Estábamos en la carnicería mi hija, que por entonces tendría tres o cuatro años, y yo. El carnicero se dirigió a ella en gallego.
_A túa nai é extremeña. E ti? ( tu madre es extremeña. ¿Y tú?)
-Yo soy extremeña también-le respondió airada.
-No,tú eres gallega-le corregí yo.
-¡Que no, que yo soy extremeña!- insistió.
Luego, en casa, le expliqué que , aunque su padre y yo y el resto de la familia éramos extremeños, ella era gallega.
-¿Y por qué?-me preguntaba no entendiendo los hechos.
-Porque tú naciste aquí. Pero bueno, admitamos que también tienes algo de extremeña.
-Ya sé: soy galemeña o extremeiga- dijo haciéndosele la luz en su pequeña cabecita merced a los dos acrónimos que acababa de inventar.
La magia de las palabras le había servido para conciliarse con sus dos tierras, es decir, para ordenar su mundo.
A mí me parecieron un acto de magia sus dos ingeniosos neologismos, no menos sorprendentes que cuando vemos al mago sacar un conejo de su chistera.
Yo me declaro extremeña de nacimiento, gallega de adopción, española y ciudadana del mundo, pues considero que debemos tener raíces que nos aten a la tierra y alas que nos aúpen de esa misma tierra.
Nota: esta anécdota se la conté un día a la compañera Elisatab, a la que desde aquí mando un saludo con este pequeño guiño.