AMORES LITERARIOS
Margaret y Dante formaban la pareja perfecta a decir de ellos y de quienes los conocían. Ambos aspirantes a escritores famosos tenían en la vida como sus prioridades leer y escribir, por ello casi todos sus actos cotidianos estaban marcados por un libro o escritor famoso.
Ellos, parafraseando a Pessoa, escribían líneas y líneas, realmente mal anotadas, cientos de textos no para decir esto, ni para decir cualquier cosa, sino para desahogar en algo su obsesión por la literatura. Llegó a tanto su desatino que entre ambos bien pudieron escribir un voluminoso anecdotario de rarezas chuscas para delicia de sus imaginarios lectores. Por ejemplo, necesidades primarías como el comer se constituían en una seguidilla de actos hilarantes, absurdos símiles de personajes literarios.
En una ocasión Dante al comer pescado se atragantó con una espina, cuando superó la crisis juró no volver a comer pescado relacionando el trance con la crónica que describió Ignacio Trejo Fuentes en su obra Loquitas pintadas, donde un hombre se le atora una espina de pescado, corre a donde está su mujer y muere en sus brazos. El mismo Dante solía tener ocurrencias gastronómicas-literarias de miedo, en una ocasión al recordar Crónica de una muerte anunciada pidió a la cocinera le guisara sopa de crestas de gallo sólo porque el Nobel colombiano lo menciona en esa obra.
Margaret también tenía lo suyo al respecto, de a poco fue dejando de comer con regularidad imitando a Marian MacAlpin, el personaje de La Mujer Comestible de M. Atwood, porque como aquel personaje exploraba esa sensación de traición y engaño al satisfacer el apetito y mantener en desolada hambruna a su ego literario. Después de todo se decía y repetía a su pareja las palabras escritas con candorosa ingenuidad en el evangelio de Mateo: “Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre”.
Dante y Margaret como una buena pareja también compartían ocurrencias, él y ella comían manzanas sólo en rebanadas, jamás tomaban una manzana entera para morderla, les aterraba hacerlo porque recordaban al Gregorio Samsa de Kafka en Metamorfosis quien murió cuando el padre le lanzó una manzana que se le introdujo en el lomo y al pudrirse le causó la muerte.
Durante el desayuno la pareja había establecido algo parecido a un homenaje luctuoso-literario, cuando él o ella terminaban de untar mermelada en el pan, levantaban la cara hacia el cielo y en pasmosa sincronía pronunciaban: ¡Fedor! ¡Fedor! ¡Fedor! Seguramente recordando a Zakharovich Marmeládov, personaje de Crimen y Castigo de Dostoevsky. Y cuando el pan que acompañaba al aromático café eran magdalenas, ambos decían con énfasis luego de un prolongado suspiro ¡Proust! Como un brevísimo recordatorio de “En busca del tiempo perdido” de aquel autor donde esos bollos cortos y abultados llamados magdalenas son casi el personaje principal de esa obra.
Así, en medio de esa pantomima se les fue la vida a Margaret y a Dante, ella fue la primera en partir tras de una breve agonía, antes de morir hizo jurar a Dante que su cuerpo fuera incinerado, —No quiero andar vagando muerta como La santa de García Márquez. Le dijo.
El dolor causado por la ausencia de Margaret y la soledad misma obligaron a Dante realizar un lapidario juramento: “No volver a leer ni escribir nunca más”. En las primeras horas después del deceso de su compañera de locuras cumplió su juramento con facilidad, los días siguientes con suma dificultad, algunas semanas después se debatía en la desesperación por escribir, finalmente al no poder cumplir con su promesa una noche de plenilunio buscó la muerte y terminó por clavarse un puñal en el pecho como el Romeo de Shakespeare al momento que repetía las palabras de Erasmo de Rótterdam: "Somos lo que leemos".
Jesús Octavio Contreras S.
Sagitarion
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