La mujer le sirvió la sopa al niño, bien caliente y sinceramente no tenía un sabor muy exquisito. Luego le dijo que dejara de jugar con su videoconsola porque se le ponía fría la sopa. El niño no quería dejar de jugar, estaba muy entretenido, muy sumergido en su juego adictivo, por lo que la mamá tuvo que llamarlo varias veces, casi que gritándole que dejara de jugar. Después de un pequeño lapso el niño al sentirse demasiado presionado le puso pause al juego y con una actitud quejumbrosa se dirigió al comedor para beber su sopa.
La mamá le dijo que debía alimentarse bien para que cuando creciera fuera fuerte. El niño se sentó, vio la sopa y le produjo un poco de asco, porque no aparentaba tener un buen sabor. Su progenitora le dijo varias veces que muchos niños hubieran querido tener ese alimento y no lo tuvieron, por eso debía ser agradecido y tomársela juicioso. El niño no entendía por qué debía agradecer algo que era básico, un derecho elemental, el de los alimentos. Además tampoco entendía por qué tenía que ser agradecido con su cuerpo, pues se lo entregaron sin que lo hubiera deseado, por qué tenía que agradecer la comida si no había requerido la necesidad fisiológica de beber.
Debido a esto, discutió con su progenitora por qué su razón no le permitía entender por qué tenía que beber.
- No quiero tomarme la sopa -. Le dijo varias veces. Su madre le repitió varias veces que si no bebía, se iba a morir de hambre, y el niño se resistió porque su razón no aceptaba la necesidad fisiológica. Se sintió tan mal, que se puso a llorar, mientras su mamá lo seguía regañando, diciéndole que se iba a enfermar por no tomar sus alimentos.
Las lágrimas cayeron sin parar por las mejillas del pequeñuelo, - no quiero, no me obligue, quiero jugar, cada hora del día, y si fuera posible, tampoco quisiera dormir; quisiera estar todo el día jugando, ya casi venzo al monstruo del nivel tres -. La sopa estaba hirviendo, se veía el vapor que calentaba las mejillas de la criatura, y él pensaba que estaba muy caliente. Tomó la cuchara y bebió un poco; realmente estaba muy caliente - ¿Por qué no la hizo menos caliente? Me acabo de quemar la lengua y la garganta (un poco). La ascendiente le dijo – sople y así se la va tomando - . El niño tenía más reclamos acerca del alimento, su sabor era insípido; empero, la mamá le dijo – tómesela así, porque no hay más, hay que alimentarse de lo que hay -.
El crío siguió bebiendo la sopa, cucharada por cucharada, en medio de lágrimas, preguntándose por qué tenía que hacerlo si en realidad no lo estaba disfrutando. Cada cucharada que bebía era como un aguijón en su alma, una puñalada a su razón. Él sólo quería jugar y jugar sin parar, pero su cuerpo le pedía comida. Cuando terminó de beber toda su sopa, sintió un gran alivio, como si hubiera terminado una tortura, una menor. Luego bebió su jugo, otro pequeño suplicio y allí terminó aquel martirio.
Entonces, fue el momento en el que pudo continuar con lo que más le gustaba, o eso es lo que él creía. La verdad era que para no aburrirse jugaba en su videoconsola, porque uno también se muere por aburrimiento, o eso lo puede llevar a uno a la muerte. Luego de jugar unas horas, le dio dolor de cabeza, por lo que se recostó en su cama. La sopa que había bebido había sido la del almuerzo, a la comida la mamá le dijo que le iba a dar lo mismo. No sólo ese día pasó eso, varios días de la semana le daba sólo sopa al almuerzo y a la comida. Cada día, el pequeñuelo sufre tremendamente para beber su sopa, y nada puede cambiar su tristeza. Cada vez que se sienta a tomar sus alimentos se pregunta qué clase de ser superior puede en su ilimitada benevolencia darle semejante suplicio; cada día se lo pregunta y nunca ha encontrado una respuesta audible, sólo ha encontrado el hecho de que si no bebe, se enferma y se muere. |