Esperaba en la calle, mojado. Los charcos a su alrededor dejaban ver su reflejo, ahí acomodó su peinado y revisó su celular. Ella no llegaba y sus nervios se dejaban ver en sus temblorosas manos. Estuvo a punto de llamarla. Fue cuando la vio. Estaba ahí, tan bella como la luna y volviéndose hacia él, agitó su mano alegremente y corrió pues el camión los dejaba. Ella lo tomó de la mano y él no pudo evitar paralizarse, lo jaló y entraron al autobús. Él pagó, y se sentaron juntos pues la suerte les sonrió para que tuvieran oportunidad de estar tan cerca. Él sudaba, ella sonreía. Platicaron de todo menos de su viaje, ella sabía a dónde iban, él no.
Llegaron a la plaza, ella vestía una falda que llegaba a sus rodillas, así que caminaba con cuidado de no mostrar más de lo que ella quería, él como todo caballero la cuidaba. Caminaron mucho, tanto que tuvieron que sentarse, él fue por unos refrescos, ella lo esperó. Seguían platicando, por lo general ella era la que hablaba, él sonreía.
Comenzó a llover, como todas las tardes de ese mes. Se escondieron debajo de un gran árbol, la lluvia no era el problema, si lo era el frío. Ella lo abrazó, implorando calor, y él sin resistirse le extendió sus brazos, brotando de su corazón un sinfín de latidos. La imprudencia de sus actos por poco le hace sentir felicidad. Él sabía que no estaría con ella mucho tiempo. La lluvia cesó, pero no su abrazo. Nunca la dejaría ir si de él dependiera. La gente pasaba, nadie se detenía, lamentablemente tampoco lo hacía el tiempo. Ella lo miro a los ojos y lo invitó a seguir caminando. El clima no mejoraba, pero así estaba bien. Era perfecto para cosechar amor.
A penas salieron de la plaza, cruzaron la calle. Él no quería, sabía lo que ocurriría al pasar por ese camino. Sus pasos no cambiaron. Antes lo había intentado, no funcionaba. Ella moría. Al cruzar moría. Sólo necesitaba cerrar los ojos para no sufrir más. Entonces ella dejaba de existir. Atropellada, apuñalada por un asaltante, bala perdida, ataque al corazón, tropezar y golpearse la cabeza, entre muchos otros. La había visto fallecer por lo menos trescientas veces. Ya no quería.
Cerró los ojos. Ella murió. Él lloró mientras despertaba.
El sueño lo aquejaba de nuevo, pero no quería dejar de tenerlo. Estaba dispuesto a verla morir, siempre y cuando estuviera con ella antes. Sintió un vacío y olvidó gran parte del sueño. Le quedó un rastro de ignorante felicidad. La noche siguiente lo iría a visitar, sin duda lo haría. Ella era hermosa. Vaya que lo era. Lamentablemente solo existía en otros mundos.
|