AMORES LONGEVOS
Con la mirada perdida en un punto cualquiera del televisor encendido que no le devolvía la imagen, Edgar Gorostiza escuchaba murmurar a su mujer quien deambulaba en ese ir y venir desorganizado de las mujeres cuando están a punto de salir de casa para terminar, casi siempre, olvidando algo. Sandra su esposa alzó la voz para sacarlo del ensimismamiento tan usual en aquel hombre: —¿Entonces le digo a “los muchachos” que festejaremos juntos nuestras bodas de oro?— La mujer usó el eufemismo “los muchachos” para referirse al matrimonio formado por Roberto Solano y Adriana Jiménez, amigos de ambos desde la adolescencia quienes también cumplían cincuenta años de casados.
—Está bien mujer, puedes hacerlo— Contestó Edgar sin regresar a verla, absorto en aquel punto imaginario donde evadía la realidad. El televisor con su imagen y sonido sólo era una comparsa inadvertida para él en la ruta de escape creada en el loco afán de olvidar su precaria situación. En el último examen médico que le practicaron le detectaron cáncer terminal de próstata diseminado en otros órganos, el urólogo fue lapidario cuando a petición suya le dijo las expectativas de vida, ¡tres o cuatro meses como máximo!
Edgar había sido siempre de pocas palabras en su relación marital, tal vez por ello el matrimonio se les fue haciendo añoso y por eso no dijo nada a su mujer del fatal diagnóstico. Sandra y él soportaron muy unidos la gran pena de no tener hijos, enfrentaron esa dificultad y muchas otras menores. Transcurridos los primeros años apasionados de matrimonio la pareja se volvió rutinaria en su relación íntima, sexo sólo para satisfacer al cuerpo, por costumbre, por consideración al otro, sin más ingrediente que cumplir con su naturaleza, como un vínculo afectivo fuerte del uno con la otra, un apego tardío en el contexto de la Teoría del apego de Bowlby, en donde Sandra manifestaba el estilo de Apego Seguro, entendido este como la tendencia a desarrollar modelos mentales de sí misma y de su cónyuge positivos y favorables, sin preocuparse de ser abandonados, se sienten confiados en la relación de pareja, buscan el apoyo del otro cuando lo necesitan, expresan abiertamente sus preocupaciones y usan estrategias de resolución de conflictos donde involucran compromiso y un adecuado nivel de comunicación, de acuerdo con la explicación teórica y de clínica psicológica de Hazan y Shaver; así, el estilo de apego de la mujer se acopló perfectamente al estilo de Apego Evitativo desarrollado por Edgar, el cual consiste de acuerdo con la propuesta de Timm, en el desarrollo de modelos de sí mismos como suspicaces, retraídos y escépticos, se sienten incómodos intimando con otros y encuentran difícil confiar y depender de ellos. Valoran su independencia y tienden a ser autosuficientes, por ello no piden mucho apoyo, lo cual no significa que no lo anhelen o necesiten, es tan solo una forma de defenderse pues esperan ser rechazados en algún momento.
En este contexto, ahora Edgar enfrentaba una situación poco común en los humanos, conocía de cuanto tiempo de vida disponía. Aquel hombre desahuciado aceptaba haber nacido para morir y como dijo Anton Chejov: “no se puede prescindir ni retrasar la muerte; pero, a pesar de todo, es una idea que nuestra naturaleza repele”. Frecuentemente pensaba Edgar, jugamos a las escondidillas con la parca, como retándola compramos nuestro ataúd, hacemos arreglos funerarios y disponemos de la sucesión de nuestros bienes, pero en realidad lejos de ser actos de prevención, esa actitud denota una balandronada, más para impresionar a los vivos que para enfrentar la propia muerte. Él lo sabía muy bien ahora cuando empezaba a sentir lástima de sí mismo, ahora cuando le apremiaba hacer y volver hacer su recuento de vida y planes cuya realización no excediera de noventa días. En las actuales circunstancias el tiempo se convirtió en el principal personaje en la trama de su vida. Sonrió, al menos el festejo por los cincuenta años de casado se llevaría a cabo en un mes.
Edgar manoteo frente a su cara en vano intento de alejar brevemente aquellos lúgubres pensamientos, se puso de pie y buscó refugio en su estudio frente al ordenador. Al enterarse de su enfermedad canalizó sus exiguas energías viajando por la red, condescendiendo con cuanto desconocido encontraba dispuesto a “escucharlo”, encontró cada loco o loca con quienes en medio del anonimato intercambio todo tipo de sandeces, ¡bendito paliativo para su penar!
Algunas horas después regresó a casa Sandra su esposa, venía contenta, afable, había iniciado con Adriana la entrañable amiga los preparativos conjuntos para el festejo de las bodas de oro de los dos matrimonios. Aquella tarde no asistió al rosario que acostumbraba rezar desde hacía muchos años en la iglesia donde se casaron. —Será una hermosa ceremonia— le dijo al momento de besarlo en la mejilla. Luego haciendo un mohín pícaro la mujer agregó: —Tengo una excelente noticia, ¿quieres escucharla?—
Sin mucho ánimo Edgar le contestó: —Si es buena noticia, adelante—
—Vendrá “la niña” para la boda.
Nuevamente Sandra con sus eufemismos. Se refería a Carla, la única hija del matrimonio de Roberto Solano y Adriana Jiménez. La mujer nunca entendió las razones del matrimonio amigo para enviar a su única hija a estudiar en el extranjero a la corta edad de ocho años, mucho menos sus justificaciones para mantenerla alejada por tanto tiempo, ni una sola vez regreso al país desde su partida.
Edgar con rostro sombrío le respondió entre dientes sin mucho ánimo: —Será bueno verla después de tanto tiempo—
—La niña viene con su esposo y su pequeño hijo de brazos— Agregó Sandra.
Un mes después, transcurrido ese tiempo para las mujeres entre carreritas, planes, compras, arreglos previos y de última hora, con un Roberto Solano casi ausente de los preparativos y Edgar padeciendo en silencio su terrible enfermedad aferrado a la idea de Billings “Nunca es verdad que no se puede hacer nada más”, contrató a eminentes psicólogos para que lo prepararan para su terrible trance. Así entendió su estado, él era un enfermo en fase terminal terapéutica en donde la enfermedad ha progresado hasta tal punto que los tratamientos o se han agotado o son ineficaces, por lo tanto la enfermedad no es susceptible de tratamiento activo sino paliativo.
Con estoicismo Edgar soportó los diversos síntomas de los enfermos terminales: debilidad, dolor, anorexia, ansiedad y depresión así como angustia, crisis de llanto y estados cada vez más recurrentes de confusión. Se dejaba llevar por la alegría desbordada de las mujeres quienes ni siquiera imaginaban su padecimiento. Se enteró, por su esposa que Carla, la hija del matrimonio amigo llegaría el mismo día de la ceremonia directamente al templo donde se efectuaría el ritual religioso, se quedaría a la fiesta para partir tres días después de su llegada.
Entonces Edgar en un gesto también a destiempo agradeció a su dios, a la vida misma y a la muerte por permitirle realizar uno de los últimos actos de amor y sincero arrepentimiento, pedirle perdón a Adriana y a Carla, hija biológica de ambos y suplicarles le permitieran tener entre sus brazos al menos unos minutos a su pequeño nieto. Si las mujeres accedieran, aquello bien podría realizarse en el poquísimo tiempo disponible de su vida.
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