LAS MUCHACHITAS
Luego de pasar varios días en La Habana, regresaron al pueblo llenas de ideas nuevas, y dispuestas a luchar contra quienes no comprendían su arte. Esperaban ser las pioneras del nuevo movimiento acá en provincia, y recibir los mismos aplausos y gritos fanatizados de que eran objeto sus colegas de la capital.
Pero las cosas no resultaron tan fáciles. Muy pocos las consideraban artistas, y los encargados del orden no quisieron ni escucharlas cuando ellas humildemente fueron a pedir el permiso para montar el show. Consideraron aquello un escándalo público, y hasta las amenazaron con llevárselas presas si insistían en seguir adelante con un proyecto tan inmoral.
No obstante a esta negativa, ellas se atrevieron. Lo organizaron todo para el sábado por la noche en el patio de Zulma, la de la tienda. Pusieron luces entre las matas de mango, bancos hechos con tablas de palma, y la madera hasta alcanzó para improvisar un pequeño escenario adornado con papel de brillo. A Eduardo la alacrana lo mandaron a la puerta para recibir al público clandestino, que debía anunciarse con toques en clave. Y Tomás, el hijo de Concha, dispuso un modesto mostrador para vender a falta de té, infusión de hojas de naranja.
Desde media tarde comenzaron a arreglarse para el debut. Se probaron una y otra vez las pelucas que con tanto trabajo les confeccionara Armandito el peluquero, se pintaron las cejas y los párpados con lápices de colores y tempera, ensayaron gestos delante del espejo, y tomaron pastillas para controlar los nervios.
El público fue escaso. Pero a pesar de eso, ellas actuaron con toda la profesionalidad que pudieron asimilar de su estancia en La Habana.
La rubia hacía de Rocío Jurado. La otra de Lola Flores. Y aunque esta faraona era muchísimo más oscura que la original de Jerez de la Frontera, y por sus venas no corría ni sangre andaluza ni gitana, el único comentario en contra –y no mal intencionado- fue el de Zulma:
-¡Caramba! ¡Tienen cada cosa estas muchachitas! Yo me atrevería a jurar que Juanito es el primer negro que prefiere el flamenco a la música salsa.
Cuando el espectáculo estaba en su momento cumbre, y la Rocío y la Lola se habían unido en un dúo sacando pechos, brincando con mucho temperamento para parecer más españolas, y poniendo hasta quejidos en la voz: …”Hemos amado, dejándonos el alma en un suspiro, hemos luchado, dejándonos la piel en el camino…”, la policía que por alguna vía se enteró de lo que pasaba en la casa de Zulma, apartó violentamente a la alacrana sin respetar ninguna clave, y entrando hasta el patio, le puso fin a la fiesta a punta de pistola.
El público salió disparado. Y también las dos artistas, quienes en la confusión se cayeron entre las tablas del escenario, dejando abandonadas una teta postiza y un pedazo de bata de cola.
Todavía en tacones, pero ya sin pelucas y con la pintura chorreando por el sudor, corrieron calle abajo, mientras la policía y algunos divertidos pueblerinos las perseguían muertos de la risa para ponerlas al menos por aquella noche tras las rejas del calabozo municipal.
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