El otro día me dí cuenta de algo importante, salir con una mujer (en mi caso), no era lo que yo quería. La tenía ahí en frente mío, pero sin embargo yo estaba triste. En mi desesperada búsqueda por no estar solo, no hice más que disfrutar mi soledad acompañado de alguien.
Llegué a mi casa, triste, puse la pava en la hornalla, llené de yerba el mate, ladeé la yerba hacia un lado para dejar un agujero para la bombilla, y esperé a que el agua calentara. Una vez que la pava se calentó salí al balcón, me senté en una de las dos sillas de madera y me dispuse a cebar. Cuando cerré las pestañas, tan solo para parpadear, la vi a ella. Sentada en frente de mí, con una sonrisa en sus labios y ofreciéndome un mate. Abrí y los ojos y me sentí solo. La otra silla estaba vacía y llena de polvo, buscando a alguien que se sentase en ella. Llené el mate de agua, y lo sostuve con mis dos manos. El mate me calentaba, en esa fría noche de invierno. Volví a cerrar los ojos, y allí estaba ella devuelta. Al sonreír sus ojos marrones se llenaron de alegría. Me miró y acercó su manos hacia las mías, intentando llevar la bombilla a mi boca. Sentí la bombilla caliente en mis labios secos. Abrí de nuevo los ojos y me encontré solo. Con la bombilla en la boca me digne a tomar ese primer mate amargo. Lo escupí al vacío y volví a llenar el mate de agua. ¿Por qué la gente toma mate? No es rico, tampoco feo, es solo… mate. ¿Cómo explicarlo a alguien que nunca lo bebió? Sin embargo, por más de que a nadie le guste, todos lo toman. Así que volví a apoyar la bombilla en mi boca y bebí. Al hacerlo la recordé a ella, ahí frente a mí, sonriendo. Cerré los ojos para que el recuerdo durara más. Caí de rodillas al piso con los ojos llorosos. Apoyé mi cabeza contra la otra silla y terminé de tragar el mate. Mis lágrimas cayeron por aquel asiento, dejando a su paso un río de llanto, sobre la madera polvorienta, y recordé, porqué es que la gente toma mate.
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