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La luz de una vela que no ardía iluminaba el cuarto que había visto tanta magia y que los siglos guardarían en el silencio inviolable del tiempo. Silencio como el del mago que en su concentración no reparaba en las sombras del alambique y la mano del mortero que bailaban en la luz amarillenta de su estudio. Pero no era concentración lo que lo mantenía escribiendo como un médium que vierte en las páginas eso de lo cual la inspiración divina lo llena casi hasta desbordarlo, sino que la tinta que dejaba en el papel lo tenía como encantado; porque cuando se dio cuenta de que lo que escribía se leía al revés, e intentó escribir otras palabras y tomó otra pluma y aún escribió de derecha izquierda y con el libro de cabeza, no pudo hacer más que seguir narrando bajo el hechizo de la tinta que tal vez guardaba alguna magia o le imprimía a su mano los movimientos inversos, o engañaba a su vista o cambiaba los impulsos contradictorios de los nervios de su brazo mágico. Primero, pensó que tal vez los años de haber hecho magia con el brazo derecho estaban cobrando inesperada cuota, pero su magia siempre había sido buena, nunca ensuciada por el egoísmo ni hecha sin honor. Luego, pensó que estaba debutando en su mente una de esas enfermedades que enloquecen más a los doctores que a los pacientes. Un loco siempre actúa más naturalmente que el doctor que lo interroga. Pensó en ir a buscar quién le aplicara algunas sanguijuelas en los lugares precisos, pero él nunca había simpatizado con tal terapéutica, y recientemente le habían dado noticia de las curaciones logradas por la homeopatía del gran Hahnemann, hombre noble y sabio y poseedor de una determinación férrea, a quien había llegado a considerar como un espíritu de evolución considerable. Por ello, fue a consultar al médico homeópata que recién habíase instalado en la ciudad, y recibió de sus manos el frasquito con los esperados glóbulos de azúcar de leche impregnados con una gota de eléboro blanco. Tanta gente recibía su frasquito ámbar y miraba con duda los blancos glóbulos medicinales, ¡más cuando habían visto al médico dejar caer una gota de unos medicamentos cristalinos como el agua pura! Pero el mago sentía tal fuerza latiendo entre sus manos sensitivas, tal poder vibrante contenido apenas entre la pared circular del frasco, que le parecía deshacérsele entre las manos y estallar, y la sensación lo forzaba a mirar su mano y comprobar si el vidrio del frasco no se había consumido y dejado escapar los glóbulos en forma de éter impalpable.

Llegó a su casa y como le fuera indicado tomó un glóbulo y lo puso encima de su lengua. Se inquietó al principio, pues él esperaba sentir algo, alguna señal que anunciara la reacción de su cuerpo, y no. Se sentó frente a la mesa en la que escribía hacía una o dos horas, y las palabras aún tenían la cualidad que le daría un espejo a la escritura normal. Tomó la pluma e intentó escribir al revés, pero miró la hoja y era como si la tinta se hubiera rehusado a mezclarse con la hoja, porque no había nada escrito. Volvió a entintar la pluma y escribió sus iniciales en el dorso de su mano, pero sintió náuseas cuando leyó las letras de un lenguaje que jamás había visto. Se encendió su mirada con el brillo de una idea que acaba de llegar y llevó su libro al espejo; vaciló antes de ver el reflejo, miró, sintió alivio al ver que él era él y su mano derecha era la izquierda de su imagen, pero la aprensión volvió a apretarse en su dentro cuando comprobó que el reflejo de su libro era aún más extraño, él le mostraba al espejo las páginas del libro, y el espejo le regresaba las pastas marrones. La constitución del mago le permitía bien tolerar los sustos y los insultos del tiempo, pero ya se estaba colmando su templanza y arrancó la hoja terrible y la puso delante de la vela que no podía ser prendida por ningún fuego; volteó la hoja de modo que la llama viera el anverso, leyó ¡y dejó sonar una buena carcajada porque vio las letras al derecho!, volteó la hoja de nuevo y las palabras ya no empezaban con la última letra. Su alma dejó salir un suspiro. Todo hubiera seguido alegremente si no hubiera llevado la hoja de vuelta al espejo, porque el reflejo ya era normal, pero él no reconoció al mago que le mostraba una hoja con las palabras al revés.

Texto agregado el 20-02-2015, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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