Mis queridos amigos:
Con un poco de miedo (por decir lo de menos) les voy a comentar mi relación con un tío mío, mi personaje favorito, que cuando me vi en apuros gracias a él salí avante. Además me encanta el chisme y ya me anda por contarles. Además recuerden que los aspirantes a escritores somos unos redomados embusteros, así que si a la PGR, hacienda o alguna otra institución del averno se le ocurre hacer una investigación, yo, desde luego fingiré demencia (que no me cuesta trabajo) y negaré todo. Después de esta pertinente aclaración procederé a mi historia. Vale.
Coyoacán, donde por varias generaciones ha vivido mi familia, desde el porfiriato ha sido un barrio acomodado. Actualmente no ha perdido su sabor a provincia a pesar de estar en la ciudad más grande y conflictiva del mundo: la monstruosa ciudad de México. La colonia está llena de museos y de bellas plazas, universidades y gente bien. Esto último era muy importante para mis gentes ya que eran bastantes snobs.
Pobre de mi padre, su único hijo, o sea yo, le salió balín para el estudio y si tengo un diploma de técnico de museografía, fue por pura casualidad, por tener un museo cerca de la casa donde daban esta preparación. Destripe de las universidades de lujo en las que estudiaba para licenciado en derecho y donde mi papá gastó sus últimos recursos que le quedaron después del fracaso de sus múltiples fallidos negocios.
Realmente mi vocación es ser escritor, me la pasó escribiendo cuentos y novelas, por desgracia con más entusiasmo que suerte. No consigo que ninguna editorial me tome en serio, pero yo seguiré insistiendo. Les cuento que tengo un trabajo de medio pelo en el museo cuyo sueldo no me alcanzaba para darle mantenimiento a la casa colonial que me dejó mi difunto progenitor, ésta, cada vez estaba más deteriorada y con una terrible hipoteca, e igual están otras mansiones coloniales en mi barrio que inútilmente están en venta, como pronto estaría la mía si no me la quitaba antes el banco. La situación económica ustedes bien lo saben se ha puesto terrible en el país. Mi tristeza era infinita pues me había quedado sin dinero, por el divorcio a que mi bella media naranja me obligó. La causa: mi falta de numerario, ella quería vivir como princesa.
En estas circunstancias un señor, viudo de la hermana de mi difunta madre, se puso en contacto conmigo.
—Hace tiempo que quería visitarte querido sobrino —de entrada me dijo el que resultó ser mi tío político y agregó—, la familia debe estar siempre en contacto.
No salía de mi sorpresa, además con un poco de disgusto, pues la verdad no tenía ni una mísera taza de café que ofrecerle.
—Gracias tío, créame que el gusto es mío, ¿qué anda haciendo?
Mi recién aparecido tío postizo resultó listísimo, de una ojeada se dio cuenta de lo “prángana” de la situación en que me encontraba y de una manera gentil me invito a la cantina cercana de mi casa a platicar.
Me contó que él como contador público titulado era socio de un grupo de contadores que pensaban comprar una mansión aledaña a mi casa para establecer un gran corporativo. Me dijo de los múltiples negocios que manejaban, que yo, la verdad, no le entendía “ni madres” aunque eso sí, puse cara de inteligencia para que no me considerara tarugo. Al cabo de varios whiskies de lo más fino, me comentó en plan de confidencia: “Sabes sobrino, mi problema han sido las cabronas mujeres, ¡qué hermosas son! —profirió un sonoro suspiro y continuó—. Después de que falleció tu tía, yo sin hijos me dediqué a darle “vuelo a la hilacha” y las “viejas” me han dejado sin nada, sin casas, sin carros. Pero por fortuna he escondido bastante dinero, si no estaría en la vil chilla. Por eso quisiera pasarme a vivir en tu casa —al ver mi cara de sorpresa de inmediato me aclaró—: claro que yo pagaría todos los gastos, desde la hipoteca, habría que hacerle varias adecuaciones y…”
Ya para que les cuento, el grupo al que pertenecía el tío, arregló a todo lujo la mansión para el corporativo y mi tío remodeló la casa de mis padres. Cosa curiosa, por fuera las dos casas tenían los mismos lineamientos coloniales, así que no hubo problema para los permisos de construcción y algo que me pareció raro, a mis dos carcachas (dos Volkswagen jettas de 10 años de antigüedad, uno que fue de mi papá y el otro mío) los arregló en la misma agencia de automóviles donde todo es más caro, quedaron funcionales.
Como la casa es muy amplia, acondicionó su propia oficina y se llevó a dos monumentos de mujeres, una llamada Wendy que era contadora, su ayudante, y la otra Elizabeth, una secretaria ejecutiva. Por cierto a mí ni me pelaban. Además contrató un servicio doméstico: cocinera, ama de llaves y recamareras. Todos los gastos de la casa corrían por cuenta de mi tío.
