Nadie le había dicho a Raquel como encontrar la dirección que buscaba, pero ella intrépida como siempre se lanzó a la aventura.
Nada se interponía en su camino, Raquel ya estaba bastante cansada de tener compañeros como Mauro, que solo querían de ella el regalo de sus aromas de mujer.
Ninguno de sus amantes quiso nunca acompañarla, al viaje que desde muy pequeña planificó.
Solo su madre había sido todo para ella, pero la pérdida de su mejor compañera, la lanzaba ahora al encuentro de lo que su madre llamaba: tiempo perdido.
Recostada del lateral del bus, veía el paisaje, un mundo de pavimento nada ornamental.
Su compañero de viaje, un español bastante mayor, con olor a humo de tabaco, silbaba una tonada de polcas canarias, que ella terminó por grabar en su mente, para luego repetirlas en silencio.
El bus hizo una parada en una estación de viajeros, para que las personas bajaran a tomar un refrigerio. Raquel huyó ligeramente del desagradable español, que ahora encendía una pequeña pipa, antes de bajar al refugio.
Una cena rápida que solo incluía café y galletas, fue lo que pudo tomar antes de emprender de nuevo el viaje.
El español desteñido de nacimiento, buscaba cualquier ocasión para entablar conversación. Pero Raquel solo pensaba en su padre, ese que nunca conoció y que ahora después de tanto indagar, estaría a punto de conocer.
Raquel era una mujer bastante morena, cabellos rizos, ojos almendrados, demasiado alta para la estatura de su madre. No imaginaba como sería aquel ciudadano que solo la engendró, dejando a su madre unos cuantos euros por la estadía nocturna.
El insomnio que sufría aquella noche, hizo que en su no acostumbrada forma de hablar, comentara al español toda su vida, y éste demostraba mucho interés, haciendo mil preguntas que ella respondía sin pudor.
Amanecido el día, los dos viajeros se despidieron con premura. Ahora estaba sola en la ciudad de adobes, perdida pero esperanzada. Largas caminatas con preguntas en los bares de la ciudad, llevaron a Raquel a un edificio pequeño de apartamentos inhabitables. Pasaba del medio día.
Un olor a guiso nefasto, salía a través de la rendija de la puerta que se dirigía, y un pensamiento rondaba por su mente, su madre siempre le había hablado de lo galante y adinerado que era su padre. Creía haberse equivocado de dirección.
Con la inquietud desbordante, toco la puerta casi si hacer ruido.
El español salió a su encuentro, muy bien vestido, con olor a perfume barato y a guiso de cerdo.
- Ah!!, pasa mija, disculpa que no te haya dicho la verdad en el bus, pero me vine a casa para prepararte algo, y acomodar un poco el desorden, como comprenderás, el viaje para el velorio de tu madre, me dejó la casa un poco revuelta. Supongo no me viste y comprendo, estabas bastante perturbada… tranquila el perro no muerde.
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