1
¿Sería capaz de arreglárselas con lo que le iba a quedar de paro?, ¿podría seguir pasándo a Cristina la paga para la manutención de Sara?
La incertidumbre, una excelente excusa para empezar otra Xibeca, la cuarta desde que se había despertado de la siesta dos horas antes.
- Miau, -maulló el gatito.
Tomás cogió al pequeño gato y lo abrazó con ternura, éste se dejaba querer. Acariciando la pequeña cabeza negra le asaltó la urgencia de hablar con su hija Sara. Y eso era tan sencillo como realizar una llamada telefónica.
Al intentar marcar el número comprobó lo complicado de introducir la punta de su dedo en los agujeros del disco giratorio (sexo), descubrió que ya estaba borracho.
Se dejó caer en el sillón dándose por vencido. Encendió la tele desde el mando a distancia.
Estaban dando una serie americana de jovencitas norteamericanas arrastrando sus problemas existenciales por las playas de Miami.
Empezó a alterarse observando aquellos esculturales cuerpos (sexo), exuberantes, tapados por unos minúsculos biquinis (sexo).
Se desabotono el pantalón bajándoselos hasta los tobillos. Sacó al mundo un ridículo pene arrugado por el alcohol.
El gatito subió de un salto al sillón atraído por la curiosidad, quería averiguar si aquello que su nuevo dueño le mostraba era para comer o simplemente para jugar. Así que se plantó en la entrepierna de su nuevo dueño y……………..
El puñetazo le alcanzó de lleno en su negro y mullido cuerpecito. Tomás había reaccionado en el preciso instante en que el gatito había dirgido la patita con las garras como pequeños alfileres en la dirección de aquella especie de salchichita arrugada que tanto le atraía.
El cuerpo del gatito voló estrellándose contra el rostro de una jovencita que arrastraba problemas existenciales por una playa de Miami. El maullido lastimero e increíblemente infantil aceleró algo más el corazón de Tomás.
Una voz interior le previno, -disfrutaste haciéndole daño ¿verdad?
-Estoy borracho- se oyó decir en voz alta para acallar aquella vocecita misteriosa que había surgido muy dentro de su cerebro.
Buscó relajarse centrando su atención de nuevo en aquellos cuerpos maravillosos de las jovencitas americanas que arrastraban sus problemas existenciales por las playas de Miami (sexo). De nuevo se excitó y a pesar de los litros de alcohol su miembro estaba semierecto, –morcillón-, le espetó la voz de su cerebro.
Haciendo oídos sordos a su propia estupidez comenzó a masturbarse. A medida que su mirada devoraba aquellos cuerpos hermosos iba ganando en velocidad y cuando ya estaba a punto del clímax la pantalla del televisor se llenó con un primer plano del novio guapito de alguna de aquellas jovencitas norteamericanas que arrastraban sus problemas existenciales por las playas de Miami.
La rabia e impotencia hizo que apretase demasiado fuerte su pene y lanzase un gritito ridículo y solitario.
Se concentró de nuevo en las imágenes de las chicas de playa. Su excitación era ya descontrolada, su mano llegó a velocidad de crucero. Notaba que ya estaba a punto de eyacular. Adivinaba que iba a ser una corrida de escándalo puesto que llevaba ya muchos días sin dedicarse a esa adicción masturbadora que no le había abandonado desde aquella primera y temprana paja de su niñez.
En esos momentos una de las chicas que aparecían en la pantalla protagonizaba una escena de ducha bastante subida de tono.
–Ya, ¡yaaaaa...! exclamó completamente fuera de sí, acelerando el movimiento de su mano con una velocidad casi imposible.
Ya notaba subir el semen cuando la pantalla se fundió en negro. El chorro de semen aterrizó de lleno en su rostro en el mismísimo instante que observaba al presidente Aznar que desde su televisor le dedicaba una cínica sonrisa en el avance informativo.
!Mierda¡ gritó.
¡Miau!, -respondió el gatito desde algun lugar del apartamento.
