podrían renacer de la vorágine de su vida actual. El encuentro fue apasionado, ardiente, a pesar de la inmensa soledad albergada por ambos en su interior.
Después del coito él y ella permanecieron en silencio obstinados en mirar el techo de la habitación, ni siquiera intentaron el aseo tan necesario en esos casos, sus fluidos corporales se resecaron en sus partes pudendas y una mosca acudió al festín convocada por la tácita invitación.
Continuaron en sus letargos inmersos cada cual en un monólogo interior que de ningún modo nacía de una actitud contemplativa, sino de una situación problemática y angustiosa. En medio de la soledad acompañada del uno con la otra, tan cerca y tan distantes compartiendo el endeble aislamiento de aquella habitación, aislamiento roto de vez en vez por el crujido acompasado de la cama del cuarto de al lado y aquellos suspiros y quejidos, sinfonía que bien pudiera erotizar a muchos, pero a ellos les era indiferente.
Estoy cansado, —se decía él— muy cansado de esta vida de mierda, aplastante y rutinaria, sin emociones ni vivencias fuera de lo común. Lo mismo de siempre, la monotonía constante, sin amor ni ilusiones, tampoco amigos, pues conmigo aplica muy bien aquello de “quien no buscó amigos en la alegría, en la desgracia no los pida”. Ya ni el sexo me satisface tanto, es demasiado efímero el éxtasis para complacerme totalmente, pero no por ello me reprimo, porque quienes reprimen su deseo son aquellos cuyo deseo es bastante débil para poder ser reprimido. Ahora mismo acabo de hacerlo y fue como sumergirme en un hoyo profundo de mi ser y buscar en la cavidad abisal de ella la razón tal vez sin razón de mi lujuria. Fue una implosión-explosión de los sentidos, sólo de los sentidos, pues ahora que lo razono me parece fue una porquería de acto sexual. Debo hacerlo, es necesario, imperante, buscar una manera “más razonada” de disfrutar el placer sexual.
Ella, mientras tanto, ahora adormecida por el ruido monótono del ventilador del lugar, sometida por el terco mutismo de su acompañante, expuesto su sexo cuya vellosidad púbica aun embarrada de fluidos corporales era el objetivo de la voracidad de aquella mosca tan inoportuna, así la mujer dejaba trascurrir el tiempo tejiendo y destejiendo pensamientos.
Una jamás puede librarse de sí misma —pensaba— se es lo que se es, aunque no se quiera ser. Me hice puta y así he de morir. Pero tú bien lo sabes mi Dios, antes del accidente de Edgardo que me lo dejó como una piltrafa humana era una mujer decente. Busqué por los caminos correctos sacar adelante a mi esposo enfermo y mis dos hijos, ¡eres testigo de ello mi Dios!, como también lo fuiste del asedio de los hombres quienes como bestias en celo siempre trataron de aprovecharse de mi situación, me ofrecían trabajo a cambio de sexo, ¡vaya sandez!, pretendían satisfacción sexual con cargo a la nómina de la empresa. Pasó el tiempo, sí, el tiempo concebido como la esencia misma del fracaso, el tiempo, testigo como tú, mi Dios, silente e impertérrito. Hasta no poder más y decidí no ser puta por un empleo en una empresa, sino hacer de mi cuerpo mi propia empresa y ser puta con quien y cuando se me diera la gana. Así, en medio de esa lucidez que no fue un estado de gracia, sino una desgracia digna, un mal menor en el periplo de mi vida, el cuerpo, mi cuerpo me salvó de la voracidad sexual de los hombres cuando lo convertí en objeto de trueque a cambio de dinero, mi necesidad apremiante. ¡Me importa un carajo lo que piense el mundo! No nací puta, yo nací honesta y he de morir jodida… Pero feliz por haber ayudado a mis hijos y a mi marido quienes tú pusiste mí Dios en mí camino... Ahora este hombre quien no habla sin ser mudo, prisionero de su silencio, cosa que no debe importarme porque los frutos del silencio sólo los conoce quien lo ha experimentado. Además me premia con sus larguezas, física y económica, no me importa si juega a ser mudo, sus actos hablan bien por él…
Al amanecer el hombre abandonó aquel motel, llevaba en el rostro una sonrisa de placer infinito y el miembro todavía completamente erecto goteaba semen, se fue con la mirada erotizada por el recuerdo reciente. ¡Por fin había encontrado una forma extrema de placer! Lástima no poder compartir con nadie su descubrimiento.
Dentro de la habitación, la mujer permanecía desnuda en la cama en medio de un charco de sangre donde se regodeaba golosa la mosca de toda la noche. La sangre manaba de un tajo en su cuello, ella permanecía con los ojos bien abiertos sin mirar nada, perdidos en un punto de la eternidad. No había pánico ni dolor en su semblante, sólo una gran resignación, seguramente en el último instante de su vida confirmó que no había nacido puta, pero puta iba a morir.
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Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que un placer efímero, seguido de un rápido desencanto. Arturo Schopenhauer en El Amor, Las Mujeres y la Muerte.
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