Yo, desde luego estaba feliz por este arreglo hasta el día que me tocó visitar a la hermana de mi padre, mi tía Juana.
—Desde luego, todo está a mi nombre, mi tío sólo es una visita —le dije.
—Valiente tío —dijo con un gesto de disgusto—, cuídate, sé que es un cabrón.
Mi tía es de pocas palabras, ya no le pude sacar más y me dejó con la espina clavada.
La rutina, bendita rutina, siempre le da sentido a la existencia y estructura nuestro tiempo. Por varios años la vida en la casa tomó un carácter de disciplina prusiana, mi tío me dijo que por sus negocios no quería nada de escándalos, si yo tenía comezones sexuales que fuera a un hotel de lujo e incluso me puso en contacto con un servicio de “call girls” y él se haría cargo de los gastos. Qué agradable es contar con toda clase de facilidades y más cuando no tiene uno que pagarlo.
Total, que me quedaba mi sueldo libre por completo y comía como un rey pues la cocinera era magnífica. El trato con mi tío era muy cordial y agradable, la única vez que se disgusto conmigo, fue cuando entre sin avisarle en su privado y lo encontré sentado frente a una hermosa repisa donde tenía colocados varios trofeos. Él con un movimiento rápido sacó una llave insertada por debajo de la parte superior en la pared de la repisa antes dicha. Cosa curiosa el orificio de la cerradura ya sin la llave no se notaba pues era tapada por un pequeño cuadro que hacía continuidad con la misma pared. Yo, por lo pronto no hice caso.
Me aconsejó nunca emplear tarjetas, ni de débito ni crédito, todo al riguroso “cash”. Sacar dinero del cajero automático para mis gastos de mi tarjeta de nómina solamente. El tiempo pasó sin sentirlo y yo en Babia en relación a lo que se dedicaba mi protector. Por primera vez estaba sin deudas, sueño dorado de todo capitalino que se respete, eso sí, me molestaba un poco tener que manejar un carro viejo aunque arreglado.
En la refinada y fastuosa oficina de la mansión remodelada dos señores de mediana edad, elegante vestidos, paladeaban tizanas de hierbas medicinales con un gesto de disgusto cada uno de ellos.
— ¡Por Dios! Como cambian los tiempos, te acuerdas que antes nos deleitábamos de finos caldos y no esta porquería de tés terapéuticos. —dijo el más viejo de los dos.
—Qué quieres el tiempo no perdona, debemos cuidar nuestra salud —dijo el contador.
—Debo hacerte un reconocimiento, la idea de poner la oficina secundaria en la casa de tu sobrino ha dado muy buen resultado. Ahora quiero preguntarte, ¿si ya se hicieron los traspasos de dinero? ¿Cuánto fue a cada cuenta? ¿Y si hay algún problema futuro?
—Desde luego no hay problema. En la oficina de la casa de mi sobrino, contamos el dinero, hacemos las repartos, llega el camión de valores a recoger el efectivo, llevamos la contabilidad, todo lo burocrático y si por una casualidad hubiera una filtración de seguridad —e inmediatamente hizo la aclaración—, que no lo creo, el responsable sería mi sobrino, pues en esa casa todo está a su nombre. Y ya para el envío electrónico a las diferentes cuentas lo hacemos aquí con nuestro equipo de primera generación e inmediatamente borramos cualquier indicio. Lo que enviamos es…
Ambos señores pasaron un tiempo aclarando estos informes y al terminar le volvieron a preguntar al contador:
— ¿Y tu sobrino está enterado de algo del negocio?
—Para nada, es un buen muchacho, muy ingenuo, el zonzo se la pasa pergeñando mamotretos que él llama novelas. Es muy tranquilo desde su fracaso con su ex esposa, una niña bien que estudió en el Tecnológico de Monterrey, que después de la luna de miel al ver que el flamante marido no tenía dinero que lo manda a la fregada. Desde entonces está muy mansito, se tragó el cuento de que me tuve que cambiar a su casa por mis líos con las mujeres. Se dedica a trabajar en el museo cerca de su casa, y ahora que yo lo ayudo con los gastos está muy contento pues le queda tiempo libre para su escritura.
— ¿Le das mucho dinero?
—No, sólo lo indispensable para los gastos de la casa, no quiero que se mal acostumbre.
En la misma oficina meses después:
—Te voy a decir el motivo real por el que te cite.
—Tú dirás —dijo el contador sintiendo un vacío en la boca del estomago, pues no esperaba nada bueno.
—Mira, hablé con el cardiólogo con el que te obligué a ir. Me comentó que a tus 65 años y después de practicarte el cateterismo, la enfermedad coronaria que padeces ya no es para dilatar con balones las arterias y la colocación de stents. Eres candidato a bypass, pero que tú te resistes a esta intervención. ¿Por qué?
