EN EL PEDIR, ESTÁ EL CONCEDER

¿Qué le toco señorita?, le dijo impetuoso cuando la bella mujer pasaba justo frente a la entrada de aquel lúgubre callejón. Ella vio en los ojos del hombre una gran necesidad y en sus manos aquella “cosa” reluciente. Entonces abrió el tesoro de su alma al recordar las noches deliciosas junto al hombre amado adormecida sensualmente por algo como “aquello” mostrado ante sus ojos.

Erotizada por los recuerdos y humedecidos algunos puntos íntimos de su cuerpo apetecible, le contestó: ¡Tóqueme lo que quiera!... Luego el ambiente se llenó de una pasional melodía interpretada en aquel reluciente saxofón del músico callejero.