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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 28.

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Capítulo 28: “Alianza”.
Nota de Autora:
Hola gente, estoy asustada: me quedan pocos capítulos por escribir, pero me queda menos tiempo aún… ¡Dios! ¡Si tuviera que dejar uno o dos capítulos pendientes hasta el próximo verano me sentiría fatal! Así que prefiero escribir todo lo que pueda escribir y no rellenar con notas inútiles que sólo una persona lee… Pues en este capítulo entra un personaje que tendrá una gran trascendencia en el final, de hecho, en parte, es ella quien provoca que las cosas vayan a terminar de cierto modo.
Pues, en honor a ella –sí, es mujer; y sí, vivió en la vida real- el tema de capítulo es el tema principal del videojuego “Assassin’s Creed IV”, que no tengo una maldita idea de qué se trata, sólo sé que ella fue ocupada como un personaje y que la música es realmente buenísima. De más está decir que yo no lo compuse, su autor es Brian Tyler, a quien hoy gritamos ¡Larga Vida!

La noche del dos de septiembre los tripulantes del HMNLS Evertsen tocaban puerto al fin en el único trozo de tierra al que podían llamar con toda confianza hogar. Al fin todas las penurias habían desaparecido, los temores habían acabado. Por fin, al fin, en casa otra vez. La brisa húmeda de finales del verano salió a recibirlos en la cara. ¡Se sentía tan bien regresar a New Providence otra vez!
Caminaron por sus calles sintiendo por primera vez en meses que les era permitido dejar el Evertsen en un muelle sin correr riesgo de ser tomados en prisión ni de tener que regresar corriendo a la nave.
Luego de que el señor Misdrop liberara de la cárcel a la tripulación de Liselot –incluido el Contramaestre- les condujo a las afueras de la ciudad, donde les dio un mapa, provisiones y dinero suficiente –lo había obtenido tras vender la mercancía que ellos habían traído de Marruecos- para regresar a la seguridad del Evertsen. Sin embargo, no todo era tan maravilloso como sonaba: habrían de hacer la travesía a pie, pues las costas del continente estaban firmemente resguardadas y apenas les viesen serían capturados de nueva cuenta. Tardaron dos meses –hasta el 01 de agosto de 1719- atravesar todo el continente asiático, pasar la zona norte de la Península Arábiga y recorrer de este a oeste el Desierto del Sahara por completo –con ayuda de los gentiles Bereberes, por supuesto- y llegar a la costa de Marruecos donde les esperaba, entre las dunas lejanas al Puerto, el HMNLS Evertsen.
Apenas pusieron un pie en cubierta los tripulantes intercambiaron noticias con sus compañeros que habían estado a bordo y cargo de la nave durante todo ese largo tiempo –quienes, de paso sea dicho, llegaron a pensar que nunca más se volverían a ver-. Ese mismo día pusieron proa de regreso a New Providence, con fin de olvidar sus fugaces aventuras –que causaban una profunda frustración en Liselot, quien ante la preocupación de su gente se pasaba las horas o en la Cabina de Mando en el timón o frente a una mesa clavando y desclavando su daga, una y otra vez, con la vista fija en la hoja reluciente y rechinando los dientes de tensión-.
Sin embargo, el destino no se los iba a dar tan fácil. Consiguieron salir de la costa marroquí y atravesar el Océano Atlántico sin ningún problema, pero al entrar en el Caribe los había tomado un huracán fortísimo que por poco hizo zozobrar la nave. Semejante mal tiempo ralentizó un viaje que tardaría apenas sí doce días a un lapso de un mes. Gran parte de las islas del idílico Caribe estaban en ruinas y las Bahamas, con la República Pirata incluida, no eran la excepción en lo absoluto.
De aquí para allá se veía gente transportando bloques de adobe y limpiando las destrozadas calles. Los filibusteros apenas bajaban de su nave partían en ayuda para reconstruir su querido refugio, desde las tabernas que tanto amaban y frecuentaban al grado de considerar inconcebible la vida en New Providence sin ellas hasta la casa de aquella mujer que acababan de ver sin saber por qué sus ojos se habían posado en ella. Y luego, cuando transportaban suficientes adobes y palos de madera, y los dejaban a medio clavetear para que llegara otro a seguir la labor sin terminar, partían de regreso al navío en el cual acababan de llegar y bajaban, con ayuda de otro, sendos cofres en los que traían su botín. Dejaban en el suelo el cofre y lo abrían permitiendo que el gentío se llevara las ropas y los alimentos que habían obtenido de su mal oficio.
