Necesito defecar, y me cuestiono todo lo que tengo que hacer para poder hacerlo. Me tengo que levantar de mi silla, dirigirme hacia la puerta, abrirla y luego entrar al baño. Lo hago. Al salir de mi habitación, me dirijo hacia el baño, prendo la luz y entro allí. Cierro la puerta con seguro para que nadie vaya a entrar y me acerco al inodoro; me bajo el pantalón y los calzoncillos, y me siento. No verifiqué que hubiera papel, pero afortunadamente si hay un rollo grande, y si no hubiera habido, me habría tocado levantarme a buscarlo en el cajón que queda debajo del lavamanos.

Empiezo a hacer fuerza para sacar la gran masa de excremento, pero tengo un poco de estreñimiento, así que me esfuerzo para que salgan las heces de mi cuerpo y me dejen descansar por un rato más. Tengo una lucha corporal muy dolorosa, en ella siento que las masas van siendo excretadas, pero son muy anchas y siento mucho dolor; sin embargo pude evacuar sin mayor inconveniente. En ese momento sentí un gran placer y descanso, pues a veces me pongo a pensar qué pasaría si se me explotan los excrementos adentro de mí y me enveneno; no quiero pensar en el tormentoso deceso que tendría. Afortunadamente la situación no se complicó; escuché cuando las materiales residuales tocaron la superficie del agua que tienen todos los inodoros.

Posteriormente, tomé el papel higiénico y me limpié varias veces observando bien como gradualmente los residuos que quedan cerca del ano iban desapareciendo de allí, reflejado esto en el papel, que siempre miro. Me cansa el movimiento que tengo que hacer cuando me limpio, con mi brazo izquierdo; me causa un poco de molestia, pero si no me limpio bien quizás me enfermo de algo. Luego de limpiarme bien, y botar todos los pedazos de papel higiénico, me levanto y veo las masas: son de color café, con formas irregulares cilíndricas, y no sé describirlas bien pues no las observo con mucho detalle.

Cuando comía ensalada de remolacha, las masas salían con un color parecido. Luego de observar que el color es el mismo de siempre, un tipo de café. Bajo la taza del retrete, y veo que el inodoro queda perfectamente limpio. Nuevamente le he ganado la batalla a mi cuerpo; voy a la cocina, abro la nevera y me como un montón de galletas.
No tenía diarrea, lo cual me tendría en un continuo vaivén entre el baño y mi habitación. Al regresar a mi pieza, siento un poco de molestia al sentarme, pues fue molesta la deposición, por lo que me siento con mucho cuidado, para no incomodar a mi cola.

Adentro de mí, con las galletas y demás alimentos se habrían de formar unos nuevos residuos, que habitarían en mí un rato, hasta que de nuevo volvería a excretarlos. Una y otra vez vivo con la angustia de tener que endiosar al dios inodoro, pues casi todos los días tengo que utilizarlo para que me dé paz, para que saque de mí todo lo que es malo y me dé un día más de vida sana. A él quisiera hacerle una estatua, porque es el que nos bendice todos los días, el que nos saca de las angustias más tormentosas. Ahí está siempre, para todos, los que tienen la bendición de tenerlo; nunca se va, está ahí anclado, para que cuando lo necesitemos, lo podamos usar y él nunca nos abandona.

Siempre que lo he necesitado, ha estado ahí para mí y para mi familia; quisiera dejar de usarlo, quisiera dejar el vicio de cagar, pero no he podido. ¿Tienen ustedes una fórmula para quitarme este vicio de cagar? Ayer lo usé más de tres veces porque me dio un poco de diarrea, y la verdad es que me agrada mucho usarlo, pues hay una sensación rica cuando lo utilizo. No obstante, por más que me esfuerzo; no he sido capaz de dejar de usarlo; aunque parece un trono armonioso, es un instrumento de tortura; me tiene subyugado y no he podido sublevarme; para hacerlo tendría que suicidarme.