Todos saben que en el bosque, en las rugosas cortezas de los gigantes de madera, o bajo sus piés de raíz, viven las comunidades mágicas.
En las ramas altas, esas que se cubren de frondoso verde en primavera, viven las hadas, y desde sus balcones ven pasar la vida mansamente.
En uno de sus paseos solitarios por los límites de la arboleda, Oyánida, la más pelirroja de las hadas de la comunidad del álamo, se paralizó de golpe en el aire cuando su olfato le dió la alarma. Un joven cazador agazapado entre los arbustos esperaba inmóvil que la suerte le diera una buena presa para cenar. Oyánida sintió su corazón quebrarse como las gotas de lluvia contra las piedras... aquella era la criatura más hermosa que había visto jamás.
Volvió a su aldea flotando suavemente, sin percibir cuánto tiempo había pasado, sin mirar curiosa hacia la llanura que se extendía como una tentación, sin saber por qué sentía una piedra en el lugar en donde acostumbraba latir su corazón.
Con el pasar de los días, fue dejando de comer, ya no deseó salir a explorar, no encontraba motivos para reír.
- yo sé lo que tienes - dijo Moyum, la sabia.- Has encontrado a tu alma gemela, pero está en el cuerpo de un hombre, de un ser humano. Ya no volverás a ser la misma hasta que puedas, con tu abrazo, contener a ese cuerpo que guarda tu tesoro. Pero las hadas no pueden ser amadas por los hombres en su forma real, Oyánida, eso no es posible. Tienes dos caminos, y ninguno de los dos aplacaría mi corazón. Puedes seguir con tu larga vida, formando parte del reino mágico, sabiendo que tu corazón ya no volverá a latir como antes, pero que se aliviará, esperando que tu cazador evolucione y en alguna de sus vidas se convierta en elfo, o quizás en duende, y se reúna contigo...
Oyánida movió la cabeza con tristeza. Una vida de hada era demasiado tiempo para esperar su abrazo.
Moyum suspiró.
- El otro camino es este: volverás para atrás, tomarás forma humana, pesada e imperfecta. Sentirás dolor en tus huesos otra vez, una y otra vida, nacerás de mil mujeres y tu cuerpo volverá a ser parte de la tierra mil veces más, hasta que en alguna de tus vidas lo encuentres. Entonces lo amarás con profundidad y paciencia, irás iluminando lentamente su alma, quizás en muchas vidas más, hasta que por fin puedas, junto con él, volver a casa.
Oyánida se levantó despacio, tomó el rostro de la sabia entre sus manos y le besó la frente.
- Nunca hubo dos caminos, Moyum. Nunca hay dos caminos cuando uno de ellos es el que lleva hacia el amor.
Y desapareció.