El hombre se halla a sí mismo en un lugar oscuro, húmedo, con un círculo de luz enfrente de él. Pánico inunda su cuerpo, siente que las entrañas se congelan adentro y la capacidad de reflexión se escapa. No se mueve, no puede moverse. Los ojos focalizan al círculo obsesivamente, viendo la liberación anhelada en la fuente de la luz. Algo gotea sobre su cabeza, luego chorreando por la sien. Esto le ayuda recuperarse y poco a poco el sentido vuelve. Ruidos se oyen por encima, sonidos humanos quizá pero como si debieran luchar su vía a través de un embudo enorme para llegar al oído. Un ruido más cercano, más áspero. Objeto pequeño se desliza por el suelo. De nuevo, sonidos apagados arriban de alguna parte distante. El líquido está goteando sin piedad, ¿cómo puede ser tan cruel algo que hasta no está vivo? La urgencia de huir ahora parece ser más fuerte que la paralización por la primera vez y al hombre le cuesta un esfuerzo violento mover el pie. Consigue hacer un paso adelante, un paso azaroso, al que se adhieren nuevos y él está caminando ya. Las voces humanas se fortalecen, por unos momentos cree oir un grito: ¡No, no le deja...! Siente capaz de andar más rápido, lo hace, el movimiento se convierte en corrida. De repente se para, observa el círculo de la luz. No puede ser, sin embargo este llegó a ser menor que vivía en su memoria. Sudor cubre su cuerpo, una mezcla de empeño físico y de horror. Cuando el jadeo se le pasa por fin, un silencio fatídico casi aplasta el oído. No ruidos adentro del túnel, no voces por fuera, nada. Solamente este dolor en el cuello que está creciendo con cada rato. Una distensión inconveniente hace poco, un sufrimiento terrible ahora. Trata de rotar la cabeza para quitar el dolor, y coge de sorpresa el hecho que el giro es sin impedimento, como el de un buho. Tan pronto como termina la propulsión de la cabeza de espaldas a la delantera, a su posición natural, la oscuridad le devora en un instante.