(Sexo, sexo, sexo)
La voz no podía parar de reir a carcajadas.
2
Cristina se sentía muy agobiada. El trabajo le absorbía demasiado tiempo.
Después de un estrepitoso matrimonio sólo le quedaba su hija Sara y su familia,
¡Su familia! valiente ayuda, pensó.
En los últimos diez meses ya había perdido demasiados quilos y eso era algo que no se podía permitir debido a su naturaleza huesuda y extremadamente delgada.
¿Quieres ser mi amiga? preguntó de pronto la voz pregrabada y artificial de la sufrida y mutilada Barbi a la que los deditos de Sara intentaban abrirle la tapita de la espalda...
Cristina miró a su pequeña que le devolvió la mirada con una dulce sonrisa...
Hasta la fecha Tomás le había pasado puntualmente una más que generosa cantidad mensual, en eso sabía que no podía reprocharle nada.
-Tomás podía ser muy bueno si se lo proponía, -pensó.
Recordaba el espíritu de sacrificio de Tomás, su nulo egoísmo material. Y… recordaba también la primera bofetada que Tomás le propinó. Aquella bofetada que supuso el principio del fin.
Y se puso involuntariamente a recordar.
Llevaban muchos meses sin salir juntos, que no cenaban fuera de casa, que no iban al cine ni abandonaban la rutina. El trabajo de ambos les tenia demasiado ocupados y olvidados de sí mismos.
El séptimo aniversario de su boda fue por tanto una excusa perfecta para planear esa salida.
-También para eso nos estamos dando la paliza de trabajar,- le había dicho ella cuando observó el rostro de Tomas que no parecía ver con buenos ojos el gastarse un dinero así en una cena y unas copas.
Sabía que su marido no era para nada una persona agarrada, más bien todo lo contrario. El argumentaba los muchos sacrificios y esfuerzos que tenían que hacer para sacar aquella casa adelante.
-Jamás hemos celebrado nada que no sea el cumpleaños de Sara, -argumentó Cristina. Y, además ¿Cuándo nos hemos regalado algo?, jamás. Si ahora podemos, si tenemos este mes todo cubierto pues ¿Por qué no?, ¿o va a ser todo trabajar y trabajar?
Tomás no decía nada y permanecía hundido en el sillón mirando hacia ninguna parte.
-!Que ya nos toca cielo¡ prosiguió con sus razonamientos Cristina.
Los argumentos fueron variados y convincentes y Tomás se había dejado convencer.
A la noche siguiente salieron.
Una sonrisa cargada de nostalgia se dibujó en el rostro de Cristina al recordar el vestido negro que lució aquella noche. Aquel vestido que tanto le gustaba a Tomás y que solo se había puesto en otra ocasión, en la boda de su cargante hermano Miguel.
El ceñido vestido le quedaba como un guante y ensalzaba su estilizada figura.
Volvió a sonreír con tristeza al recordar la reacción de Tomás cuando la vio salir ya vestida de negro del dormitorio. Con aquellos tacones largos que ensalzaban aún más las finas y torneadas piernas. El escote trasero del vestido que dejaba al aire la espalda hasta donde ésta empezaba a dejar de llamarse espalda. Recién maquillada y peinada. Seductora y provocadora bajo las luces a media intensidad de las lámparas de la salita.
Se le echó literalmente encima. Tuvo que ponerse bastante seria para conseguir frenar el ímpetu de su marido. Aunque por dentro estaba encantada de ser la causante de ese deseo.
Aquella noche habían dejado a la niña en casa de los abuelitos y eso había animado a Tomás ya que le parecía magnifica la idea de que su pequeña Sara se relacionara más de una hora seguida con sus padres. Cristina por el contrario la dejó en casa de sus suegros con una enorme sensación de culpabilidad.
Habían reservado mesa en una marisquería muy renombrada del centro de Barcelona. Un sitio muy elegante, muy tranquilo y muy caro. Pero aquella noche la quisieron hacer especial, nada de platos combinados en restaurantes de medio pelo.
