La rayuela encierra un impalpable agnosticismo.
Resulta azaroso eso de tratar de llegar al cielo,
partiendo de la tierra a pata coja, sin pisar rayas,
para luego retornar al principio de igual manera.
Dicen los que saben, que fue cosa del Medioevo
inventar la tal cuestión para enseñar la religión.
Entretuve muchas de mis horas, viendo a niños
nivelarse malamente con tal de alcanzar la meta.
Jadeando aliviados los cuadrados antes del cielo,
al apuntalar sus ambos dos pies en el firme suelo,
girar prestos sobre sus ejes para retomar el camino.
Tanta contemplación, solo hizo avivar en mi mente
el tema de si no es la religión el andar a los saltos,
entre buenos mandamientos y profanos pecados,
arrojando para adelante la piedra de nuestra vida.
También hube de asociarlo a lo que llaman política,
al notar a los infantes sustentarse en la izquierda,
así sean diestros, o los zurdos pararse en la derecha,
y para lograr su cometido, ni diestra ni siniestra solas,
sino jugar con ambas, para no quedar desmerecidos.
Hay quien dice que en ese juego está la vida misma,
desde el nacimiento a la muerte y el anhelado premio.
De ser así, mi mollera nunca logra llegar a entender,
porque eso de vivir a los saltos, si se puede peregrinar
tranquilamente, caminando entre virtudes y pecados
y si amerita, aprovechar todo lo andado para pensar
qué derecha como izquierda tienen un solo cuerpo,
sin el cual vienen a ser, algo así, como dos nadas.