Atravesando los rincones carcomidos se levanta la noche, una noche más alta que todos los jardines, y su profundidad se extiende arriba de mil ojos con sus bocas: la mueca imperecedera del cielo en esta altura.
La noche es alta, bien se sabe, y si acaso se le ve como desde arriba, el vértigo que infunde a oleadas nos envuelve en un abrazo de piscina, como a Seoye, que se deja arrebatar despacio por ese murmullo de aguas estridentes: la noche humedecida como una enorme catarata. Pero ahora es más bien una presión de fondo oceánico lo que la lleva y la devuelve de adentro afuera de sí misma; así se mueve Seoye por la noche, así camina la noche a Seoye de abajo arriba.
Y eso que Seoye es una experta golondrina poseedora del secreto de moverse en las alturas, pero también a veces llega a ser (entiéndase Seoye) un movimiento de silueta fugaz sobre un fondo marino, como hoy, que ve la noche y la presiente más profunda que alta.
Lo cierto es que Seoye es eso y muchas otras cosas: Seoye como un beso desteñido; Seoye, el latir del corazón de una polilla; Seoye como un murmullo de pasos a lo lejos…, todo eso: Seoye; pero, sobre todo, Seoye como una voz (quemadura en el viento embravecido) que canta en noches como ésta para los hombres extraviados en una marea de belleza y tinieblas.
Seoye transformada en espíritu de agua; ella misma agua o sólo sumergida en la profundidad inversa de la noche en mi delirio (porque tal vez soy sólo yo quien ahora sueña que Seoye…); pero no, ella existe afuera de mis sueños y la noche es su propio mar intempestivo, que recorre fugazmente perseguida por sí misma y por algunos de los hombres de semblante pálido que también pretenden de Seoye la poesía.
Mas ella se desplaza impertérrita sobre las aguas estelares que se derraman hacia arriba, en donde nada Seoye, y en donde el silencio es un pesado saco de humo que cae estrepitosamente cuando sale con su cuerpo humedecido y desnudo de la noche para proclamar de nuevo el día. |