Una raya en la pared
Hay una rajadura en la pared, y mientras yo medito la cosmogonía universal, las aliteraciones reiteradas del amor y toda esa basura que se inserta como pan mohoso sobre la lengua (no me halla metáfora alguna para la mente, pues interprétese esto como la metáfora en sí), ella me observa, soberbia, engreída, altanera. Una simple raya, rayón, línea profunda, tachadura, malformación imperfecta de la existencia que corroe la suavidad de mi mundo. Maldito cercenamiento del plano liso, abyecto mundo, inapropiada intromisión de mis pensamientos. Y, si acaso fuera yo un optimista, no osaría a mofarse de mí y de mi cordura, por supuesto que no lo haría: la mantendría a raya, le encontraría rival, la convertiría en una llana aspereza. Endemoniada fortuna del pesimismo de crearme en esa sola raya un enemigo formidable, aborrecible, inhumano. Porque ella puede jugar libremente con mis emociones, con mi angustia, con mi ira; y más que más, puede hacerlo desde su inanición ontológica, desde su residencia de lo ignoto, lo indolente, lo perversamente inalterable. No comprendía lo banal de su ser, la sencillez con la que el universo -o cualquiera de sus habitantes- podía deshacerse de ella. Y, sin embargo, me contemplaba fijamente, imperecedera, inánime, una inútil raspadura en la crin recubierta de la pared de mi dormitorio, sin miedo, impasible, sin locura; sin razón. Cómo pudiera vencerme tal criatura, despojarme de mis ilusiones y transmutarse en un sometimiento tortuoso de mi paciencia. Y mientras yo recurría nuevamente a mis cavilaciones, en tanto la raya me escudriñaba de arriba abajo, serena; hallábale una nueva génesis, una ocurrencia macabra del inconsciente: la raya tenía aspecto de mujer. Empero, no de femenina ensoñación, más bien diabólica, mujer destructiva, imagen flagelante del caos de una tormenta. En ese mundo, que no era ya mi mundo, sino el de la tajadura aberrante; la raya, la simple, estéril, nimia, efímera perturbación de mi pared, adquiría consciencia y carácter. Y por sobre todo, para engendrar mayores pesares, ese rayón estúpido tenía tu maldito rostro.
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