Maria rezaba en un grupo al que ella denominaba cenaculo en la localidad de Moreno, provincia de Buenos Aires.
Con su pelo cortito, y su marido a cuestas dialogaba con cuanto ser humano se le cruzase. Su carterita colgaba del brazo así como su rosario, que contaba varias veces al día, y le pasaba de mano en mano, con sus cuentas. No habría en el mundo mujer mas devota que Maria si no fuera por un pequeño detalle del que fui testigo involuntaria.
Las mujeres del contingente que se dirigía a los Yeyunos san Rafael Mendoza, se encaminaron apuraditas al sanitario, con esa urgencia que la vejiga repleta de mate, jugo y agua, amerita.
Íbamos en tropel, disimulando el apuro del desborde.
Al entrar Maria al sanitario nos advirtió de que no podríamos hacer uso de ellos, porque la bomba de agua se había roto, y había que esperar.
Justamente Teresita, que venía apurada atrás mío, ni lerda ni perezosa, se arremanga la pollera y entra contrita al baño.
Fue así que Maria desarrajo un grito
- Mujer del demonio, mujer del demonio, ya me amargo las vacaciones.
Quede estupefacta.
No podía entender como aquel grito profano había sacudido la tierra, solo por unas gotitas de pis de Teresita que a la sazón contaba con 80 añitos.
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