COMPETICIÓN SUI GENERIS
Cuenta la leyenda urbana que desde el anonimato del anonimato fue enviado a dioses mitológicos, personajes literarios y mortales una invitación al Primer Gran encuentro de la Mentira. Quienes se enseñorearon en el arte de mentir ensuciando la mente de los humanos a lo largo del tiempo se aprestaron para asistir al envite donde se prometían extraordinarios premios al triunfador.
En principio se pensó establecer la sede en un país neo-bolivariano en donde la mentira estaba proscrita por ley, finalmente se realizó el evento en un lugar apartado, en los arrabales de un país que no se desea mencionar, allí coincidieron grandes personajes de la literatura, la tradición oral, dioses y hombres comunes quienes sólo tenían como particularidad el ser afamados mitómanos.
Solamente Pedrito el del lobo y Pinocho no fueron aceptados en tan magno evento por ser menores de edad, a cambio se les prometió una próxima competición en categoría infantil. Don García, el mexicano no quiso apartarse de Madrid, pues pensaba que de un momento a otro doña Joaquina aceptaría sus amoríos. Tampoco pudo asistir Juan Candela, el cubano, pues la balsa donde se transportaba perdió el rumbo y un día amaneció en una playa de Miami donde quedó a vivir subsistiendo con la venta de agua de coco al natural utilizando el ardid de ser benéfica para desaparecer las arrugas. También el representante de Costa Rica se excusó, no tuvo ánimos de competir a pesar de ser excelente mitómano, el pobre sujeto andaba a pata triste y acongojado, chiviado por el sentimiento de frustración porque las estrellas del firmamento ya no le eran tan propicias, además tenía que cuidar a su mujer, una vieja borracha empedernida, quien en estado de embriaguez le daba por andar de ofrecida con cualquier tipo.
Quienes sí asistieron fueron verdaderos artífices en engarzar una mentira tras otra en el hilo de la estulticia o de la credulidad del prójimo.
Japeusá, el señorón del engaño de la mitología guaraní fue el primero en llegar al lugar del encuentro, pidió de inmediato una sopa de cangrejo su comida preferida y se dispuso a esperar a los otros asistentes. Sopesaba sus posibilidades de ganar aquella competencia, mejor dejó de pensar en eso, no fuera ser que terminara engañándose a sí mismo, como le había ocurrido ciento de veces.
Luego llegó Sísifo, dejó fuera la gran piedra, su eterna compañera, se sentó junto a Japeusá y guardó medroso silencio, no quiso dar lugar a una conversación en donde resultara engañado. Había de ir a tientas en aquella reunión, tratándose de la “principal cualidad” de quienes asistían a competir.
—Está Loki en la puerta—. —Escuchó Sísifo le decía Japeusá. No le dio atención, no estaba dispuesto a ser víctima de una argucia.
—Estoy seguro que es Loki— —Insistió el guaraní, pasando por alto el desdén del rey del antiguo Corinto.
—¿Seguro qué es Loki?— —¿El nórdico a quien Richard Wagner inmortalizó en su ópera Das Rheingold? —Condescendió a preguntar Sísifo.
—¡Claro él es!— —Esta competencia va a estar muy reñida. Concluyó el guaraní. Mientras el recién llegado se aproximaba a ellos.
Tras de él también hacían acto de presencia Madame Bovary del brazo de Eróstrato y del barón de Münchhausen, los tres muy ufanos por haberle dado sus respectivos nombres a sendos complejos psicológicos.
Reunidos todos alrededor de una mesa departían en espera del último participante de aquella sui generis competición. Sin excepción, ellos y ella tenían la plena seguridad en el triunfo. Sin embargo, todos aseguraban a otro que sería el vencedor, finalmente, mentir, ahí no costaba nada.
Pasado un buen rato llegó un mensajero del competidor faltante, éste mandaba recado en donde les decía que en vista de la genialidad para mentir de quienes ya estaban presentes, él, modestamente se retiraba del magno evento y les deseaba suerte a todos.
Confiados ante la ausencia por declinación de aquel oponente formidable se dispusieron entonces a contar la mejor mentira que pudieran inventar con el afán de ser el mitómano ganador. Iba a tomar la palabra Madame Bovary —por ser la única mujer— y con su bovarismo a cuestas se dispuso a hablar, mientras Eróstrato apagaba la tea que mantenía encendida… ¡entonces se abrió de golpe la puerta del lugar! y en el quicio se distinguió la figura señera en cuestiones del mentir: Pedro Urdemales, el chileno adalid del engaño y la mentira. ¡Los había engañado a todos! cuando les mandó decir que no se presentaría a la competencia.
Ante la portentosa demostración en el arte de mentir, el grupo en pleno se puso en pie y abandonó el lugar. Iban convencidos de quien era el campeón de la mentira.
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