Cuando F. Bautista se asomó a la ventana no pudo por menos que sorprenderse ante la visión que se ofreciera a su vista.
El sexo era vida, lo había oído pero que se lo plantearan a uno tan en las narices le pareció en exceso vital. Que también era vida- pensó- no ir dando envidia por ahí ni escandalizando en exceso.
Frisaba F. Bautista la cincuentena. Es decir, todavía era activo sexualmente. Un chaval, si se tienen en cuenta los últimos hallazgos farmacológicos, por lo que su extrañeza era de índole generacional. Una cosa cultural si se tiene en cuenta que cuando era un chico las mujeres no enseñaban ni la rodilla. Se había acabado con el misterio- reflexionó para sus adentros.
Al único recinto de libertad (último recinto de libertad con la/ el matrimoniado, fuera todo tipo de escaramuzas amatorias) que había sido el sexo durante la dictadura- quizá todo lo demás estaba proscrito- había pasado a detalle sin importancia que se podía practicar en no muy apartados zaguanes.
Por eso, cuando F. Bautista se asomó a la ventana no pudo evitar llevarse una impresión cultural.
Su mujer (una carroza como él) estaba dentro friendo calamares ajena a que a escasos metros de su vivienda se estuviera perpetrando tal desmán.
-Julia (se oyó al final del pasillo).
Acudió la mujer presurosa. Se quemaron los calamares pero fue testigo de los tiempos modernos de primera mano, de manera presencial.
F. Bautista, a quien había configurado la vida chapándolo a la antigua, como no podía ser de otra manera viniendo del Medievo español a que condujera la guerra, no tenía edad casi para la remodelación. Era un hombre al que había que arrumbar en un rincón, prescindir de él sencillamente, o eliminarlo. Era un anciano de cincuenta años en un mundo que había evolucionado totalmente sin contar con él para nada.
Sin embargo, en algo el signo de los tiempos parecía tenerlo en cuenta. Ni más ni menos, los últimos descubrimientos farmacéuticos parecían también haber arrinconado el viejo mito de la edad.
“Había que ser viejo antes que joven”, se había oído entonces, pareciendo evidenciar que la senectud sabia tenía el pequeño inconveniente de ser irremisiblemente/ inevitablemente incompatible con el vigor- entre otras cosas sexual- juvenil. Pues bien, también había que cambiar el aserto y por fin se podía ser viejo y joven al tiempo.
Eso sí, con una buena salud cardiaca. Por ello F. Bautista dio por bien empleado todo aquello- fenomenología de los tiempos nuevos- pues todo aquel progreso había acabado también un poco con la senectud.
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