No descubro nada diciendo que a las ranas tampoco nos tratan bien en los laboratorios. Los científicos repiten machaconamente el mismo experimento. Nos colocan en un recipiente lleno de agua fría y suben la temperatura poco a poco. Satisfechos anotan en sus cuadernos como soportamos el agua hirviendo en nuestra piel con una indolencia ejemplar y sin decir ni cro. Pero algunas veces cuando el agua se convierte en vapor a las ranas nos crecen alas y escapamos. Nos vengamos de su crueldad y rompemos probetas, frascos con líquidos de colores y espirales de cristal. Revoloteamos por el techo del laboratorio sacando la lengua a los científicos y haciéndoles pedorretas. Una vez una rana voladora logró escapar del laboratorio por una ventana, no se sabe si entreabierta por negligencia o si la propicia vía de escape era el fruto de un elaborado complot. En cualquier caso, todo fue en vano porque la comunidad científica no tardó en publicar en las revistas especializadas el descubrimiento de una nueva subespecie de ave. Sé que corro peligro. Lo último que se necesita hoy es un héroe o una rana voladora.