Sorbe la sopa fría aunque sabe que no podrá terminar de digerirla sin que las arcadas vuelvan.
«Bueno, al menos estoy viva.» No como otros que habían hecho los mismo: El ritual.
¿Tal vez por simple suerte? No, reflexionó, sus dedos tamborileando sobre la mesa y una expresión pensativa en su rostro.
¿Tal vez fue su inocencia? Aquel pensamiento hizo a Elaine soltar una carcajada amarga. Nadie que se atreviera a llevar a cabo el ritual poseía inocencia.
No, sólo codicia. Aún si fuera por la causa más noble, codicia después de todo. Monedas de oro y gemas preciosas.
Desvío la mirada hacia el pequeño baúl que encima de su armario reposaba. Aquellas piezas de oro y cristales de colores ciertamente servirían para sacarla de la pobreza, y ese había sido el plan desde principio, pero ni todo el oro del mundo serviría para sacarla de la amargura a la cual el ritual la había confinado.
Había parecido tan simple; estar en una habitación a oscuras, encender unas cuantas velas formando un círculo a su alrededor, invocar a un viejo espíritu indú, pasar por una corta prueba y salir con el botín.
Pero la prueba era cualquier cosa menos simple.
Allí te enfrentabas a aquello que ni si quiera sabías que temias. En el caso de Elaine había sido a la propia amargura.
«Fue por las sombras» , pensó de pronto sabiendo que había dado en el clavo. Habían sido las sombras que la acechaban las que la habían ayudado a sobrevivir, si, pues ella habían notado como las sombras cambiaban en aviso a que el devorador se acercaba.
Y si no hubiera apartado su mirada de aquella aparición suya tan fúnebre y acabada, el devorador se habría llevado su alma.
Pero no logró hacerlo cuando la gota de sangre de un ser querido tocó en suelo antes de que el la alcanzará.
En vez de llevarla consigo, el viejo espíritu se alejó dejándole gran amargura. La misma que había visto reflejada en los ojos de su espectro.
—¿Para que poseer tanta riqueza si no tengo la disposición para disfrutar de ella?
Sonrió fríamente, cogió el arma que hasta entonces estaba acunada entre sus muslos.
Se dió un tiro en la sien y el antiguo espíritu su alma, por fin, reclamó.
En el lugar reservado para aquellos que son movidos por su codicia. |