Se anclan los ojos en su pereza,
al asomar, lánguida, la madrugada.
Perduran aromas tribales, disipados,
perdidos, entre sombras del sueño.
Se va buscando valor para resurgir
de esa animada fatiga nocturna.
Reconquistar el aliento, cuesta,
reanudar a encontrar enterezas,
es un furtivo nuevo agotamiento.
Empero, aun cansado el cuerpo,
como una reliquia se conservan
rastros indudables, que delatan
lo que de verdadero ha ocurrido.
Un inesperado carmín en el rostro,
la insignificancia de un cabello
difuso en la funda de la almohada.
El desarreglo inusual de sábanas,
dos copas volcadas sobre el piso,
rasguños indelebles en la espalda,
y otros muchos, que no se nombran,
pero que esa convivencia de los ojos
en una larga mirada, dejan adivinar. |