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Catalepsia

Desde que Remigio leyó la noticia de que un hombre dormido fue sepultado creyéndolo muerto, lo invadió una profunda inquietud. Sabía que él dormía como un condenado y recordó que en varias ocasiones su hijo había intentado despertarlo y con gran esfuerzo lo había conseguido; de ahí su temor a que, en una de esas noches de sueño profundo, fuera enterrado sin remedio por creérsele fallecido.
Se imaginaba entonces despertando y al abrir los ojos, encerrado en un lugar oscuro, metido entre paredes de madera forrada a su espalda, en sus laterales y a poca distancia de su cara; vestido formalmente con su único traje y con dificultad para respirar porque el oxígeno era casi nulo en aquél reducido espacio donde incorporarse era imposible.
Sin pensarlo dos veces, redactó una nota dirigida a su hijo que colocaba antes de dormir en la mesita de noche y guardaba en su gaveta al despertar, que decía: “No pienses que estoy muerto: sólo estoy profundamente dormido. Sacúdeme, háblame duro, y si no despierto échame agua, dame un corrientazo, pero por favor, despiértame, sólo duermo. Si todo lo anterior no funciona y deciden enterrarme, te pido un último favor: coloca mi celular en un bolsillo de mi camisa. Es de poco valor y puede ser de gran valor si llegara a necesitarlo”.
Y todo sucedió como lo que temía previsto: una noche fue a descansar y despertó en oscuridad total, con problemas para respirar y encerrado en un estrecho cubículo que debia ser un sarcófago. Entonces recordó la nota que dejaba a su lado, y la petición de colocar el celular en su camisa. Sin mayor esfuerzo, logró tocar con su mano derecha el referido bolsillo y pudo constatar que en él había un objeto duro, rectangular: ¡su celular, sin dudas!
Lo sacó como pudo y con sumo cuidado, tanteando cada tecla con su dedo índice y oprimiendo una tras otra, marcó los diez dígitos del teléfono de su vástago; lo acercó al oído y con inmensa emoción escuchó que timbraba…
Con impaciencia lo oyó sonar repetidas veces. Finalmente, una voz masculina, evidentemente compungida respondió:
-Buenas tardes. ¿Quién habla?
Un regocijo indescriptible se apoderó de Remigio al escuchar a su hijo cuando todo indicaba que no tomaría la llamada.
-Omar, hijo, soy yo… -dijo con entusiasmo mientras la señal se perdía hasta desaparecer por completo. Desesperado, insistió:
- Omar…soy yo. Estoy vivo...Omar….¡¡¡¡Omaaaaaar!!!!!

Alberto Vásquez.

Texto agregado el 19-03-2015, y leído por 172 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-04-2015 Me trajo recuerdos de un cuento de Allan Poe, y es un miedo muy justificado. Nada mejor que la cremación. lucrezio
27-03-2015 Omarcito está con su cariñito azucarado que sabe a bombón. Déjale una llamada perdida. A veces las contesta. Además ¿acaso no tienes toda la eternidad por delante para esperar? No seas tan impaciente. ZEPOL
19-03-2015 Humor negro bien trabajado. Grato leerte. sagitarion
19-03-2015 Malditos celulares,nos van a matar.Un Abrazo. gafer
 
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