Los jinetes helados de fresa nos habían traicionado. Por fortuna el niño se dio cuenta a tiempo y pudimos escapar de la montaña. Chor, Mel, Par y Gaz no corrieron con la misma suerte. El estado en que habíamos encontrado sus restos narraba un historia más horrible que una simple muerte. Enterramos lo que encontramos y el niño dijo unas palabras en espera fútil de que no se les juzgara por su manera de partir en el inframundo. Balt y Azar habían logrado escapar. Cuando los encontramos aun temblaban.

Todo ese día deseé que los jinetes nos hubieran intentado perseguir en la estepa. No dejaba de imaginarlos derritiéndose a gritos. Como nos hubiera llenado de satisfacción patear sus inertes conos. Teniamos que distraer nuestros pensamientos. La sed estaba destruyéndonos partícula a partícula. No encontrábamos agua por ningún lado y el chocolate de los ríos sólo nos dejaba más sedientos.

Pero morir de deshidratación no era el peor de nuestros miedos. Después de fracasar en nuestra misión, encontrarnos con los delfines sonrientes era lo que más nos aterraba. Habíamos escuchado las historias, la manera en que violaban a sus victimas agonizantes.

Mi gran barba blanca y mi prominente barriga eran ya evidencia de mis años. Por eso y más, yo no fui esa noche ningún héroe. Que yo haya sobrevivido para salvar la alegría es tan sólo consecuencia de mi ineptitud para luchar y mi habilidad para entrar y salir de lugares sin ser visto. Los que se quedaron a luchar cuando el pegaso rebelo nuestra ubicación con un arcoíris, ellos que lucharon y murieron, el niño y los tres sultanes gemelos, ellos son los verdaderos héroes. Y es hoy, La Buena Noche, cuando recordamos su sacrificio.