De vez en cuando vuelves a mirar el problema en sus dimensiones interminables, inequívocas, inefables, y te impresionas cada vez con la elocuencia con que Dios te habla a través de la vida y te cambia y te toma en sus manos. Tú tropiezas, sufres, yerras, expones tu carne blanda y debes curarla regularmente de los golpes y arañazos propinados por los que uno piensa que debieran cuidarte y por la vida misma, que al menos está dispuesta para no caer dos veces si cambias lo suficiente y cambias bien.
A veces una es torpe y espera en los otros el cambio, a veces una, aún sin haber sanado, cae en los brazos del mal amor por la culpa que a veces trae el desapego. Es que la gente dice tantas cosas y una le cree; dicen que la madre siempre es buena, que los hermanos son amigos, que una debe aguantar las agresiones cabeza gacha porque es de mal gusto quejarse… melodrama creo que le dicen. La gente dice tantas cosas y una las cree de tonta, por supuesto que es más cómodo que un chivo expiatorio los libere de toda carga, pero claro, tú no eres un chivo, ni mereces sacrificio.
Y sin embargo, siempre puedes decir no y decir sí, decir adiós o decir fin, aunque el mundo te descuere entre tazas de té y porciones de torta. Digamos que aprendes a no ser perfecta, ni ser tonta.
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