La cena transcurrió tranquila aunque no fue lo que ella esperaba de una ocasión así.
Tomas se pasó la cena hablándole de su nuevo trabajo, de los problemas que tenía en su nuevo puesto. Problemas que eran los de siempre, los que había tenido en sus anteriores trabajos.
Cuando llegaron los postres le tocó el turno al tema de la familia. Pasaron revista a todos y pudo al fin sonreír con algunas ocurrencias de Tomás.
Ya en los cafés Tomas se puso romántico y halagador, el vino ya había cumplido su papel... Aun así Cristina se había sentido halagada porque no estaba para nada acostumbrada a que su marido le dijera aquellas palabras tan bonitas.
Recordaba aquella noche como una película. Sentada en el sofá miraba la pantalla de su televisor donde unas jóvenes norteamericanas en biquini arrastraban sus problemas existenciales por las playas de Miami. Pero ella solo veía sus propios recuerdos.
Sara miraba hacia su madre de vez en cuando. Su hija Sara era una pequeña vieja de cinco años. Su hija Sara había por fin conseguido abrir la tapa de la espalda de su sufrida Barbi.
Cristina seguía absorta recordando ahora el Pub al que habían ido con los estómagos medio llenos y la cartera medio vacía.
La música del Pub se les antojaba romántica y divina aunque el tiempo la convertiría en hortera.
Tomás la sacó a bailar, y prácticamente solos en la pequeña pista de baile se abrazaron con deseos renovados. Descubrieron que aquella era la primera vez que bailaban juntos. Aún no habían descubierto que también sería la última.
De los altavoces salía la voz descafeinada y afónica de Diango que no cesaba de darles las gracias a unos amigos de la radio.
Y en ese momento, apareció Ricardo.
Ricardo y su seductora sonrisa.
¿Quieres ser mi amiga?, exclamó robóticamente la Barbi de Sara por última vez en su existencia de muñeca.
3
¡Miau!, exclamó el gatito asomando su pequeña y negra cabecita bajo el sillón.
¿Así que estabas ahí escondido eh?, le dijo Tomás con la mejor de sus sonrisas. Con aquella sonrisa que sabía generaba confianza en los demás.
También funcionó con el gatito que salió de su seguro escondite.
-Disfrutaste haciéndole daño al gatito ¿verdad?
La voz sorprendió a Tomas.
¡De nuevo aquella voz interior! no recordaba ni en la peor de sus borracheras haber escuchado aquellas voces tan reales.
El gatito, a pesar de haberse dejado seducir por la sonrisa de su nuevo dueño, aún no se dejaba tocar por éste. Era pequeño pero no estúpido. Todavía sentía su cuerpecito dolorido del golpe contra el televisor. Así que de momento decidió no tentar a la suerte y guardar con aquel hombre una distancia prudencial.
A Tomás le dolía terriblemente la cabeza y sabía perfectamente la razón. Cogió dos gelocatiles del botiquín, se dirigió a la nevera y hecho mano de la última Xibeca de las diez que había comprado esa misma mañana. Bebió un generoso trago directamente de la botella y se pasó las dos pastillas.
Tomás sufría de diarrea.
El eructo surgió con un eco escandaloso asustando al gatito que de nuevo corrió a refugiarse bajo el sillón.
Y Tomas empezó a recordar.
Y recordó que todo había empezado con aquella bofetada, producto de los celos y la inmadurez, de la cobardía y de antiguos complejos no resueltos...
De aquella noche recordó sobre todo el vestido de Cristina. El deseo aquella noche hacia su mujer fué casi insoportable.
Había sido una cena tranquila en aquel bonito restaurante. Habían estado hablando de su trabajo, de sus problemas, también de la familia y recordaba claramente lo mucho que se rio Cristina a la hora de los cafés cuando el imitaba a Miguel el hermano de ella.
Recordaba el baile en el Pub., era la primera vez que bailaban juntos.
-Curioso ¿eh?, -le dijo la voz de su cabeza.