En ese terrible escenario vieron venir corriendo a un muchacho, un poco menor que Liselot, quizá de unos diecisiete años, con una enorme sonrisa.
-¡Liss!-exclamó alborozado apenas impactó contra ella en un fuerte abrazo.
-¡¿Rembrandt?!-exclamó ella apartándolo para verlo mejor y luego devolviéndole el abrazo.
A través del hombro de Liselot el muchacho miró feliz a Lodewijk y le guiñó un ojo a modo de saludo. Lodewijk se limitó a tocarse la base de la cresta de gallo como si fuese un sombrero. Rembrandt era un tipo un tanto extraño y le tenía cierto recelo –nunca había sabido muy bien con qué ojos lo miraba el muchacho y era un tema complicado para él-, sin embargo, como férreo creyente en la libertad que era no podía evitar cierta simpatía por el joven y quizá un instinto por protegerlo… en gran medida le recordaba a Aloin y aún sentía que le debía algo por haberlo utilizado tanto y luego haberlo dejado morir sin más.
Rembrandt había nacido en Holanda –claro está, en el siglo XVIII- y, como había quedado huérfano muy pequeño, se había visto en la obligación de conseguirse el pan de cada día él solo –no siempre por buenos medios-. Un día la policía vecinal lo había encontrado robando. La condena había sido la horca. Cada vez que contaba la historia coincidía en ese momento al decir que no recordaba cómo había huido de las Provincias Unidas pues se encontraba helado del miedo y apenas coordinaba sus actos, aunque todos pensaban que sencillamente no quería dar a conocer su secreto, algo por lo cual no se atrevían a culparlo. Como todo proscrito y fugitivo de la ley, había sido bien recibido en New Providence y, unos años atrás, había conocido a Liselot y a Lodewijk, quienes al ser de los pocos holandeses en la isla, se habían identificado de inmediato con él, haciendo buenas migas.
-¡Te tengo una buena noticia, Liss!-exclamó Rembrandt.
-¿De qué se trata?-preguntó ella feliz de que al menos hubiese alguna buena nueva en esa isla destruida. Lodewijk se limitó a enarcar irónicamente una ceja.
-Hay una boda-comentó el chico.
-¿Sí? ¿Y quién se casa?-preguntó ella con genuina curiosidad. Su única respuesta fue el silencio y que las mejillas de Rembrandt enrojecieran aún más que lo que ya estaban tras la carrera a través de toda la isla-. ¡Oh, Dios mío!-exclamó Liselot comprendiendo todo-. Con… con…-intentó continuar, pero la felicidad adormilaba a su memoria de por sí mala.
-Con William-respondió Rembrandt sin siquiera levantar la vista.
-¡Oh, Dios mío!-volvió a exclamar Liselot y, tras dudar un poco, le dio un abrazo bien apretado al tiempo que le decía-: ¡Felicidades!
Cuando se separaron, Lodewijk y Rembrandt quedaron viéndose frente a frente. Lodewijk, por no ser descortés, le tendió la mano:
-Felicidades-dijo.
Sintió el apriete de la mano de Rembrandt. Trémulo, nervioso, escurridizo, sudoroso. Le recordó a la candidez de Aloin… como siempre. Separó el contacto y, antes de que el muchacho entendiera por qué y qué sucedía, le abrazó con todas sus fuerzas, creyendo que en ese abrazo pedía perdón a Aloin. Nunca había sentido interés ni por Aloin ni por Rembrandt, para él sólo eran amigos que, cuando se daba cuenta de lo entrañables e importantes que se tornaban en su vida, lo abandonaban. ¿Algún día le sucedería así con toda la tripulación del Evertsen? Prefirió no pensarlo. Ellos no eran amigos, eran familia. Era su última oportunidad para devolver el gesto que prejuiciosamente había negado al muchacho… al menos la última sin una espada dirigida a su cuello. Ambos se separaron sorprendidos. Liselot por primera vez en semanas sonreía.
-¿Cuándo será?-preguntó.
-Es… de hecho… en realidad tendría que estar ahora ahí-dijo el muchacho tímidamente.
-¿Y qué haces aquí?-exclamó Lodewijk.
-Vi el Evertsen venir y salí corriendo… quiero que sean mis testigos… ¿podrían?-preguntó aún más tímidamente que antes.
Su única respuesta fue que dos personas se colgaron de sus brazos y lo llevaron a viva fuerza hasta donde vivía el único notario en la isla que no se impresionaría ni traumaría con una boda de esa naturaleza.
