Villano
No guardo remordimiento de ser el hombre más despreciado del planeta
De haber desarrollado un método para curar enfermedades me hubiera valido un premio Nobel.
Desde pequeño me intereso la química y cuando me fui haciendo grande traté de avanzar en estos temas desde la clandestinidad, es decir fuera de los ámbitos académicos.
Me considero un autodidacta de pacotillas, con inquietudes.
Mi curiosidad siempre fue como es el proceso de energía vital que nos mueve en la vida.
Sin llegar a confundir al lector sintetizaré mis descubrimientos en la materia.
Comenzare con lo más elemental:
Para mantener al organismo en movimiento, se necesita dar energía a las células que lo componen. Ésta proviene de los alimentos y bebidas que ingerimos. El encargado de trasformar los alimentos en energía es el metabolismo: una sucesión de procesos químicos de destrucción de moléculas que al producirse liberan la energía. Hasta aquí, bastante sencillo. Espero continuar siéndolo.
El metabolismo adquiere dos formas, el catabolismo y el anabolismo. El primero genera la energía para hacer andar el organismo y el anabolismo actúa en el desarrollo de nuevas células y crecimiento.
Para almacenar la energía liberada se encuentran los ATPs que a modo de baterías almacenan la energía generada.
Mi tarea consistió en inducir al cuerpo a que genere a través del catabolismo una mayor cantidad de unidades de energía por encima de las necesidades biológicas.
Mi objetivo fue poder utilizar el excedente energético y lanzarlo cual residuo de todo proceso químico. En resumen acumular energía para usarla fuera del organismo.
Juro que mi intención fue el convertirme en superhéroe, pero a poco de comenzar mi tarea comprendí que solo podía liberar energía devastadora en base al odio.
De cómo me convertí en villano fue solo un paso.
Mis motivaciones solo provenían de la envidia, la soberbia y la codicia. Un caudal incalculable de energía solo destinada al mal.
Un deseo irrefrenable me llevó aquella mañana de setiembre de 2001 a tumbar las torres gemelas, algo relativamente sencillo gracias a la ayuda de los aviones.
Para los terremotos tuve que prepararme un poco más.
Las inundaciones me salen espontáneamente, casi como jugando.
Me ensañe estúpidamente con los aviones en Malasia.
En estos momentos estoy acumulando una energía descomunal pensando en lanzarla como broche de oro a una carrera criminal que nunca hubiera imaginado.
Quiero detener el movimiento de la tierra, en pocas palabras, parar el mundo.
Desde un inhóspito lugar del África Central, me encuentro en plena tarea, no dudo de mis capacidades, lo que siento es que no va a saciar mis ansias. Porque para alimentar el odio necesito de los demás.
El planeta gira a la nada despreciable velocidad de 1700 km/hora. Si mi plan se concreta y la tierra se detiene todo lo que se encuentre en su superficie volará por los aires.
Nadie quedará para contar lo sucedido, para inmortalizar la historia de los tiempos. Sin espectadores no hay función.
Ahora ya es tarde, no puedo contener la ira descomunal que brota de mis entrañas.
Pienso en mis padres, mis hijos, mis afectos, en aquella clase de química en la que la profesora Quiroga trataba de explicarnos las estructuras de las moléculas.
Aún resuena en mis oídos aquella frase de la docente cuando ante mi requerimiento sobre la utilidad del conocimiento me dijo: el conocimiento da poder
Con la experiencia acumulada me hubiera gustado replicarle a la maestra con un sencillo pero artero cuestionamiento: el poder ¿para qué?
OTREBLA
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