En realidad es casi como un juego, la oportunidad de volver a ser dos niños desarmándose de risa; desde el centro de ellos mismos, la ebullición de colmena en el estómago que asciende espontáneamente y despliega por los labios, por los dientes, por la lengua el calor que apenas pueden contener en un espasmo breve, convulso, sofocado, antes de desarmar su cuerpo entero en una risa.
En realidad es casi como un juego, pero sólo en un principio, después lo toman poco a poco más en serio; después se miran a los ojos, respirando un poco todavía tan agitadamente se miran a los ojos e imaginan una cantidad de mundos imposibles para esa música. Imposible desde afuera, nunca adentro; no hay imposibles sumergidos en la esfera de esa melodía donde ahora flotan cautelosos, delicados; esferas dentro de otra esfera que provocan levantando el borde de una caja diminuta.
Pequeña, sostenida entre su mano, ella la abre pero el deseo es de ambos. Casi como un juego y una risa ella la abre, y es entonces que se miran a los ojos como si por primera vez las pupilas se tocaran, pero esa mirada es más que una mirada, sobre todo cuando la caricia flota tersa, suspendida; esa mirada es un crujir de hierba seca, un equilibrio preciso entre dorado y verde, es el sonido del viento entre los caracoles; es así como se miran y se van sintiendo poco a poco en la punta de los ojos, se recorren, se palpan, se sondean, y todo sin mover un solo dedo ni desviar en un punto la retina.
Esa mirada es como el tacto, pero tocarse también es otra cosa; es percibir la tenue vibración del cuerpo ajeno como un propio cosquilleo, comprender el susurro de una piel que les habla en el oído; tocarse de esa manera tan callada, vacía de palabras, porque la caricia viene desde ese otro sonido que los entrelaza, los envuelve y los nulifica, y los pone donde ya no hay más cuerpo que el de la música preexistente, creada solo para sí misma y por la cual ya no importa que sea él o ella quien pretende capturar los labios de aquel otro que no existe, aprehender los contornos de un cuerpo desvanecido con la igualmente efímera percepción de un yo que apenas es un casi nada, un casi dolor de no ser ninguno de ellos quien busca a tientas una entrada o una salida, el juego del laberinto oculto entre las bocas, entre los pechos, entre las piernas, serpenteando, enroscándose hasta la asfixia, uno sobre otro y otro y otro más, y que al final de cuentas ya no importa, porque todo vuelve a ser como una risa, un espasmo sofocado, convulsivo, regreso al útero, al espacio primigenio de una pequeña, diminuta, caja de música. |