Adentro les esperaba William. Un año atrás, Rembrandt se había obsesionado férreamente con la idea de ser pirata, así que se había enrolado con Jack Rackham. A bordo había conocido a un marinero británico quince años mayor que él y se habían enamorado perdidamente. El resultado estaba ahora, con ambos firmando el reconocido contrato de Matelotage, en el cual se comprometían a compartir sus bienes, cuidar el uno del otro y pelear siempre juntos.
Cuando todos estaban en medio de la fiesta, ahogados de borrachos, Liselot llegó a la lógica conclusión de que si Rembrandt, tripulante del barco de Jack, estaba en New Providence, el mismo Jack tenía que estar en la isla.
-¿Dónde está Jack?-le preguntó apenas le vio.
-Mejor ni hablar de él-respondió Rembrandt.
-¿Por qué?-preguntó ella preocupada.
-Ha caído en desgracia-respondió el muchacho, excusándose acto seguido para detener aquella charla.

Consciente de que bajo esas prerrogativas nadie le diría palabra alguna sobre el paradero y la situación actual de Jack, se decidió a salir, así que sin que ninguno de los novios lo notara fue a buscar a Lodewijk y, con todo el dolor de su alma porque de verdad quería quedarse en la fiesta, pidió a su amigo que la acompañara.
-Además, la tripulación debe estar preocupada-dijo ella.
Lodewijk revoleó los ojos. No entendía por qué demonios Liselot no se permitía ser por una vez en la vida, después de todo, no se solucionaría nada encontrando a Jack, todas las desgracias habían sido, eran y serían. ¿Por qué no quedarse? Aún así, prefirió ir con ella antes de dejarla marchar sola por las calles en ruinas con tanto marinero loco suelo. Llegaron a la misma taberna de hace ya cuatro años. El muchacho bufó fastidiado. Eso se estaba volviendo rutina.
Liselot paseó la mirada por lo alto, intentando descubrir a Jack entre la multitud sin verlo. Se sentó y, tras beber unos sorbos, llevó su mano hasta el borde de la bota militar. Sus dedos finos rozaron apenas el borde, mientras ella clavaba la mirada en el canto de la desteñida mesa de madera apenas claveteada. Sus dedos afirmaron algo frío y duro, sin notarlo, jaló la pieza hacia arriba, descubriendo una impecable hoja de plata. Clavó con todas sus fuerzas la hoja en el borde de la mesa. Sin embargo nadie notó su cambio de actitud. Todos reían, hablaban a gritos y por lo demás no era la única que se dedicaba a eso en solitario. Desclavó con todas sus fuerzas la hoja y volvió a clavarla en otra parte de la punta. Volvió a desclavarla. Miró el filo prolijamente afinado. Hizo puntería y arrojó la daga casi con rabia. Volvió a sacarla. Se reclinó en la silla crujiente y volvió a arrojar la pieza de plata una y otra vez. Lodewijk la vio preocupado. La muchacha volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y miró la hoja de su daga pensativamente, girándola sumida en sus cavilaciones. Inspiró aire profundo. Echó un poco atrás el arma, afirmó la empuñadura y con el dedo índice hizo puntería. Iba a arrojarla cuando una mano más tosca que la suya la sujetó firme pero tiernamente. Levantó la vista y vio a Lodewijk.
-Mira, Liss, ¿quién está ahí?-preguntó con un tono de voz que evidenciaba que sabía de sobra quien estaba en el lugar que señalaba.
Liselot agudizó la vista y a la tenue luz de las velas vio una chaqueta de calicó cuyos colores se desgastaban por el uso y por el barro captado durante todos esos días. Volteó la cabeza alborozada a ver a Lodewijk y, guardando definitivamente la daga, caminó hacia la otra mesa, seguida de cerca por su amigo.
-¿Qué hay de nuevo?-preguntó alegremente sentándose frente a Jack, quien dejó la botella en la mesa y levantó la mirada yendo de hito en hito, quedándose completamente mudo por un rato: eran demasiadas emociones para el mismo día.
-¡Un capitán lejos de su barco! Esto es nuevo-exclamó Lodewijk.
-Ya no me dedico a la navegación-dijo Jack, ganándose que ambos muchachos se miraran entre sí pensando que eso no tenía coherencia-. Obtuve el Perdón Real.
Gracias a Dios ni Liselot ni Lodewijk estaban bebiendo nada, sino Jack hubiese recibido una ducha gratis.
-¡¿Y para qué quieres tú eso?!-le preguntó Lodewijk.
-Mejor dirás para quién-contestó Jack, yéndose de la lengua sin poderlo evitar.
Ambos iban a estallar en burlas, sin embargo el semblante triste y resignado del otrora pirata les cortó la inspiración.