Se dejó caer de nuevo en el sillón. El gatito salió como una bala de abajo y fue a acomodarse al cajón de la mesita de noche que Tomás le había habilitado en una esquina de la salita, y en ese cajón que ya sentía su hogar se acomodó. No tardó en quedarse dormido.
La mirada de Tomás estaba fija en la pantalla del televisor. Traspasándola sin ser consciente de si estaba encendida o apagada. Traspasando incluso aquella realidad de su presente. Su mirada estaba fija en la pista de baile del Pub. En aquella noche que todo empezó a ir peor...
Recordaba la cintura de Cristina encajada en sus manos. Los senos punzantes clavados en su pecho. La erección mientras sus cuerpos se dejaban llevar por la música.
Recordó la necesidad que tenia de salir de allí para hacerle el amor, la urgencia de tener sexo con ella.
Y recordó cuando al final de la canción separaron sus cuerpos en el preciso momento en que apareció Ricardo con su estúpida sonrisa...
Se les acercó con paso decidido, sonrisa al viento y mirada de seductor.
¡Cuanto tiempo! -exclamó situándose junto a ellos en mitad de la pista de baile. -Como me alegro de veros parejita-
Ricardo era un palmo más alto que él a pesar de su metro ochenta. También era más atractivo y muchísimo más seguro de sí mismo.
Ricardo le dio dos sonoros besos a Cristina, y a él le estrecho la mano con firmeza apretando más de la cuenta, con energía y la decisión de los que saben que siempre actúan de manera correcta.
La breve conversación estuvo protagonizada en todo momento por Ricardo y Cristina. Manejando perfectamente la situación consiguiendo que ésta no fuera forzada.
-Él no es de los que se pasan la vida matándose a pajas ¿eh? -la voz sabía dónde pinchar.
Aún veía aquellos ojos de Ricardo verdes y llenos de luz. Ojos que por sí solos ya atraían las miradas femeninas.
¿Has venido solo?, pregunto el Tomás del recuerdo deseando que no fuera así, deseando que se largase ya.
-No, estoy con una amiga, hemos ido a cenar y hemos venido a bajar la cena un poco, y mientras se explicaba señaló con la barbilla a un rincón del Pub.
Sentada en aquel rincón y junto a dos copas de cava Tomás distinguió a una mujer a la que no se pudo sacar de la cabeza en un tiempo. Era de una belleza salvaje, morena de cabello largo y espeso. Una mujer que a pesar de estar sentada se le podía adivinar una considerable altura y un cuerpazo de revista.
Recordó perfectamente las carcajadas desinhibidas de su mujer.
-Siempre has tenido una sonrisa preciosa, te hace estar aún más esplendida y mira que ya es difícil, ¿verdad Tomás?
Eso era lo peor. Que no le importara lo mas mínimo si a él le gustaban esos comentarios hacia su mujer.
-Claro, claro ¡y tanto que si! se limitó a contestar con una risa falsa y demasiado forzada.
La magia de aquella noche se había terminado al aparecer en escena la estúpida sonrisa de Ricardo.
No recordaba el tiempo que estuvieron allí de pie alegrándose de haberse visto. Fueron minutos eternos, llenos de mensajes secretos entre Cristina y Ricardo.
Los ojos de ella brillaron diferentes sin aparlos de los verdes ojos de aquel depredador de mujeres.
Ricardo con su fama de mujeriego, Ricardo al que todas las del antiguo grupo se habían follado en alguna ocasión.
Aquella noche tuvo la completa certeza de que Cristina aunque siempre lo había negado también le chupó en su momento la polla a Ricardo.
!Y tanto que se la chupó¡, !y con qué ansias¡, la voz esta vez consiguió un directo al estómago
El Tomás de su recuerdo y el del presente resoplaron angustiados y con un doloroso pinchazo en el corazón.
El Tomás del recuerdo pensaba todo eso mientras no podía dejar de observar la cara de Cristina, iluminada. Como con sed de macho.
