ÉL
Se le entregó por fin una noche sin luna, al filo del aire, en medio de la sombra. Él, que es aprendiz de escritor pensará que el amor se cumplió bajo el dosel nupcial del cielo. En las tinieblas ella fue fulgor de llama. Resplandecieron sus ojos de lumbre, y su sinuoso cuerpo de serpiente se volvió paloma. Fue la esclava que se da, sumisa, a su señor. El arrogante orgullo de macho triunfador apenas le dio tiempo a él para asombrarse. ¿Por qué se le rendía ahora, cuando todas las veces que quiso hacerla suya se le había mostrado arisca, desdeñosa? Recordó aquella noche que, ebrio de pasión y despecho, pretendió hacerla suya por la fuerza. Se defendió ella como gata boca arriba; en el alma llevaba aún la marca de su desprecio. Y sin embargo ahora lo recibía humilde y mansa. Su abandono fue total. Ninguna caricia suya encontró en ella resistencia. Se oían a lo lejos los sonidos nocturnos. Pasó una ambulancia con su sirena gemebunda; el eco repetía el ladrido de los perros. En la distancia las luces de las calles parecían estrellas, y figuraban un cielo constelado que hubiese caído sobre la ciudad. Él no veía ni escuchaba nada. Con la certeza de la segura posesión prolongaba el momento del amor para que aquel instante fugitivo se volviera eterno. Ella temblaba con la ansiedad de quien espera la felicidad que tarda. Arqueaba el cuerpo; lo acercaba a él, ardiente y anhelosa, para que la tomara ya. Dejó escapar algo que parecía un gañido: la queja del deseo insatisfecho. Después de prolongar esa agonía unos momentos más él la acometió por fin, incapaz también de esperar ya. La penetró con violencia, como si quisiera cobrar venganza de su pasada altanería. No supo si lo que oyó fue grito de dolor o de placer. La posesión fue rápida. Tras el orgasmo quedó sobre ella ahíto, con la fatiga dulce que sigue a la plenitud carnal. Ella no se movió. Siguió tendida, quieta. Quiso dejarla así, en silencio, inmóvil. Pero ella no tenía esa languidez que llega cuando el deseo ya no desea más. La sentía tensa bajo él, vibrante todavía. Su corazón latía de prisa; temblaba el pulso de su sangre. Y es que esperaba una segunda posesión. El deseo que sentía la hembra lo excitó de nuevo. La penetró otra vez. Ahora el deliquio se prolongó como un adagio. Él puso en ejercicio todas sus sabidurías; ella lo dejó hacer con la morosa delectación de la hembra que conoce por instinto los ocultos misterios de la vida. Al terminar quedaron los dos hartos de amor. Después de un largo silencio desmayado se separaron igual que se separan los oficiantes de un rito que termina. Ella se alejó sin volver la vista. Se detuvo él a verla: caminaba con lentitud, con el cansancio del amor cumplido. ¿La vería de nuevo alguna vez? Quién sabe. La vida es breve; las horas son oscuras. Una cierta melancolía lo invadió. La tristeza sigue siempre a la pasión. Reposó unos minutos su fatiga. La luna había salido, y entraban las estrellas. En aquel claror la noche era ahora menos noche. Una extendida nube empezaba a pintarse con el color del día. ¿Tanto había durado aquel encuentro que duró tan poco? Sintió que se vaciaba de aquel sentimiento pesaroso que por un rato lo llenó. Volvió a ser el varón orgulloso que se ensoberbece de sus victorias amorosas. Dejó el hotel, encaminó sus pasos a su cuarto de soltero, sabía que ella iría a la elegante residencia de su marido, la mujer no sostuvo la mirada de sus bellos ojos cuando le dijo: “Nunca más nos volveremos a ver, trata de olvidarme, por tus ruegos fui tuya y en recuerdo de nuestros juegos de infancia, pero, compréndeme soy mujer decente y siempre, siempre le seré fiel al que me llevó al altar”. Empezó a llover, también en su alma caían gotas secas que…, y lo más doloroso cuando le suplicó: “Tú, que eres un caballero, si de veras me quieres, por favor, ya no me busques”.
Ella:
En el agradable ambiente de la cafetería del elegante hotel en la bella y pecadora ciudad de Guadalajara, dos hermosas jóvenes entre risas toman un aromático café.
—Estoy feliz, todo me ha salido a las mil maravillas. Estoy realizada con mis dos niños.
—Si son gemelos, ¿Cómo es que son de sexo diferente? —pregunta la amiga.
—Es que fue un embarazo gemelar dicigoto. O sea dos óvulos se fecundaron con dos espermatozoides diferentes. Fue una suerte, pues así sólo tendré las molestias solamente de un embarazo y después de la cesárea la doctora cerró la fábrica.
—Tu marido está muy contento, me presumió que el niño es rubio y de ojos verdes y la niña de ojos azules, a pesar de que tú eres morena.
—Es que la familia de él es de los Altos de Jalisco donde la mayoría son güeros. Mis dos suegros tienen los ojos azules.
—Te felicito. Cuando te casaste con el licenciado que te lleva más de 20 años, pensamos que no iban a tener familia, creo que ese fue el motivo de divorcio de su anterior mujer, ¿verdad?
—Algo hay de eso. Nosotros, al principio nada de nada, pero la ginecóloga que visitamos en Nueva York es excelente. Es especialista en reproducción familiar. Nos comentó que yo no tenía problema y que a mi marido le daría un tratamiento especial. Y ya ves que buen resultado obtuvimos.
Desde luego, la joven madre nunca revelará que lo que la doctora especialista le dijo fue: “Tú estás bien, pero tu esposo es estéril y ningún tratamiento servirá. Si quieres ser mamá, consíguete un chavo joven, guapo y sobre todo güero”.
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