-¿Qué pasó?-preguntó Liselot, siempre más dada a los sentimentalismos.
Entonces Jack procedió a narrar que el día 15 de mayo tocó puerto en New Providence. Anochecía, así que como de costumbre se dirigió a la taberna de siempre. Al entrar había algo diferente, muy diferente. Pese a que las riñas en ese lugar estaban a la orden del día, la de aquel día era más encarnecida que de costumbre: era por una mujer.
Dos borrachos se disputaban el derecho de pasar la noche con una mujer vestida de hombre. Pese a aquella apariencia poco usual, notó que la mujer era una total belleza. Los hombres seguían riñendo y la dama, sin dar previo aviso, se levantó de la mesa en que ella había estado tranquilamente bebiendo antes de que ellos se empecinaran en tenerla, desenvainó una espada y, a sangre fría, acabó con ambos. Varios ebrios y mujeres de mala vida se fueron en contra de ella, arrepintiéndose en el acto.
Cuando los ánimos se calmaron, fue a sentarse junto a la mujer. Decía llamarse Anne Bonny y era sencillamente fascinante: de ademanes quizá un poco masculinos, gestos rudos, habla vulgar, actitud ruda, mentalidad dada a la más férrea e idílica libertad, y además de todo, sensual. Era demasiado atrayente para ser cierto. Sin siquiera proponérselo terminó por enamorarse de Anne. Pasaron los meses y, entre sus idas y vueltas cada vez más breves para verla más seguido, se enteró de que era casada con un informante del Gobernador de New Providence, quien estaba de viaje y hacía meses no volvía a casa, no sólo desencantándola sino volviéndola alguien totalmente infiel. Una noche se decidió a instarla a abandonar a su marido para irse con él, seguro de que no tenía cómo sacársela de la cabeza. Grande fue su sorpresa cuando ella aceptó. Así pasaron de ser simples amantes que compartían la alcoba a ser enamorados declarados mutuamente.
Al día siguiente, Jack Rackham fue a casa del gobernador de New Providence para conseguir el Perdón Real, seguro de que de nada le servía dedicarse a la piratería si estaba lejos de Anne. El gobernador sabía de cierto cómo Jack había conseguido su nuevo barco… pero también sabía de cierto que odiaba con toda su alma al capitán Vane, así que se hizo el de la vista gorda y firmó el Perdón de Jack.
Junto con Anne habían decidido que apenas James –que ese era el nombre del marido de la joven- pisara el puerto, Jack se acercaría a hablar con él y le pagaría por un divorcio. Dos días atrás James Bonny había regresado a casa y Jack se había acercado a hablar con él, quien se había negado sin dudarlo… y no sólo eso: había ido a hablar con el gobernador de la isla en menos de unos minutos para ponerlo al tanto de las infidelidades de las que había sido perjuicio. De más está decir que Anne estaba condenada para ser azotada en la plaza pública en dos días más, eso es lo mínimo que le harían considerando el temperamento de los lugareños.
-Estoy desesperado-confesó el hombre, sorprendiendo a Liselot y a su amigo, quienes permanecieron en total silencio-. Podría robarme un barco, sin embargo ese día nadie asegura que alcancemos a llegar con vida a la orilla.
-De eso no te preocupes, nosotros nos hacemos cargo-dijo Liselot sin mediar palabra con su gente-. Tú busca el barco indicado y espéranos mañana a esta hora con tu tripulación y Anne en la orilla. El resto lo hacemos nosotros.
Jack enarcó la ceja, consciente de que nada era gratuito.
-¿Por qué tanta benevolencia, capitana?-preguntó agriamente.
Aquella respuesta ofendió a Liselot un poco, pues ambos capitanes se habían mantenido siempre unidos en casos de necesidad y no había precio por una amistad como esa.
-Somos amigos porque compartimos los enemigos-respondió ella.
Tanto Lodewijk como Jack se sorprendieron por una respuesta como esa. Si hubiese dicho sólo “Somos amigos” hubiese sido lo que se esperaban, pero lo que había agregó los sorprendía y en cierta forma los asustaba.
-Es bajo paga, ¿me equivoco?-preguntó Jack enarcando la ceja, comprendiendo que nadie lo ayudaría por voluntad y nada más.
-Ganancias compartidas, capitán Rackham-corrigió ella-: somos enemigos jurados de la East India Trading Company y de Nau, sería una deslealtad no tenderle la mano a quien me defendió de ellos.
-¿Qué tienes ahora contra ellos?-preguntó Jack entre risas, con genuina curiosidad por saber en qué lío estaba metida la muchacha.
