¿Y tú por qué lloras? -me dice el perro que está atado a la puerta del bar-. Si yo pudiera pensar en el futuro como tú sabes, no lloraría. Pero los perros estamos condenados, por nuestra naturaleza perruna, a vivir atrapados en el presente. Y cada vez que mi dueño me ata aquí, mi única opción es pensar que me ha abandonado para siempre. Pero tú…

Hoy es tu día de suerte –le digo condescendiente, mientras enciendo un cigarrillo-, en general no me gusta hablar con perros y menos con perros listillos que utilizan el subjuntivo. Pero un día es un día. ¿Has visto a la chica de los labios azules que me ha besado antes de entrar? Ella está perdidamente enamorada de mí. Y yo de ella. Pero sé que cuando dentro de un rato salga del bar, ella seguirá siendo la misma, pero que esos minutos bastarán para que ya sea diferente y mañana…

¿Mañana? ¿Te olvidas de que soy un perro? Oye, por cierto, ¿no me estarás contando el rollo de que no te puedes bañar dos veces en el mismo río?–me interrumpe el perro pedante, mirando al suelo y moviendo la cabeza.

Sólo digo que los humanos estamos condenados a vivir siempre en el futuro, ¡perro idiota! –le grito, tirando el cigarrillo y dando por zanjada la conversación.

¡Vaya desperdicio de súper-poderes! –todavía le da tiempo a soltar. Yo me alejo como si no le hubiera oído.