Fotocopia
Aquella tarde su tía le entregó el mensaje. Samuel pensó que era una buena oportunidad laboral, pues estaba cansado de trabajar en lugares donde sólo se le necesitaba para realizar tareas duras y fatigosas. Eso de vender telefonía celular, pensó, le daría unos buenos ingresos con los cuales podría terminar su carrera técnica. Ésta no la pudo finalizar debido a las exigencias horarias en la bodega y la enorme distancia que debía recorrer cada día desde su lugar de trabajo hasta allá. Pero ahora no tendría problemas. Claro que no. Optimista pensaba que este empleo no le demandaría gran esfuerzo físico, sólo una buena dosis de concentración en el manejo de los planes y su labia para convencer. Además, la oficina estaba ubicada muy cerca del instituto; por lo tanto, sólo tendría que caminar sin gastar dinero en transporte. Al día siguiente llegó temprano a la entrevista, de manera que esperó un buen rato en la sala de Estar de la empresa. Pocos minutos después empezó a unírsele el resto de las personas que serían calificadas por el dealer. Había rostros muy jóvenes; sin embargo, también algunas personas de edad mayor. Al parecer, era el único adulto del grupo. Desde el interior salió una mujer, secretaria del empresario, quien llamándolo por su nombre le condujo hasta el despacho de éste. Allí estaba, además, la persona que había telefoneado, un individuo de contextura gruesa, aspecto oriental y modales finos, quien le presentó al dueño. Éste era un tipo de estatura alta, corpulento, con un mostacho negro, mal recortado, que no armonizaba con su rostro ovalado y moreno. Samuel percibió en la mirada de aquel hombre algo de duda y molestia cada vez que hablaba de sus logros laborales. Durante la entrevista ellos sólo se limitaron a hacer una serie de preguntas que iba desde temas de trabajo hasta cuestiones de orden sentimental. Esto último no fue de su agrado, aunque respondió de la mejor forma posible. Abruptamente, el más grande dio término al examen y el de aspecto asiático le recomendó que estuviera atento a su llamado. Después de aquel acucioso interrogatorio, Samuel pensó que las probabilidades de ser contratado eran bajísimas, de tal manera que decidió enviar currículos a otras empresas. Dos días más tarde, antes del anochecer, el teléfono rompió el silencio de la casa. Bajó presuroso las escaleras y tomó el auricular. Debía presentarse a las 9:00 de la mañana, el día siguiente, en la tienda de telefonía móvil. Contento, les contó a sus padres esta noticia, no obstante éstos sólo se limitaron a decir que debía tomarlo con calma, pues a veces las ilusiones se nutren de falsedades. Él, por el contrario, creyó que sus progenitores no sabían lo que estaban diciendo.
Llegó poco antes de la hora estipulada. Esta vez, una secretaria distinta le condujo al sofá ubicado fuera de la oficina del contador. Éste apareció media hora más tarde, dirigiéndose de inmediato a su despacho sin percatarse, aparentemente, de la presencia de Samuel. Dejó la puerta entreabierta y, buscando entre el montón de papeles que tenía sobre el escritorio, obtuvo un currículo. Luego voceó su nombre y le pidió que entrara. Allí le pasó el ejemplar único del contrato de trabajo compuesto por dos hojas, solicitando a Samuel que lo firmara para enviarlo donde el dueño, quien haría lo mismo. Samuel titubeó, pues le parecía extraño que no estuvieran los dos ejemplares habituales, sin embargo, después de leer ambos documentos, lo firmó. Las condiciones que aparecían en los papeles se ajustaban con lo que habían mencionado quienes le entrevistaron: sería una relación laboral, cumpliendo un horario determinado y se le pagaría un sueldo fijo más comisión. El profesional, a los pocos minutos, le trajo unas fotocopias que Samuel guardó en su archivador. Algunas semanas más tarde, empezaron a surgir los primeros problemas. Sus comisiones del mes serían pagadas en forma parcializada, esto es, la mitad los primeros días de abril y el resto al cumplirse la quincena. También se le mencionó que por dificultades de caja su remuneración de marzo sería pagada el día 20 del mes siguiente. Eso enfadó a Samuel, pero decidió seguir trabajando pues no tenía otra alternativa. Su nivel de ventas era bastante bueno y su comisión superaba con creces el sueldo pactado, sin embargo, se le pagó menos de lo que correspondía el día 5. El día 10 decidió entrar, dando algunos suaves golpes a la puerta, al despacho del contador con el fin de exigir alguna explicación. Samuel lo hizo sin perder el control y calmadamente, no obstante, el profesional se molestó fuertemente por su actitud amenazando acusarle con el dueño. El día 18 recibió el saldo de la primera parcialidad, pero transcurrió hasta el día 27 sin obtener respuesta sobre el resto de la comisión y la remuneración del mes anterior. No soportó más. El día 30 se presentó molesto en la oficina del dueño exigiendo que se le pagara. Éste hizo llamar al oriental y otros tres tipos más; luego, sacó del escritorio el contrato mostrándoselo a Samuel. Éste, sin embargo, difería absolutamente del que había firmado. A pesar que aparecía su firma en la segunda página, a ésta se le había añadido una cláusula más, la que señalaba que su labor se realizaría sólo en calidad de comisionista, recibiendo un porcentaje inferior del que había acordado al comienzo. Además, la primera hoja, donde aparecían las condiciones principales, había sido sustituida por otra con cláusulas que el jamás leyó. Lo único que tenía era esa fotocopia sin valor. Un sentimiento de impotencia le impulsó a lanzarse sobre el grandote, pero los demás le sujetaron a viva fuerza. Inexplicablemente, apareció en ese momento la policía, a la que el dueño narró lo acontecido, mencionando el intento de agresión por parte de Samuel. Éste sólo atinó a firmar el recibo de la comisión adeudada, mientras una lágrima de ira rodó por su rostro...
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