-Tienen a Ivanna-fue la escueta respuesta.
-¡Vaya, qué sorpresa! No lo sabía-fue la irónica contestación por parte de su interlocutor.
-El Caribe es la zona donde ellos tienen puesto su principal ojo comercial, y la zona en que tú y yo operamos. Mi plan es destruirlos al grado de que no se vuelvan a parar-fue la sorprendente respuesta.
Una parte del corazón de Lodewijk se hizo trizas al oír eso: había llegado demasiado tarde para ayudar a su mejor amiga… ella era cruel. Por su parte Jack jamás hubiese pensado en oír algo así de una chica tan piadosa e inocente, siempre dispuesta a ayudar y que nunca destruiría a nada o a nadie.
-Para liberar al prisionero hay que romper los barrotes, usted me lo dijo una vez, capitán Rackham-se defendió al notar la dolida y anonadada mirada de sus amigos.
-Hay que volarlos en pedazos-le corrigió Jack, siendo detenido por la mirada asesina que Lodewijk le clavó.
-Ivanna es la prisionera de la East India Trading Company, la liberaré… y para eso tengo que desbaratar su flota en el Caribe y llegar hasta el Coronel Sheefnek… con ellos en el suelo podré liberarla-dijo la joven.
-¿Qué ha pasado contigo, Liselot?-fue la pregunta de Jack.
La muchacha procedió a narrar sus más recientes aventuras en Asia, sin poder evitar que el pirata notara el dolor que anidaba en su voz ante la traición de sus antiguos tripulantes y el dolor por no poder ayudar a su hermana, de quien no sabía sino que estaba prisionera de la firme telaraña de la East India Trading Company, la cual se tejía a lo largo y ancho del mundo conocido, conduciéndola a andar a tientas y decidir volar a toda la Compañía para poder llegar a la raíz del problema.

-Comprendo… entonces el invencible HMNLS Evertsen protege a mi nave tanto en su huida como en su travesía clandestina, nos aliamos, somos una flota… y yo me hago cargo de hincarle el diente a la Compañía de las Indias Orientales hasta que no tengan qué vender… entonces viene Sheefnek y se despide de la vida… no está mal… acepto-dijo Jack Rackham.
-Nunca te arrepentirás-respondió ella sonriendo a todo lo que da, sin saber lo equivocada que estaba.
A la noche siguiente, antes de la madrugada, Jack Rackham esperaba a Liselot y a su tripulación. De pronto los vio aparecer.
-¡Anne!-exclamó.
Aunque ella fuese vestida como un hombre –y de hecho completamente caracterizada como uno, al grado de que nadie pensaría que era una mujer- la reconocería siempre. Le agradeció a Liselot con la mirada por haberse atrevido a buscarla en su casa –él ni que se le ocurriera podía acercarse-. Los tripulantes del Evertsen se despidieron de ambos y fueron hasta su nave, esperando que llegara la tripulación de Jack. No pasaron muchos minutos hasta que aparecieron los hombres de The Revenge y saludaron a su capitán y a su segundo de a bordo –Jack y Anne habían ido juntos a reclutar gente gracias a un plan que había tenido Liselot para sacar a la joven de su casa al mediodía, por eso la gente estaba acostumbrada a Boon-.
Abordaron The Revenge y ambos barcos zarparon sin problemas. Entre ambos se dedicaron a hacer que la East India Trading Company sudara frío con su presencia en Cuba y México, pues pese a que Inglaterra y España eran enemigos jurados desde tiempos inmemoriales, los británicos se abastecían de productos de la zona gracias al amistoso comercio entre los mercantes españoles y la Compañía de las Indias Orientales.
A finales del mes de noviembre de 1719, Anne anunció que estaba embarazada y no tuvo más remedio que permanecer con unos amigos que Jack había hecho en Cuba –nadie sabe cómo había conseguido encontrar un puerto amigo en el país al que más atacaba-. Sin embargo la criatura, una niña, nació a los siete meses de gestación y para junio de 1720 la Contramaestre Bonny volvía a subir a bordo de The Ranger, cortada de tristeza de haber perdido a su hija y consciente de que a bordo de la nave todos conocían a causa de su desgracia la verdadera identidad de la segunda al mando –a quien habían creído siempre un hombre-… lo que no sabía era que se había ganado el total respeto de aquellos caballeros de fortuna que la habían ayudado a escapar de un terrible castigo en New Providence y que no la defraudarían por nada en el mundo, ni a ella ni a su capitán.

Texto agregado el 21-02-2015, y leído por 137 visitantes. (6 votos)


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