El altavoz anunció su nombre. Él sabía que no estaba preparado, pero, ¿quién lo está en su situación? Sus piernas comenzaron a temblar, la falsa seguridad que había logrado reunir en los minutos previos se esfumó de inmediato. No había necesidad de presentarse, nadie lo obligaba, incluso sabía que el resultado no iba a ser bueno, pero a pesar de eso, a pesar del miedo, él quería estar ahí.
Reunió valor, y como el boxeador que camina hacia el ring por primera vez en su carrera, se acercó a la puerta. A los ojos de un desprevenido observador, lo que estaba haciendo no era nada, pero la realidad indicaba otra cosa, esto significaba mucho más que traspasar el umbral de una habitación. Era un cambio, un primer paso.
Lo primero que noto fue el tamaño del recinto. Era pequeño, estrecho y alargado. De ninguna forma se acercaba a lo que él había imaginado. Se dio cuenta, entonces, que el entorno conllevaba en sí mismo una dificultad extra, una que no había previsto.
Lo siguiente que hizo fue mirar el suelo, extendió su vista desde sus pies hasta el otro extremo del lugar. Era irregular, áspero, sucio, pero no tuvo tiempo para un mayor análisis. Lo que se encontraba en la otra punta del pasillo no dejo espacio en su nerviosa mente para nuevos pensamientos.
Allí estaba ella, la participante número uno. La conocía de hacía muchos años pero eso no sirvió para calmarlo, y por lo que pudo notar, tampoco sirvió para calmarla a ella. Se la notaba tan o más nerviosa que él, tímida, inquieta. No había forma de que fuera ella quien vaya a dar el primer paso, así que se armó de coraje y avanzó.
La tomo de las manos torpemente. Ella se sobresaltó, pero se alegró de que lo hiciera. Sus miradas se cruzaron solo por un instante y esbozaron una tímida sonrisa. Y así, sin más, comenzó. Empezaron a bailar lenta y dulcemente, estaban felices, creían que duraría por siempre, pero el destino tenía otros planes en mente.
Al poco tiempo ya se tropezaron. Sus pies se chocaron, los desniveles del suelo les hacía perder el equilibrio, el poco espacio no les permitía moverse. La pieza no podría durar mucho, y así fue. Al poco tiempo se encontraron los dos en el suelo, sin posibilidades de seguir con lo que estaban haciendo. La magia que los había unido ya no estaba allí, dudaron, incluso, si alguna vez estuvo.
Se levantaron a los tumbos, se miraron por última vez, pero de una manera totalmente distinta a la primera. Aunque ninguno de los dos lo dijo, había resentimiento. Él sabía que no era solo culpa de ella, sabía que él no bailó bien y que la habitación los complico aún más, pero solo encontró consuelo engañándose. La culpa había sido de ella.
Volvió al gran salón por la puerta por la que había entrado y allí esperó.
Su nombre no tardo en retumbar nuevamente en sus oídos. Nervioso, pero un poco más confiado se acercó a la puerta. Esta vez fue distinto, lo primero que hizo fue ver quien se encontraba del otro lado, estaba ansioso por saber quién sería la segunda concursante. Era totalmente distinta a la anterior, su mirada rebozaba confianza, su posición corporal lo invitaba a acercarse, pero casi no fue necesario. Esta vez los dos avanzaron y se encontraron en el centro del pasillo.
A pesar de haber traspasado la misma puerta, la habitación no era la misma. De alguna forma había cambiado. Seguía siendo estrecho, pero el suelo era mucho más parejo. Seguía sucio, si, pero de todas formas era más pulcro que el anterior.
Y el momento de bailar llegó. Se tomaron de las manos y se dejaron llevar al compás de la música. Él estaba casi embrujado con sus movimientos, no podía apartar los ojos de cada paso, cada truco. Tal fue el asombro, que por un momento se olvidó que él también tenía que bailar. Se había quedado quieto, y cuando se dio cuenta no pudo más que sentir vergüenza. Intento hacer como si nada hubiera pasado, pero al momento de unirse nuevamente, supo que había perdido totalmente el ritmo, no había forma de asociarse a ese baile.
Ella le devolvió una mirada despectiva, cargada de incredulidad, no entendía como él se había descoordinado de esa forma. Sabiéndose vencido, bajo la vista y se dirigió de nuevo al gran salón. No sentía más que vergüenza y decepción de sí mismo.
