Las alas fueron otorgadas a las aves y no a los humanos. Solo ellas pueden tocar el cielo, pero no lo hacen. El cielo es algo que solo a los humanos nos interesa.
Frente a la puerta de cristal, sonreía. En su mochila cargaba lo necesario, no más. Avanzó, empujó la puerta y entró. Una señora barría lo que parecía ser una recepción. Él entró si prestarle atención, ella lo miró y lo ignoró.
Mientras subía las escaleras, volteó hacía atrás y se dio cuenta que la mujer se parecía a su tía. Ella siempre le llevaba las plumas falsas a su casa. Gracias a ella había podido hacer un par de alas. Pegamento y una estructura de popotes, fue todo lo que necesitó.
En el segundo piso nadie lo vio, él tampoco notó a alguien. Continuó con el segundo tramo de escaleras, y mientras la emoción lo abordaba, el cansancio hacía lo suyo. Lucas nunca había caminado tanto. Quizá en sus terapias se cansaba igual, pero nunca por caminar, menos por subir escaleras, además la mochila no ayudaba mucho; pero esta ocasión valía su cansancio.
Alguien bajaba las escaleras, justo antes de que Lucas llegara al tercer piso, se cruzó con él. Un chico en extremo delgado y por lo visto ágil. Al terminar el tramo de escaleras se recargó en la pared, descansó. De inmediato recordó a su terapeuta, una mujer delgada, igual al chico que acababa de bajar. Ella siempre lo alentaba; ¿cómo le irá en este momento?, se había escapado justo antes de la terapia, ella era la responsable en ese lugar.
Continuó, el siguiente tramo se aligeró un poco. Sus músculos parecían acostumbrarse a subir, ¡Qué lástima¡ ya nunca más los necesitaría. Sus nuevas alas remplazarían a sus inútiles pies. Así, mientras comenzaba el cuarto tramo pensó si sería bueno hacerle unas alas a su mamá. Quizás ella también quiera tocar el cielo, llegar ahí dónde dice que está su padre. Su sonrisa fue más grande de solo pensar que su padre lo estaba esperando allá arriba. Pero él lo visitaría primero, después regresaría para llevar a su mamá.
Su madre siempre estaba preocupándose por él. Lucas había nacido con deficiencia mental, todas sus habilidades motoras e intelectuales se comenzaron a desarrollar tardíamente. En ese momento tenía dieciocho años, pero su mente tenía ocho y posiblemente su cuerpo tres. Iba a terapia tres veces a la semana, tomaba clases en casa. Le encantaban los pájaros y todo lo demás que volará. Su madre lo apoyaba en todo, pero nunca lo dejaba solo. La terapia fue su escapatoria. Quería volar como las aves, además de conocer a su padre. Así, estaba dispuesto a cumplir dos sueños ya que su padre estaba en el cielo, según su mamá.
Llegó a la azotea. Se veía todo el pueblo. Lo admiró mientras descansaba. Pronto sacó las alas y las puso en el suelo. Un álbum de fotografías, un pequeño libro de mitos y leyendas y unos lazos fueron las cosas que cargaba en su mochila. Enredó las alas con sus brazos, ayudado de los lazos. Tomó el álbum y el libro, uno en cada mano. Parado apreció el cielo, un lugar al que pronto llegaría. Se pararía en una nube a descansar, después continuaría. Las aves le hablarían al ver que volaba, les preguntaría por su padre.
Se paró en el filo del edificio, sintió un vértigo impresionante, su miedo estuvo a punto de dominarle. Observó el libro, su libro favorito contenía su historia favorita. Dédalo e Ícaro, los humanos que volaron. Él no cometería el mismo error, no se acercaría al sol, además él no había usado cera. Sonrió al ver el álbum, su madre y él lo llenaban, su padre se alegraría de ver todas esas fotografías.
El viento jalaba las alas hacía atrás, buena señal, pensó. Una señora que pasaba por la calle comenzó a gritar. Todos los autos se detuvieron, al igual que los paseantes. Alguien gritó —deténganlo— mientras dos hombres uniformados entraban corriendo al edificio. Las personas no querían que él volara. —No dejes que nadie te quite tus sueños— le decía su madre. Eso haría, nadie le impediría volar, ver a su padre.
Su madre y la terapeuta se pararon a mirar. El edificio no estaba lejos del hospital, nunca habría caminado tanto. Las dos mujeres entraron corriendo, su mamá con lágrimas en los ojos. Alguien se acercaba por las escaleras. Tendría que despegar ya. Así, antes que entrará su madre, él le sonrió, levantó sus brazos y los agitó. Nadie lo detuvo. Brincó.
Los seres humanos, aunque lo deseen, no vuelan. |