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Uno.

Cada vez era más pequeño el reducto de la imaginación. El humor se iba convirtiendo en una quimera. Había que seguir haciendo “muertos” o todo se vendría al garete.
El viento contra las aristas de las esquinas estaba tocando la quinta de Beethoven en aquel paraje solitario. Éramos un hato no ajeno a las vicisitudes culturales y literarias del país. Coincidimos en aquella profesión y en aquella obra como llevados por la providencia. El poeta- rapsoda notable y feliz confeccionador de ripios- era el encargado de la hormigonera.
A veces, sin embargo, había que dejar los lirismos aparcados. Sobre todo cuando se anunciaba visita del encargado. Ahí viene Tedy- como lo apodáramos- decía a modo de aviso el primero que divisaba el todoterreno rojo entre la polvareda del camino que lo anunciaba.
A Tedy algunas de nuestras tramas le interesaban, no siendo absolutamente ajeno a la narrativa y a todo lo que supusiera imaginación y ampliación de miras. Pero en general estaba más interesado en otras cosas. Como por ejemplo en que se cumplieran los plazos de obra.
Creo que andábamos entonces con los registros (construyendo los registros que servirían de infraestructura eléctrica a la futura urbanización de chalets que sería) cuando apareció sin aviso Tedy- que en realidad se llamaba Tomás. En general, el grupo, tenía sensibilidad cultural, lo que, sin embargo, no era garantía de que salieran a plomo y regla nuestros cometidos edificatorios. Quizá por ello, Tomás, se hacía tanto presente por nuestro sector de obra.
La trama de la vida iba totalmente en contra nuestra. A nadie parecían importar los pinitos literarios ni artísticos en general de aquellos amateurs del andamio. Para ello estaban los gremios: para impedirlo. No fuera que cundiera el ejemplo y se les comprometiera el negocio.
Dos.
De ahí el sobrenombre de Tomás. Lo tomábamos por el representante encubierto de la S.G.A.E. de aquel entonces cada vez que lo veíamos. Un hombre que se empeñaba en la especialización obrera nuestra a través de aquella salmodia.
Un hombre ojo avizor a los desperdicios y cascotes y a todo dispendio en material de aquel reducto que aspiraba a edificar algo de lirismo en medio de aquel páramo aunque fuera a costa de algún que otro muerto- argamasa sobrante que enterrábamos para limar un poco la jornada- de nuestro particular rapsoda.





Texto agregado el 11-03-2015, y leído por 170 visitantes. (0 votos)


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