De nuevo el ritual. Lo llamaron, se acercó a la puerta y entró. Lo hizo casi inconscientemente, su mente había quedado en lo que había hecho con la concursante número dos y como había echado todo a perder. No quería hacer lo mismo.
En el otro extremo, como ya se había imaginado, estaba la participante número tres. Para no acobardarse recién se atrevió a levantar la vista cuando se encontraba a medio camino, y fue una decisión de la que se arrepentiría por mucho tiempo.
Ella era perfecta. No había forma de que quisiera bailar con él. Sus piernas flaquearon, estuvo a punto de perder el equilibrio.
Escucho un ruido tras de sí. La puerta por la que había entrado se había abierto y alguien había entrado, pero él estaba perdido en aquellos profundos ojos azules que se encontraban del otro lado del pasillo.
Una mano se posó sobre su hombro y lo sostuvo. No iba a dejarlo avanzar. Se dio media vuelta para ver qué era, y quedo atónito. Era él. No necesito hablar para darse cuenta lo que quería decir, era una señal. ¿Cómo se le podía haber cruzado por su mente que era capaz de bailar con aquella mujer? No solo era bella, seguro que bailaba mucho mejor que él, y apenas lo viera moverse lo rechazaría. No tenía sentido acercarse, así que, guiado por su otro yo, volvió por la puerta por la que había entrado, dejando atrás aquellos ojos azules en los que había nadado solo por unos segundos.
Su nombre sonó varias veces en los parlantes, sin que él se moviera de su silla. No quería enfrentarse de nuevo a esa situación. Pero dentro de sí sabía que tarde o temprano tendría que responder esa llamada. Y así fue.
No fue una, sino varias las veces que entró en aquella habitación. Siempre cambiada, a veces más, a veces menos. En las primeras ocasiones los cambios fueron leves, y para peor. El piso más empinado, más desparejo, más sucio, pero de a poco esto comenzó a revertirse. A medida que ganaba confianza en si mismo, y tomaba el baile siguiente como un hecho inevitable, natural, y sobre todo agradable, el suelo no hizo más que mejorar. La dimensión de aquel cuarto aumentaba con cada baile que presenciaba, parecía mágico.
Las participantes eran diversas, algunas más agiles, otras más técnicas, unas más seguras, otras más tímidas, pero nunca se habían repetido. Con algunas bailaba más, con otras menos, pero las piezas siempre fueron cortas.
En una de las tantas veces que se acercó a la puerta luego de escuchar su nombre en los altoparlantes, al tomar el pomo, noto algo familiar. Lo sorprendió, pero entró sin dudar. La habitación era espaciosa, el piso, aunque algo áspero, era plano. Levanto la vista y allí la vio. Era la participante número uno nuevamente. Sintió que su corazón se detuvo un instante y junto con eso vio como el suelo comenzó a empinarse, surgieron desniveles donde antes no habían y la inseguridad se apodero de su ser.
Sabía que tenía que bailar, así que pese a lo que sentía se acercó. Recién cuando estuvieron a un paso uno de otro ella levanto la vista. Sus ojos se conectaron. Sintió algo que hasta el momento jamás había sentido. El piso se aplano, y de una forma que no pudo explicar se transformó en un parquet lustrado y elegante. Y bailaron. El tiempo era irrelevante. Ninguno de los dos había disfrutado tanto. Eran felices. Tropezaron, sí. Pero nada que una sonrisa no pudiera arreglar.
Por primera vez notó como la habitación se ensanchaba con el dentro. El techo, algo que nunca se había detenido a apreciar, enseñaba, orgulloso, pinturas y mosaicos de un lujo que él nunca se había atrevido a imaginar. Una araña de cristal pendía en el centro de la habitación iluminando cada rincón.
Era un gran salón, no tenía nada que envidiarle al palacio de Versalles, pero, sin embargo, lo que llamaba la atención no era eso. Allí bailaba uno, ¿uno? Si, sin duda era uno. Sus manos estaban conectadas, sus pies se movían simultáneamente, sus miradas no se apartaban. Dos cuerpos, dos almas, funcionando como uno. Independiente y voluntariamente sometidos el uno al otro. Así debía ser. Así ellos lo sentían.
La canción nunca se detuvo. Sus piernas no parecían cansarse. Lo único que necesitaban para seguir allí era la mirada del otro… Y nunca faltó.
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