¿Y tú Tomás que me cuentas?, que te veo muy callado, -le pregunto Ricardo sacándole de sus masoquistas pensamientos.
Quería que el mundo terminase en aquél momento. Se sentía pequeño, miserable y lleno de odio hacia aquel hombre que conseguía de las mujeres lo que el más deseaba.
Hablaron del trabajo de Tomas. Como recepcionista en un hotel de lujo.
Recordó con que patetismo quiso aclarar que no era un trabajo para él. Que no iba a estar mucho tiempo en ese puesto. Justificándose ante una persona a la que realmente le importaba bien poco su historia de recepcionista fracasado. Lo único que le interesaba a Ricardo era dedicarle a Cristina la mejor de sus sonrisas.
Tomás hablaba sin decir nada, perdiéndose en detalles del hotel que no importaban a nadie.
Y recordó como, mientras hablaba se le iba acumulando odio, cuanto más odio sumaba más pequeño e insignificante se sentía.
Veía a Cristina seductora y como la mujer más deseada del mundo. La veía volviéndose loca de pasión por Ricardo.
Una desconocida Cristina que dejaba empequeñecida a cualquiera de las actrices porno a las que el visionaba con frecuencia...
Aquella noche de su recuerdo terminó de la peor de las maneras.
Ricardo parecía no tener prisa en despedirse y largarse con aquella amiga que esperaba pacientemente, una morena a la que, Tomás estaba convencido, ningún hombre a excepción de Ricardo hacía esperar.
No podía con aquella situación que le desbordaba. La rabia le devoraba.
Aun tuvo que soportar la despedida, el haber cuando quedamos con más tranquilidad, las miradas de ella, las miradas de él, el conflicto sexual no resuelto entre su mujer y Ricardo, el adiós , hasta pronto, nos llamamos eh??.
La rabia acumulada salió.
Pero antes, el silencio. El no entender nada ella del cambio de humor de él.
El pagar la cuenta antes de lo previsto y sin haber probado apenas la consumición.
El “que raro eres Tomás”.
El ponerse las chaquetas en el guardarropía y el abandonar el Pub.
Y allí, en la acera salió.
La bofetada resonó en la noche. Rompiendo algo más que el silencio.
Esa noche empezó el principio del fin.
-Miauuu, -exclamó hambriento el gatito que acababa de despertar.
4
Los ojos que la miraban desde la fotografía no eran ni feos ni bonitos. De un color marrón de lo más normal. Lo que más resaltaba en ellos era la vulgaridad de su mirada. Tomás miraba así, una mirada anónima.
Recordó los ojos de Ricardo. Aquella noche en el Pub Ricardo tenía el guapo subido.
¿Y cuando no lo tenía?, pensó sonriendo a la foto de Tomás que seguía mirándola de una manera vulgar.
Ricardo y sus preciosos ojos verdes. Ricardo y su encantadora sonrisa. Sí, Ricardo era tan atractivo como superfluo. El hombre menos indicado para enamorarse de él.
Miró de nuevo al Tomás de la foto. ¿Y qué había visto ella en la vulgaridad de Tomas para enamorarse de él? El amor es el sentimiento más abstracto, complicado y contradictorio que existe, pensó.
Pero la bofetada de aquella noche no había sido abstracta ni contradictoria.
Ocurrió nada más salir del Pub. Inesperada, acompañada de un ¡Puta! que aún retumbaba en sus oídos a pesar de los años transcurridos.
Aquella noche Cristina había regresado en taxi. Aquella noche se rompió algo que ya no tendría arreglo. Aquella noche se prometió a sí misma no tener más relaciones sexuales con Tomás.
Y aquella noche Cristina acabo haciendo el amor con su marido. Asqueada de sí misma por primera vez.
¿Por qué no mandó todo al infierno aquella noche?
Aquella primera bofetada creo adicción en Tomás y costumbre en ella.
No era lógico premiar la acción de su marido echando un polvo con él esa misma noche...
¿Por qué era todo tan tremendamente complicado?
¡Mamá tengo caca! -interrumpió Sara.
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