El artífice sabe bien cuál es la salida de su laberinto. Es su secreto más preciado, su mágica llave, su habeas corpus. Cómo disfruta con la angustia de los intrépidos que desafían su enmarañada creación. ¡Ilusos! Pierden el tiempo urdiendo fórmulas para desandar un camino que su mente diagramó infalible. Le place escucharlos implorar por una salida, como asustadizos cachorros. Muchos lo han retado aduciendo que del intrincado circuito es imposible escapar y toda bifurcación conduce a un escollo aún más difícil de sortear. Se jacta de ser el único en orientarse en su mundo de múltiples opciones. Dentro del laberinto se mueve como un pez y no requiere de hilos de Ariadna ni planos arquitectónicos para dar con la senda correcta.

Para disipar esos infundados rumores se ofrece de conejillo de indias e ingresa al complejo. Promete salir en exactamente dieciséis minutos. Él conoce cada recodo, cada quiebra, cada alternativa, y avanza con paso seguro. Tan solo ignora que será víctima de un inesperado ataque de amnesia.