—Sólo el que sufre un trastorno sabe lo que siente. Yo si estoy en reposo estoy normal. Además escuché una segunda opinión y este facultativo me dijo que con una dieta adecuada y medicamentos mi pronóstico era muy bueno —fue la respuesta.
—Sin embargo, recuerda tu responsabilidad, te necesitamos al 100%. El cirujano me dijo que después de la operación quedarías bien por 20 años cuando menos y el riesgo quirúrgico es poco, cuando mucho del 20% —desde luego dijo esta mentira con mucha tranquilidad ya que la cifra real era un 50%, y continuó su perorata—. Así que anímate a operarte o enojarás a nuestros patrones y eso no te lo recomiendo. —terminó en un tono perentorio.
Haciendo de “tripas corazón” como vulgarmente se dice al contador no le quedó más remedio que aceptar.
Ha pasado un año desde el fallecimiento de mi tío. Ahora sus restos reposan en el Panteón Francés de la ciudad de México en la tumba que comparte con su difunta esposa, mi tía. La verdad no es raro que una persona de su edad haya expirado por enfermedad cardiaca. Pero hay detalles que me tienen inquieto.
Les referiré: lo habían programado para su cirugía de corazón abierto y para eso lo encamaron dos días antes de la fecha. Yo lo llevé en el coche a internarse e iba muy contento. El primer día le hicieron una serie de estudios que salieron normales y yo lo acompañé todo el día y en la noche. En el día previo a su intervención estaba muy animado y optimista. En la noche me preparaba a pasar otra velada con el paciente, cuando llegó su ayudante, la contadora Wendy, “chulada de mujer”. Hermosa en su cómoda ropa deportiva, aunque fría y distante conmigo en contraste era apreciable su calidez hacía mi tío. Ella me dijo: “puedes ir a dormir a la casa yo estaré con el contador”, y acompaño las palabras con una sonrisa dirigida al enfermo. Yo pensé: “a buen entendedor pocas palabras, era mejor la presencia de ella que la mía”. Me fui tranquilo.
A las tres de la madrugada me telefonearon del hospital: “por desgracia su tío tuvo un ataque cardiaco, lo sentimos”. De inmediato me presenté en el hospital donde firme unos papeles y me dieron unas pertenencias del paciente: su cartera y un llavero.
Lo que sigue parece de película, Wendy se encargó de todo. Del hospital el difunto pasó a la funeraria y de esta al panteón. Al medio día de la fecha en que era su intervención el tío ya descansaba en la paz del sepulcro, nada de velorio ni de pésames o cosa por el estilo.
En el curso de esa mañana llegó a mi casa Wendy junto con varios jóvenes bien trajeados, de inmediato se llevaron todos los papeles, libros, computadoras, ropa y enseres del difunto.
Ya para irse se digno a dirigirme la palabra diciéndome: “te suplicamos que durante un año mantengas sin cambios la casa, en la caja fuerte hay suficiente dinero. Desde luego no necesitas tanto personal, con una señora que te asista es suficiente. Si llega correspondencia la envías a este apartado postal y en caso de urgencia llamas a este teléfono”, dándome un papel donde estaban anotados los datos. Y fue todo.
Hay dos palabras que me taladran el cerebro y son: “asertividad” y “planeación”. ¿Cuál de las dos es la buena?
A los pocos meses, se me fue la señora que me asistía sin decirme nada y dejaron vacía la casa donde estaba el corporativo. Nunca he vuelto a saber de ellos. La casa es habitada actualmente por una familia americana, no sé si la rentaron o la compraron. Ni ellos hablan español ni yo inglés.
No todo es malo en esta vida. Aunque yo me personé en la oficina que fue del tío, ya no me acordaba del llavero que me dieron en el hospital, que displicentemente puse en un escritorio junto con la cartera que me habían dado que después de sacarle el dinero, también la guardé. Una tarde aburrido, pues no tenía nada que hacer y al encontrar el dichoso llavero de casualidad, me puse a curiosear en la repisa del despacho. Por un tiempo no encontré donde insertar la llave como había hecho mi tío aquella vez que se me “engrifo”. Ya desesperaba cuando de repente al golpear la pared se deslizo una pequeña porción de la misma apareciendo el orificio de una cerradura.
Sorpresa que me llevé al abrir este compartimiento secreto, era donde el tío tenía su “guardadito”, pero qué guardadito, cuando hicieron la remodelación acondicionaron una caja enorme que estaba llena de billetes verdes de 100 dólares, una verdadera fortuna.
Ahora les haré dos preguntas: ¿Qué le pasó al tío? ¿A qué se dedicaba?
Yo pienso que si lo sé, pero no quiero ni pensar en ello. Salud.
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