Fue la madrugada del último sábado de éste enero. Y después de haber 'lonchado' por sengunda vez, cuándo entramos en una especie de soñolencia inducida por el frío y el cansancio, que la ví ponerse de pié y dirigirse al sanitario nuestro, los miembros del 'team'. Porque hacía ya un tiempo que la compañía había logrado separar los espacios de recesos dentro de la jornada regular, añadiédonos una hora no paga, dividida en dos períodos para ingerir algo. Por eso, tuve que darme una palmadita en una de mis sienes, emerger a la plena consciencia, soliviantar con gran esfuerzo mi cuerpo y comprobar que de un bolsillo del 'coat' de la joven madre había caído algo real al suelo.

Lo caído era imprescindible para ingresar al inmenso salón de labores, cuya temperatura es casi polar. Y más en ésta parte del año, que el clima interno compite con el de afuera. Pero lo peor es que todo lo insubstituíble en términos de protección, tanto al empleado inferior, cómo a la empresa en caso de posible demanda, se nos vende. Aún los instrumentos que permiten una más fina calidad elaborativa. Volviendo al asunto de los grados, internamente nos desfavorecía el que en algún momento de su historia, nuestro planeta en un forcejeo interplanetario, resultó con una inclinación distinta en relación a la eclíptica solar. Y los que ocupamos la parte norte de la tierra, ahora nos estaban llegando más débiles los rayos del astro mayor.

Al instante de que mi retina habría reproducido la imagen del objeto que ya estaba en el piso, se interpuso en mi ángulo visual la figura del Moreno, quién avanzaba ineludiblemente hacia lo perdido por la mujer. ¡Moreno! ---le grité antes de que lo viese---dáselo a ése muchacho. Siendo el grito sincrónico con mi apuntamiento hacia el jovencito, cuya mamá ya se había perdido en el interior del retrete femenino. Cuando el Moreno se lo entregó, ya el mozuelo estaba de pié porque el 'break' se había terminado. Y ante el rostro de asombro mostrado por él, mi voz se adelantó en lo que el Moreno no pudo haber dicho: 'dile que fue su madre quién lo perdió'.

Hay un largo pasillo que conduce al cuarto de trabajo y un punto dónde el que viniera del baño y del lugar de reposo, concurren. Y los tres caminos simultáneamente eran dominados por mí, desde el punto de dónde había emergido a la realidad. Así, que pude ver el desfigurado rostro de la madre al informar al hijo de la pérdida, pero también escucharla, cuando el mozo extrajo de un bolsillo lo perdido: ¡Mira,..bromista!.